Black Mirror: Un espejo roto en tres partes

¡Netflix, el gigante del streaming! ¡La bestia negra de la televisión paga! ¡El Rey Midas de la oferta de entretención doméstica! ¡El padre adoptivo de la serie distópico-tecnológica más famosa de los últimos años! ¡Netflix! ¿Qué pasó con Black Mirror?

Por Miguel M. Reyes Almarza*

Quizás porque nos acostumbramos a la incombustible sorpresa de sus fantasías, en un nicho tardíamente explorado por las miniseries, al menos desde Twilight Zone, o porque sus primeras 4 temporadas incluyendo el largometraje Bandersnatch -aquel donde podíamos escoger con nuestro control remoto las decisiones del protagonista- dejaron la vara muy alta por lo desafiante de su puesta en escena y lo urgente de la reflexión acerca de lo humano y la tecnología, es que la caída al parecer es más dolorosa y la crítica más punzante. Y es que la producción, que fue descubierta por Netflix en el año 2015 cuando hechizaba a los televidentes de Channel 4 en el Reino Unido sumando 2 temporadas y un especial navideño y que obligó a la empresa de entretenimiento ‘on demand’ a comprar sus derechos para seguir la racha, definitivamente tocó fondo en esta última entrega.

Solo 3 episodios que se leen como más de los mismo, excéntricos del eje fantástico y más solidarios con el drama humano que con la esclavitud tecnológica. Aquí donde los gadgets, protagonistas de las primeras entregas, dejan de ser necesarios y se quedan en simples artilugios que no son del todo relevantes para el desarrollo del argumento y la trama misma.

‘Striking Vipers’ abre la entrega con una historia de amigos y videojuegos donde lo importante no es precisamente el condimento ‘gamer’ sino más bien la pulsión sexual y la fragilidad de la heteronorma, pudo ser el mismo relato construido en las fantasías de sus protagonistas proyectadas en sus sueños y no en una consola y hubiera funcionado exactamente igual. ‘Smithereens’, el segundo episodio, toca la fibra con respecto a la soledad y la imposibilidad de sobrevivir al pasado, es cierto que también deja entrever la avanzada tecnológica de lo privado por sobre lo público, pero en el fondo es un hombre solo y desesperanzado como muchos hoy y siempre. ‘Rachel, Jack and Ashley Too’, el vociferado capítulo de cierre donde aparece como gran gancho comercial la cantante millennial Miley Cyrus, no es más que una metáfora de su propia carrera ahogada por el sistema y su relación con la fanaticada, sí, es cierto, hay un muñeco, una especie de robot que es parte central del relato, no obstante nada que vaya más allá de las posibilidades de ‘merchandising’ de un fenómeno masivo. Si les gusta Cyrus –como luce o como canta- tienen un capítulo de colección, de lo contrario, otra vez perdieron el tiempo esperando algo bueno e inquietante.

Quizás, y para intentar entender a la producción, es que Charlie Brooker –creador de la serie- esté cambiando la temática atendiendo a la imposibilidad de ir más lejos que la misma tecnología y volviendo a las viejas historias de amor y desamor muy propias de las generaciones más grandes – x por sobre todo- ¡lo humano ocuparía otra vez el lugar de las máquinas ante su inminente fracaso! O simplemente la oferta se agotó, la franquicia dejó de ser la vedette del ‘streaming’ y el espejo finalmente se rompió delante de todos.

★☆☆☆☆ (1 sobre 5)

*Periodista

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