Messi y la diferencia entre no me voy y me quedo

Lionel Messi seguirá en Barcelona hasta el último día de junio del año próximo, cuando pandemia de coronavirus mediante, estará disputando con la otra camiseta que "ama", la del seleccionado argentino, la Copa América que debió jugarse esta año para la misma época, aunque ese tiempo que le resta de permanencia en el club español es porque "no se va" y no porque "se queda".

Por Héctor Roberto Laurada (Tëlam)

La diferencia entre ambas cuestiones es sutil, casi ínfima, pero transita caminos absolutamente paralelos, que nunca llegan a juntarse en lo sentimental y solamente pueden hacerlo en lo fáctico, como en este caso.

Es que el «me quedo» obedece a un acto voluntario, en el que el involucrado lo hace de buen ánimo, casi que con felicidad, mientras que el «no me voy» resulta lo contrario, algo obligatorio, impuesto, que suena a confesión resignada.

No es lo mismo decir «me quedo a dormir esta noche, porque en esta casa lo paso bien», que «no me voy porque está diluviando, las calles se inundaron y no puedo salir». Si no lloviera, el sujeto en cuestión se iría, pero no puede. entonces «no se va», porque desde su voluntad no le sale un genuino «me quedo».

Por eso a partir de mañana, cuando Messi vuelva a los entrenamientos y se reencuentre dentro del club (hasta ahora lo venía haciendo en su casa) con su gran y fiel amigo Luis Suárez, se cruce por segunda vez con Ronald Koeman y mire a los ojos al resto de sus casi excompañeros,. «Lío» estará haciendo algo que no quiere, pero debe. Y esa libertad que tenía hasta hoy, quedará circunscripta solamente a los metros cuadrados de un campo de juego, el lugar donde claramente mejor se expresa.

Pero como llegó Messi a este punto tiene tres aristas, una que tiene que ver con sus deseos insatisfechos, otra con la letra fría de un contrato, y una tercera mucho más noble hacia dentro e incomprendida hacia fuera.

La primera pasa por el hecho de que Lionel ya consiguió todo con Barcelona (su deuda pendiente en el fútbol es solamente con el seleccionado argentino, porque su obsesión es levantar una Copa con la camiseta celeste y blanca) y entonces, al revisar su documento de identidad se dio cuenta que los 33 años lo aproximan lentamente a un fin de ciclo, y se puso a mirar hacia arriba, para encontrar nuevas metas.

Pero cuando lo hizo, advirtió que arriba no hay nada. Que el mundo del fútbol lo tiene a sus pies, con todos los títulos, récords, premios y reconocimientos habidos y por haber. Y seguramente eso lo hizo salir a buscar «la nada», y la terminó encontrando.

La segunda está ligada a su contrato, pero lo extraño es que si el burofax que envió el 25 de agosto se apoyaba en que había una cláusula por la que podía irse «al finalizar la temporada» como decía él, y no «el 10 de junio» como señala su aparente «enemigo» Josep María Bartomeu, no se recurrió simplemente a la fría letra de ese compromiso, se lo puso sobre la mesa y ahí, sin más misterios, se sabría quien tenía razón.

Porque así como terminaron las cosas, el mismo Messi le terminó dando la razón al club, ya que obviamente él tiene una copia del contrato y sabe lo que allí dice. Ninguna de las partes en pugna, por razones obvias, pudo mostrar públicamente el contrato, pero por el desenlace que tuvo el entuerto habrá que darle la derecha al «Barsa».

El tercer punto, en cambio, tiene que ver con su condición de líder, silencioso sí, pero líder. Y como capitán y máxima figura que es, después del «Waterloo» de Lisboa (2-8 ante Bayern Munich por cuartos de final de Champions League) decidió desviar la atención hacia él y que los cañones dejaran de apuntar a sus compañeros.

Algo ya no similar, sino idéntico, sucedió el 26 de junio de 2016 en New Jersey, cuando al término de la final perdida ante Chile por tiros penales, la segunda consecutiva ante el mismo rival, por el mismo certamen y después de un 0 a 0 en los 90 minutos regulares y los 30 de alargue, Messi anunció que se iba del seleccionado argentino porque «ya no daba para más».

La derrota, que se sumaba también a la saga de finales perdidas en tres años consecutivos desde la del Mundial de Brasil 2014 ante Alemania, pasó a un segundo plano cuando Messi anunció en la puerta del vestuario, apenas finalizado el cotejo, en un episodio del que Télam fue testigo, y en los días sucesivos toda la sociedad futbolera argentina estuvo en vilo clamado por su vuelta, hasta con marchas al Obelisco y todo.

¿Y como terminó todo aquello? Pues Messi «recapacitó» y siguió jugando en la selección. De hecho ya estuvo en el siguiente compromiso. Ahora, con Barcelona, sucederá lo mismo, entre aquel partido que parece ya tan lejano con Bayern Múnich y el primero que jugará Barcelona por la próxima liga española ante Villarreal.

Quizá, entonces, Bartomeu no sea todo lo «enemigo» que aparenta, y Messi tampoco tan «desagradecido» como varios hinchas «culés» le endilgaron por estas horas. Quizá, como tanto le reclamaron los argentinos por siempre, este «Lío» de Barcelona sea el mismo de la selección. Y que haga como el tero, atrayendo la atención para un lado y alejándola del nido donde están sus pichones, sea su manera de demostrar que clase de líder es. Y quien quiera oír que oiga. Quizá «Lío».

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