La preocupación por el consumo juvenil de drogas: hipocrecía institucionalizada.

El programa Elige Vivir Sano está inspirado en la experiencia islandesa, en que un programa similar significó -de acuerdo al Presidente- una importante reducción de este flagelo

Por Juan Pablo Briones.

En la última semana hemos sido testigos de como el Presidente de la República hizo uso de toda la parafernalia para presentar -mediante cadena nacional- el programa preventivo “Elige Vivir Sin Drogas”, con el objetivo de reducir el “alarmante” consumo de drogas por parte de los jóvenes de nuestro país, reflejado en los resultados que arrojó el 12º estudio nacional de drogas en población escolar de Senda, que señaló que uno de cada tres jóvenes entre trece y diecisiete años consumió cannabis.

El programa aludido está inspirado en la experiencia islandesa, en que un programa similar significó -de acuerdo al Presidente- una importante reducción de este flagelo. Aquel aborda pilares importantes como lo son la familia, la escuela, el tiempo libre y el “fortalecimiento de liderazgos positivos”. Sin embargo, algo que no tomó en consideración el presidente, es que cualquier política pública seria es puesta bajo análisis lógico, pues no es tan sencillo como llegar y aplicar una política pública, por más exitosa que esta haya sido en otras latitudes y huelga decir que entre Islandia y Chile, la distancia en muchos aspectos es abismal.

Considero que al momento de elaborar el programa propuesto por el Ejecutivo, más la realidad empírica, primo una fe irrestricta y a estas alturas irracional en un enfoque totalmente fracasado, me refiero al paradigma “sociedad libre de drogas”. En este caso, tanto este gobierno como los anteriores, han intentado de forma infructífera la eliminación del consumo de estupefacientes ilegales a través de la prohibición de la elaboración, distribución y porte de estos, entre ellos la marihuana, que pone a los jóvenes chilenos como los más fumadores de esta planta visionaria. 

Al respecto, llama mucho la atención la extrema preocupación que concita el consumo de marihuana, una droga, que hasta el día de hoy no ha podido ser responsabilizada de muerte alguna e incluso, a la que no ha sido posible adjudicarle -a ciencia cierta- más efectos negativos que otras drogas legales, y la razón de esto es que, como lo han señalado expertos, nunca se ha podido aislar una muestra de estudio que cumpla los requisitos que permitan estudiar -exclusivamente- los efectos del consumo de marihuana en el organismo, ya que, hasta ahora todos los estudios son realizados en sujetos de estudio que además de marihuana, consumen alcohol, tabaco y otras sustancias. En otras palabras, sin evidencias irrefutables la marihuana se convirtió en el chivo expiatorio de una política prohibicionista y punitiva, dejando su consumo en las sombras del mercado negro, mientras otras -tanto o más nocivas- son publicitadas abiertamente. Lo peor de todo es que, que a pesar de llevar décadas sin resultados positivos, persiste tanto el uso como la demonización de la misma.

Sin perjuicio de lo anterior, la preocupación por el consumo de cannabis muestra lo hipócrita de nuestra sociedad, porque por un lado busca desesperadamente la reducción del consumo de ésta y otras sustancias declaradas ilegales, en especial por parte de los menores de edad, sin embargo, guarda silencio sobre el desbordado consumo de estupefacientes legales, tales como los ansiolíticos, antidepresivos, alcohol y tabaco, sustancias en extremo naturalizadas y en ningún caso inocuas. En esos casos, nuestras autoridades no rasgan vestiduras, tampoco el Estado actúa cuando a niños, niñas y adolescentes les condiciona el ingreso y la permanencia a la sala de clases a por no tomarse la “pastillita” medicamentos muchas veces utilizados sin una necesidad real. En estos casos,  el Estado ha brillado por su ausencia.

Tengo la sospecha de que las únicas drogas que se nos permite utilizar, son aquellas que nos mantienen dentro del espectro de conductas deseables, como es ser proactivo en el trabajo, ser amable, ser moderadamente locuaz no caer mal, obviamente, tener tino, ser trabajador (aunque no trabajólico), incluso cuando necesitamos ayuda en el arte de la seducción, allí sí el uso de ciertos alicientes son permitidos, recomendados e incluso fomentados. Pero al mismo tiempo se nos prohíbe el uso de todo estupefaciente cuando la razón de su uso es la mera diversión y que éste busca alterar nuestro sistema nervioso central, dejándolo en un estado poco provechoso para el andamiaje social, o sea, demasiado relajado, a-moral, desanimado o como lo definen los psicólogos “síndrome amotivacional” y también concita rechazo el otro extremo, es decir, muy frenético, muy desbordante, desatinado, alterado, hiperactivo u otras que pongan en riesgo el orden y la paz y la convivencia con el entorno, en estos casos las drogas -independiente al efecto en el organismo- son prohibidas.

Lo dicho anteriormente me permite decir que el hecho de que estén legalizados el alcohol y el tabaco no responde en lo absoluto a una lógica sanitaria, pues todas las sustancias mencionadas tienen efectos negativos en nuestros cuerpos, más bien, es que -en buena hora- se asumió una realidad que a muchos les molesta y quieren pasar por alto. Esta es que el ser humano desde que comenzó a desplazarse en dos pies, ha tenido la tendencia al consumo de sustancias que alteran la percepción, por lo que, permitir el alcohol y tabaco -a pesar de sus efectos devastadores- es sólo expresión de esto. En estos casos (alcohol y tabaco) al estar tan asimilados socialmente terminan siendo agentes legitimadores del sistema impuesto. No debemos olvidar que el alcohol y el tabaco han sido históricamente utilizados para soportar largas jornadas de trabajo. Ambas sustancias en la sociedad resultan una especie de homologación del SOMA, una sustancia consumida en abundancia en el distópico mundo de Un Mundo Feliz.

Retomando el consumo juvenil de drogas, considero que enfocarse en sólo prevenirlo, es no entender en lo absoluto la realidad, pues ellos van a seguir consumiendo por más que se les prohíba, la historia lo dice. No debemos olvidar que las drogas legales están prohibidas para menores de edad, y aún así nuestros jóvenes de Chile son líderes en el consumo a nivel mundial tanto de cigarrillos como en el trago. En este sentido, considero que antes de implementar literalmente un programa inspirado en Islandia, el Ejecutivo debiese mirar al país nórdico y tratar de imitar aquellos factores que permiten los jóvenes islandeses no vean en el consumo de estupefacientes -legales o ilegales- mecanismos de evasión. El gobierno debería enfocarse en reducir la segregación residencial, en reducir la desigualdad, en dar mayores expectativas de vida, de desarrollo personal. Debería invertir en recreación y esparcimiento, especialmente en el caso de las comunas más pobres del país, donde se concentra mayormente el consumo de drogas mucho más dañinas que la marihuana  como lo es la pasta base. No podemos pasar por alto que la vulnerabilidad, hacinamiento y la falta de horizontes son caldo de cultivo para la drogadicción.

Por último, considero que se hace imprescindible un cambio radical en la forma en que se ve el consumo de estupefacientes. Debemos desechar el paradigma prohibicionista, que sólo ha generado mercado negro e impulsar el enfoque de reducción de daños, el que ha tenido éxito en Estados Unidos, Holanda y Portugal pues ellos, entendieron finalmente que a pesar de lo severos de los castigos asociados, nunca, pero nunca, una sociedad ha logrado erradicar el uso de los “paraísos artificiales”.

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