Daniel Grimaldi: El problema es la crisis del régimen representativo

El problema está en que el régimen representativo, sobre todo el chileno, sigue funcionando mayoritariamente basado en la elección de los gobernantes por medio de partidos profesionalizados, dejando espacios muy limitados para la participación e incidencia directa del ciudadano común.

Por Daniel Grimaldi, Doctor en Estudios Políticos*

La situación de crisis que enfrenta Chile, es mucho más compleja de lo parece. No es solo un problema del malestar ciudadano frente a la “crisis del modelo neoliberal”, que a todas luces ya es insoportable. Queremos proponer una reflexión sobre una de las causas que permite que el modelo neoliberal chileno se mantenga en sus bases fundamentales desde 1990: la crisis del régimen representativo.

Esta consideración nos permite conectar lo que pasa en Chile con el estado general de las  democracias en el mundo y, comprender que lo que estamos viviendo, puede estar  relacionado con un problema mayor, incluso en democracias desarrolladas donde no impera un sistema neoliberal como el chileno. En efecto, el elemento que une el malestar en países tan diferentes como Chile, Brasil, España, Francia, por mencionar algunos ejemplos, no es tanto el neoliberalismo en sí como el reclamo contra el sistema de organización del poder y la toma de decisiones a espaldas de los ciudadanos. Esta queja no se dirige únicamente hacia los políticos, como pretenden potenciar los populistas conservadores, es también contra las élites económicas y financieras, que tienen la capacidad de imponer las reglas del juego, gracias a la debilidad y complacencia de las élites políticas.

Una de las características fundamentales de los regímenes democráticos representativos, es la independencia relativa de los gobernantes respecto a los gobernados. Esta independencia les otorga la facultad de decidir en nombre de sus electores, en base a una legitimidad entregada por el pueblo mediante el voto. La historia de la expansión del régimen representativo es en gran medida la historia de la evolución de la democracia, el sufragio universal y de la consolidación de los sistemas de partido. Al mismo tiempo que se expande el sufragio universal, las élites políticas partidarias se fortalecen para representar a las masas y se transforman en grupos profesionales híper especializadas, que capturan el Estado. El representante se vuelve un profesional de la política, con intereses particulares en el aparato estatal, alejándose de los espacios del ciudadano común y desincentivando la participación electoral. El voto voluntario es ejemplo de cómo concentrar el poder desmovilizando electoralmente a los ciudadanos. En contraparte, en la medida que los ciudadanos, van aumentando sus niveles de educación, información, expectativas de vida y posibilidades de comunicarse, son más competentes en los asuntos públicos -a veces más que los políticos- y más desconfiados; la sociedad civil comienza a autonomizarse y a formar un contrapoder a la sociedad política.

El problema está en que el régimen representativo, sobre todo el chileno, sigue funcionando mayoritariamente basado en la elección de los gobernantes por medio de partidos profesionalizados, dejando espacios muy limitados para la participación e incidencia directa del ciudadano común. Esta situación, genera mayores tensiones y presiones para abrir el sistema de decisiones hacia los ciudadanos y lograr romper el statu quo que favorece a las élites.

El cliché de la democracia participativa y el gobierno abierto, han sido formas predilectas de adaptación del régimen representativo para descomprimir la presión y mantener el control de la toma de decisiones en las élites políticas y estatales. Otras formas de democracia directa como los referéndums son usados a nivel local como en Suiza con excelentes resultados, pero también torpemente a nivel nacional para dirimir temas importantes sin contar con una deliberación de calidad previa, un ejemplo de fracaso reciente es el Brexit. Desde finales de los años 1990, ha comenzado a cobrar fuerza una especie de democracia deliberativa, privilegiando la discusión de calidad entre ciudadanos comunes y corrientes electos por sorteo. La opción es interesante porque sortear pequeñas asambleas por cuotas estadísticamente representativas de ciudadanos comunes, para deliberar y decidir sobre un tema, aborda el problema de la distorsión en la representación que generan los sistemas electorales y el voto. Este sistema ya está comenzando a ser tomado en serio en países desarrollados como Irlanda. Otras formas de democracia menos probadas, ligadas al uso de internet como la “democracia líquida”, proponen que el ciudadano vote directamente proyectos de ley y tenga la capacidad de delegar su voto puntualmente en representantes más competentes según la materia. Por otra parte, la inteligencia artificial también está haciendo sus aportes en creación de algoritmos para tomar decisiones de políticas públicas que van a llevarnos a escenarios insospechados. Como vemos, el abanico de posibilidades es bastante amplio y complejo.

Lo que tienen en común todas estas formas de democracia es que atacan el monopolio de la representación de los partidos políticos, dando al ciudadano común la capacidad relativa de incidir. En Chile nuestro régimen representativo es bastante atrasado en estas materias y el pueblo que manifestó como nunca el viernes 23 de octubre, no tiene otra opción más eficaz para incidir que la protesta. Las movilizaciones del 2011 son un ejemplo de aquello, sin embargo, estos tipos de acción colectiva son cíclicas y no podemos esperar un reventón social cada diez años para avanzar.

Ciertamente, requerimos medidas urgentes que corrijan el modelo en lo inmediato, pero muchas de ellas no son posibles de realizar y sostener en el tiempo sin un cambio en la estructura institucional. Necesitamos un nuevo tipo de régimen mixto, que combine y equilibre diversas formas de democracia, algunas incluso, olvidadas en el pasado. No hablamos de terminar con los partidos ni los políticos profesionales, sino darles un lugar adecuado y equilibrado en un nuevo sistema. Lo central aquí es dar de verdad al ciudadano común la capacidad de incidir y poder hacer frente a los fuertes cambios que tenemos en nuestras narices en el campo del trabajo, el conocimiento, la tecnología y sobre todo, frente a la crisis climática, que amenaza seriamente la continuidad de la vida como la hemos conocido hasta ahora. Es cuestión de sobrevivencia y el momento histórico es hoy. Chile necesita una nueva democracia y una nueva constitución.

*Director del Área Ideas Políticas y Cambio Social de la Fundación Chile21/ Consejero de la Fundación Socialdemócrata

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