Elecciones en Bolivia: Evo se hace más fuerte

t_evo_morales_electricidad_110Escribe Rakesh Goklani

“Los ripios y desaciertos que pueda haber tenido Morales, son minimizados frente al simbolismo de su presencia en el palacio Quemado. Sigue siendo el representante que las comunidades autóctonas y los sectores habitualmente postergados habían esperado. Su reelección responde, además, a que sus electores consideran que cinco años no fueron suficiente para cambiar las asentadas estructuras de poder e influencia que han perpetuado la desigualdad y mantenido a la mayoría de los bolivianos al margen del progreso».

En un grato ambiente cívico y de alegría popular, el domingo 6 de diciembre se realizaron las elecciones presidenciales en Bolivia. Los puestos de refrescos y comidas típicas, marcaban la entrada a los distintos centros de votación, que al correr de las horas entregarían resultados más que interesantes.

Con más de un 60 por ciento de los votos, el presidente Evo Morales, quien competía por la reelección, se alzaría como el claro triunfador. Su más cercano competidor, el derechista Manfred Reyes Villa, terminaría obteniendo cerca de un cuarto de las preferencias.

Cifras impresionantes, no tan solo a nivel nacional, sino que también en su composición local, pues de los nueve departamentos en los que está dividido administrativamente el país, el oficialismo logró el triunfo en seis de ellos: La Paz, Cochabamba, Chuquisaca, Oruro, Potosí, y Tarija.

En las regiones del oriente de Bolivia, tradicionalmente férreas opositoras a Morales y a su partido Movimiento al Socialismo (MAS), incluso la derrota tuvo un sabor a triunfo. En estos departamentos, los de Beni, Pando y Santa Cruz, que conforman la llamada “media luna” geográfica del país, los resultados, pese a no lograr la mayoría, mostraron un claro aumento en el apoyo al gobierno.

Especialmente llamativo fue el caso de Santa Cruz, donde la oposición, con un 53 por ciento de las preferencias, vio crecer la influencia del MAS, hasta un 40. Cifra ampliamente superior al 24 por ciento obtenido en las elecciones del 2005.

Al éxito en las presidenciales, se le suma el triunfo en las elecciones legislativas, donde con 24 senadores, el gobierno alcanzó los dos tercios necesarios para constituir la mayoría necesaria para darle un buen pasar al segundo periodo de Morales.

Siendo el desempeño económico, por lo general, un tema fundamental en el resultado de todas las elecciones presidenciales, llama la atención ver que el apoyo a Evo Morales ha logrado mantenerse e incluso aumentar, pese a no mostrar los mejores resultados en este ámbito.

Pero razones existen. Tras siglos de marginación y discriminación por parte de la elite blanca, para los pueblos indígenas y la gran masa mestiza, unos cuantos puntos más en algún indicador económico, no parecen relevantes cuando los problemas son tan básicos, como el simple acceso al agua y a la atención medica. Problemas que, históricamente, no han tenido tanto que ver con capacidad, como con prioridad.

Detalles como éste nos hace entender que en Bolivia las cosas no son tan simples y que analizar al país únicamente bajo los parámetros occidentales de administración y gobernabilidad, puede hacernos perder la perspectiva del asunto.

Es importante tener en claro que Bolivia es un país plurinacional, en el que conviven diversos grupos étnicos, agrupados principalmente en tres categorías: mestizos (68%), blancos-hispanos (5%) e indígenas-originarios (20%), siendo este último, el término que agrupa a las etnias aymara, quechua, guaraní y moxos.

En este contexto, históricamente, los distintos presidentes bolivianos, se han visto enfrentados al desafío de tratar de congeniar intereses, prioridades e incluso cosmovisiones opuestas. Todos estos gobiernos, anteriores al primer periodo de Morales, han provenido de la elite blanca y minoritaria de la población y, como resultado, ya sea por intención u omisión, han obtenido solo mejoras mínimas en el bienestar de la población.

En tal sentido, los ripios y desaciertos que pueda haber tenido Evo Morales en su previo periodo, son minimizados frente al simbolismo de su presencia en el palacio Quemado. Sigue siendo el representante que durante décadas, las comunidades autóctonas y los sectores habitualmente postergados habían esperado, el único presidente indígena en la historia de su país y en la de Latinoamérica.

Su reelección también responde a que su base de electores considera que los pasados cinco años no fueron suficiente tiempo como para cambiar las asentadas estructuras de poder e influencia que, a su juicio, han perpetuado la desigualdad y mantenido a la mayoría de los bolivianos al margen del progreso.

Habiendo sido reelegido en una de las sociedades con mayor desigualdad de Latinoamérica, Evo Morales vuelve a ser presidente de dos países a la vez: de una “media luna” rica en recursos naturales, administrada y poseída por una oligarquía latifundista blanca que representa una minoría en el país, pero que en base a sus propios intereses, solicita una mayor autonomía para poder mantenerse competitiva en el ámbito neoliberal que le es propio. Una zona que se debate entre mantener su aislamiento del resto del país para conservar su capacidad productiva y competitiva, o arriesgar su posición y recursos, en pro de una Bolivia unificada y con mayor igualdad de oportunidades.

La nacionalización de los recursos naturales, el alza de impuestos y la expropiación de terrenos, todas políticas que a ojos del empresariado boliviano y de gran parte de la comunidad internacional, solo conducen al estancamiento del país, no son percibidas de la misma forma por la gran mayoría de la población.

Una mayoría perteneciente a la Bolivia andina, la del oeste del país. La más populosa, con menos recursos naturales, aislada de los progresos materiales y formativos de la “medialuna”. Un oeste andino, que así como victima, también ha sido culpable. Pues la incapacidad de llegar a acuerdo entre los distintos grupos étnicos, el desorden per se y la corrupción ejercida por los representantes políticos de los pueblos originarios, que en nada representan a las verdaderas comunidades, tan solo han servido para generar una reputación de poca seriedad e incapacidad a esta zona de Bolivia, e impedir la formación de la institucionalidad necesaria para lograr una democracia justa e inclusiva.

Bajo este complejo contexto interno, Evo Morales asume el gobierno de su país hasta el 2015, periodo que coincide con una nueva administración chilena, y con la que espera mantener y avanzar en la agenda de trece puntos firmada con la presidenta Michelle Bachelet, en la que destacan los temas de la aspiración marítima y el del uso de las aguas del Silala. El nuevo gobierno chileno, sea cual sea, cuenta con el compromiso del reelecto presidente boliviano de continuar con las buenas relaciones y fomentar la apertura al entendimiento y la cooperación entre ambas naciones.

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