Coronavirus: la Peste y el siglo XXI

Las crisis son tiempos de reflexión, de cambios, de replantearse las prioridades.

Por Ana Luisa Haindl Ugarte, Historiadora, Universidad Gabriela Mistral y Máster en Estudios Medievales, Universidad de Navarra

Las noticias que vemos a diario son aterradoras: un tercio del mundo confinado… como medievalista, no puedo dejar de recordar la Peste Negra de 1348 su tasa de mortalidad, calculada en un tercio de la población europea. Puede sonar exagerada la comparación, porque la tasa de mortalidad de la Peste bubónica podía alcanzar al 98%, pero la incertidumbre y el miedo que causa el coronavirus es comparable al impacto que produjo esta gran mortandad de 1348.

Aunque la gran mayoría podamos sobrevivir, a diferencia de lo que ocurría en el siglo XIV, el pensar en nuestro sistema de salud colapsado y en nuestra gente más vulnerable muriendo masivamente y sin recibir los cuidados adecuados, nos causa pánico. Y por otro lado, la famosa cuarentena: este “encierro” obligatorio estresa a la gran mayoría. Algunos pueden sentirse “prisioneros” en sus propias casas…

Los historiadores, al igual que los médicos, hemos estudiado varias veces este fenómeno de las pandemias… ellos desde la perspectiva de su disciplina, y nosotros desde el comportamiento de la sociedad y sus consecuencias. Peste Negra, tifus, cólera, polio, viruela… Pero ninguno de nosotros, aunque lo estudiamos, habíamos vivido una pandemia de esta magnitud. Es cierto, muchos recordamos el pánico inicial que desató el descubrimiento del VIH: incertidumbre, discriminación, prejuicios. Pero cuando, poco a poco, la gente fue informándose más, ese miedo fue disipándose. Desgraciadamente, los prejuicios aún no se acaban del todo y tampoco se han masificado las medidas de prevención, aunque ya todo el mundo las conoce. Sin embargo, el SIDA jamás provocó esta verdadera “parálisis social” que vivimos hoy. Porque no era necesaria. Hoy, para evitar un contagio masivo y simultáneo que provoque un colapso en nuestro sistema sanitario, parece ser la mejor opción. Para “aplanar la curva”, como se repite hasta el cansancio en las redes sociales.

Todos sentimos miedo, incertidumbre, cada salida de casa se presenta como un riesgo… y quienes podemos (y debemos) quedarnos en casa, tampoco lo hacemos muertos de la risa. No son vacaciones. Seguimos trabajando de forma remota, a veces sufrimos los estragos psicológicos del encierro, añoramos una escapada a tomarnos un café o a almorzar con familia o amigos… cosas tan simples como esas, hoy se ven como lejanas, porque satisfacer esos deseos hoy, sería un capricho irresponsable. Los niños sin ir al Colegio, pero haciendo tareas… eso para algunos padres significa doble trabajo. Para quienes además, tenemos la suerte de contar con gente que nos ayuda a diario a mantener el orden y la limpieza del hogar, y nos apoya en el cuidado de los niños, esta cuarentena significa también cuidar de ellos, permitiéndoles quedarse en sus casas. Teletrabajo, cuidado de niños, supervisión de sus tareas escolares, labores domésticas… no, no son vacaciones. En todo caso, no me parece correcto quejarse. Para algunas personas, esta realidad que para nosotros será pasajera, para ellos es algo cotidiano. Y para otras personas, esa realidad sería un lujo.

Hay que tener fuerza. No hay que perder la calma. ¡Las crisis pasan! Las pandemias no duran para siempre. Aunque no sea fácil y todavía nos quede un largo camino por recorrer. Yo creo que esta pandemia es una invitación a detenernos y pensar…la mayoría estamos colapsados, con más trabajo que nunca o con mil incertidumbres. Parece difícil, muy difícil, tomarse un minuto para reflexionar. Además, en el mundo actual no estamos muy acostumbrados a reflexionar ni a filosofar. Incluso, hay gente que escasamente lee y poco se cuestiona acerca del mundo en el que vive. Yo creo que eso ha llevado a muchos a seguir ciegamente ideas o modos de vida que alguien más promovió y que le presentan un modelo que parece acomodarse a su forma de ser. A veces, con un dogmatismo irreflexivo y fanático, enarbolamos banderas de ideologías, creencias, estilos de vida, alimentación… nos creemos dueños de una verdad que aceptamos y defendemos con “la fe del carbonero”, cayendo incluso en las intolerancias y descalificaciones. Y entonces… llega esta crisis. Y todo se tambalea. Nos damos cuenta que al final lo único importante es mantenernos unidos y sanos.

Esta pandemia trae consigo una crisis económica. Vemos que los mercados se desploman, las pymes están en peligro, calculamos que muchas cosas nos van a costar más caras, que pagaremos meses de colegiaturas sin que los niños puedan asistir a clases… pero al final, lo más importante es lograr llegar a fin de mes y tener nuestras necesidades básicas cubiertas. Nos damos cuenta de que ese consumismo e individualismo en el que estábamos sumidos, era erróneo y dañino.

Las crisis son tiempos de reflexión, de cambios, de replantearse las prioridades. Tratemos de darnos un tiempo en medio del miedo, del colapso y el cansancio, para revisar cuáles son nuestras prioridades. Aprovechemos esta “pausa” forzosa que nos da este momento histórico que estamos viviendo. Para que cuando todo pase, no olvidemos la lección que nos deja esta gran pandemia.

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