Sábato y Borges: Arribistas sin igual

Tomamos té en su casa de Santos Lugares mientras me hacía pasar por periodista alemán. El autor de El Túnel y el escritor de calle Maipú pero que murió en Suiza, se odiaban pero almorzaron juntos con el general golpista Jorge Rafael Videla.

Escribe André Jouffé, periodista.

El escritor Osvaldo Bayer tiene razón al señalar que Ernesto Sábato fue un maestro para mantener el equilibrio en todas las décadas con catorce dictaduras militares encima. Julio Cortázar, por su parte, acierta cuando afirma que la seriedad de Sábato es “la de los pelotudos ontológicos que pretenden los escritores argentinos”.

El autor de El túnel sudaba dolor por los poros, los ojos, la boca. Y sin embargo fue despiadadamente cruel con su entorno. Él mismo lo confiesa al recordar su experiencia parisina: “Viví en una confusión horrible, mientras escribía mi primera novela y cometí la infamia de dejar que Matilde se volviera a la Argentina con nuestro primer hijo, de pocos meses, mientras yo tenía una amante rusa”.

Pese al odio que se tenían, lo que asemejaba a Jorge Luis Borges con Sábato era su arribismo. Es cierto que el hombre que habitaba Santos Lugares (para llegar a ese barrio bonaerense había que tomar el tren en la estación de Sarmiento al lado del Big Ben porteño) y que murió ad portas del siglo de vida, no fue encarcelado ni exiliado, pero era medio masoca y estaba siempre como sufriendo. Dicen que Piglia es su hijo putativo, otros que lo fue Cortázar aun cuando hablaba barbaridades del autor de “El túnel”.

En su propio hogar mientras me mostraba sus pinturas me dijo que estaba quedando ciego. ¿Cómo entonces daba con las telas? Sufría por su esposa Matilde en silla de ruedas y que falleció en 1998. Lo peor fue la muerte de su hijo Jorge, ocurrida tres años antes. Quien fuera ministro de Raúl Alfonsín, un presidente que lo calzaba justo, perdió la vida en un accidente automovilístico.

Con Ernesto Sábato tomamos té y me trató bien. Yo no. En “Las piernas de Mariana” fui irreverente y Enrique Lafourcade me hizo pedazos en toda la última página del cuerpo de Reportajes de El Mercurio en 1993.

Lo del arribismo se remonta a cuando le pedí una entrevista desde Chile durante años pero que nunca conseguí porque siempre estaba muy ocupado o no respondía. Cuando lo hice haciéndome pasar por Walter Taube, periodista del Spiegel de Alemania, accedió ese mismo día. Fue una tortura pero que superé gracias a que aprendí a hablar español como lo hacen los alemanes -porfiados para el idioma- gracias a mi padre, que jamás lo hizo correctamente. Pasé airoso la prueba.

En cada instante transpiré de puro terror en su bungalow  de ser sorprendido en falta, pero no me quedaba otro recurso para llegar a Sábato.

Con Jorge Luis Borges ocurrió algo similar hasta que mi amigo Enrique Gandásegui me dijo que lo llamara de su oficina en la Embajada de Chile en Buenos Aires (quizás hasta me vio Arancibia Clavel ese día). Así lo hice y Borges me preguntó: ¿Dónde se encuentra? “En la Embajada de Chille”, respondí. De inmediato me invitó a su departamento en calle Maipú para esa misma mañana.

Le hice la entrevista en alemán, como escribí en “Las piernas de…” y en otro que se llama “El lado b de los escritores”, para torturarlo y vengarme de la forma como trató a Witold Grombrowicz cuando Borges era el apollerado de las hermanas Ocampo, especialmente de Victoria y no le daba pasada al pobre polaco. ¿Celos de un homosexual reprimido hacia otro asumido? Nunca lo sabremos.

Sólo queda en el registro, que tanto el marido de María Kodama como Sábato, almorzaron juntos con el general Jorge Rafael Videla el 19 de mayo de 1976 y “el topo”, como lo apodaba Borges, no se atragantó con la comida.

1 comentario
  1. Christian dice

    Por qué se escribe?. Por qué escribo una columna?. Cual es mi objetivo al hacerlo?. Aportar, dar una nueva mirada, un nuevo enfoque a un tema, criticar con proposiciones o, simplemente, escribir por escribir y de paso exponer situaciones pedestres, copuchas, menudeo. Esto último es lo que aprecio en la columna de este periodista añoso en su ejercicio profesional. Sea como fuere, los detalles mencionados, aún cuando puedan develar mínimamente algo de la identidad de estas «bestias literarias», no aportan nada ni desvirtuan sus inmensas obras. Si Heidegger era pro nazi y la Mistral lesbiana, resulta irrelevante para entender el legado que dejaron. Sino, pregúntenle a Hanna Arendt.

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