El desafío histórico

Todo movimiento histórico tiene y construye identidad. Ella emana de su propia dinámica. Genera productos culturales nuevos y muchas veces trasgresores. Disputa hegemonías cuando es emancipador de verdad. Pero también mira al pasado para construir futuro.

Por Juan A. Lagos, miembro Comisión Política del PC

La contradicción histórica entre dominación neoliberal y democracia soberana se agudiza en Chile. El paradigma pos-moderno se triza y se agrieta producto de un acumulado histórico de descontentos que expresan el término de un ciclo y el inicio de otro que recién despunta.

Por primera vez, desde el comienzo del primer ciclo que se inició en el siglo pasado, a comienzos de los noventa, la matriz de gobernabilidad sustentada en la llamada política de los consensos entre los dos bloques sistémicos, entra en cuestionamiento manifiesto por parte de mayorías nacionales aún no articuladas del todo en un proyecto alternativo político y orgánico.

Por primera vez, la delegación ciudadana y social de poder hacia dos bloques políticos relacionados por un pacto estratégico de gobernabilidad, ha entrado en una crisis latente que por momentos es manifiesta.

Se cuestiona la política económica monetarista de acumulación, lo que se expresa en una creciente demanda por el fin al lucro y a la usura. Y por esa vía, entra en duda la credibilidad de un paradigma monetario que ha subordinado a Chile al flujo de acumulación de valor y plusvalía transnacional desde un territorio nacional privilegiado.

Amplios sectores sociales instalan sus demandas como derechos ciudadanos, y comienza un rechazo transversal a una lógica de mercantilización extrema que inundó prácticamente toda la vida social e individual del país y sus habitantes. La contradicción-tensión ciudadano-consumidor se hace manifiesta.

Hay expresiones de subjetividad en construcción hacia nuevas formas de identidad, y las articulaciones orgánicas en territorios y frentes sociales alcanzan convergencias sociales y políticas que sólo se habían logrado (de manera diferente) en la resistencia y en la lucha en contra de la dictadura de Pinochet.

Es más evidente ahora, para amplias capas ciudadanas, el rol de contención, fragmentación y exclusión de una institucionalidad política que era considerada como una especie de “limbo democrático” que se requería aceptar, tolerar y respetar: “Democracia en la medida de lo posible”.

Las movilizaciones sociales han dejado de ser hechos físicamente episódicos, temporales, y su rasgo más relevante es que expresan una tendencia, más allá de las formas que adoptan: Marchas, concentraciones, plebiscitos ciudadanos, paros, caceroleos, “thriller” callejeros.

Irrumpen trazos y señales de que la ciudadanía desea y demanda democracia participativa, mientras las crisis de representación objetivamente instaladas en la institucionalidad política, se agudizan.

Sólo una nostalgia conservadora, mecanicista y carente de pasión, situada en la euforia de los noventa, podría negar que en el fundamento principal del cambio de escenario en Chile, están las movilizaciones que expresan en buena medida el surgimiento de un nuevo sujeto social, que ciertamente recién despunta en su fase de construcción.

(Tal vez la política, la imaginación sociológica y la teoría de Antonio Gramsci pueden dar muchas luces conceptuales e históricas a la descripción y análisis de este sujeto social emergente, en construcción. Pero, el presente referencial de las clases en Chile y la historia política y social de nuestro país, que no se dejan capturar por el capricho de quienes pretenden imponer a priori eventuales sujetos que intentan justificarse desde una historicidad mesiánica, muestran la potencialidad de este factor socio-político, insistimos, recién en construcción).

La política es también práctica teórica y generación de teoría, de formulación de marcos conceptuales; pero tiene un valor ético y estético cuando se reconoce desde y en la espesura de las masas, y desde y en los movimientos reales.

Es lo que ocurre en Chile y es lo que ha hecho cambiar generacionalmente el cuadro de correlación de fuerzas con grandes potencialidades para un camino emancipador de mayorías nacionales.

El proceso tiene tal profundidad, que se inunda con la irrupción protagónica de las nuevas generaciones de chilenas y chilenos, hasta ahora mantenidos bajo control en la configuración de “mascotas” excluidas del ámbito de incidencia e influencia social.

Eso cambió radicalmente, y en muy buena hora, todo indica que los jóvenes llegaron para quedarse.

Pero toda construcción histórica con sentido emancipador, cuando es real, debe enfrentar desafíos que tienen tiempo y espacio.

Las clave del desafío

Desentrañar las claves para enfrentarlo, son una cuestión fundamental.

1) El escenario planetario cambia dinámicamente. Las turbulencias financieras expresan un fenómeno más profundo: Las crisis cíclicas del capitalismo transnacional se agudizan y las economías centrales continúan estructuralmente sumergidas en un proceso de deterioro. Hay claras señales que, en su fase de mundialización, el capitalismo financiero expone síntomas que refieren a la desproporción entre sub producción y sobreproducción. Pero también hay cuestiones que indican que, esta particular crisis, remueve cimientos del sistema de circulación. Y ocurre algo parecido con la baja tendencial de la tasa de ganancia.

Esto es lo que cuestiona, ahora, “el modelo” económico del campo capitalista. Porque cuando comenzó su hegemonía a comienzos de la década de los noventa, se pensó que la Humanidad entraba a su paradigma definitivo, esto es, “el fin de la historia”, en la filosofía decadente de Fukuyama.

Chile ha tenido sus propios tiempos históricos en este período de la Humanidad. Fuimos de avanzada respecto de un proyecto nacional soberano independiente al imperialismo norteamericano. También el país se adelantó respecto de una contrarrevolución centrada en el capital especulativo y una hegemonía monetarista, ya advertida por Salvador Allende en su preclaro discurso ante la ONU. El “laboratorio neoliberal” reconocido en el mundo desde comienzos de los noventa, en Chile, se caracteriza por combinar gobernabilidad política con reducidos espacios democráticos (dominación sobre la base de los consensos entre dos bloques), y un “modelo” económico extremadamente monetarista, que institucional y legalmente permite que las tasas de acumulación financiera y de plusvalía sean de las más altas que existen en el mundo.

Los grados de incidencia de esta crisis del capitalismo especulativo mundial, en Chile, se expresan a lo menos en las siguientes cuestiones:

-Baja creciente de la legitimidad y credibilidad del modelo monetarista extremo, impuesto por la dictadura de Pinochet y desarrollado, en lo esencial, por los gobiernos de la Concertación.

-Síntomas evidentes de que la baja en tasas de ganancia y renta puede afectar negativamente el ciclo de acumulación del capital financiero en Chile.

-Desigualdad social extrema que presiona hacia nuevas formas de redistribución de la riqueza y los ingresos, entre otras, la reforma tributaria.

-En Chile, el modelo de acumulación pasó hace rato el límite respecto de la auto sustentabilidad del medio ambiente, y lo pone en riesgo vital. En este sentido se debe incluir con mirada estratégica el profundo asunto de los recursos y riquezas naturales y energéticas.

-La relación capital-trabajo, en sus formas productivas (economía real), muestran una tendencia decreciente y el plus valor se deteriora en su forma de valor social. Dicho de otra manera, la condición esencial del trabajo como acumulado de valor, decrece.

-Dado el marco internacional, se comienza a llegar al límite de una economía nacional que no genera valor agregado.

-Surgen modelos económicos alternativos que podrían ser la base de políticas económicas de transición, desde el monetarismo extremo realmente existente, hacia nuevas formas y paradigmas que pueden tener un positivo impacto en políticas públicas; en una economía de integración real con el bloque sudamericano y americano (sin los Estados Unidos); y en una economía que recién empieza a visualizar la necesidad de un camino hacia la generación de valor agregado-productivo.

-El cuadro regional, con el desarrollo de sistemas bilaterales y multilaterales de integración, que apuntan estratégicamente a la configuración de un bloque de estados nacionales integrados, es una tremenda oportunidad histórica para Chile, tanto en el campo propiamente económico, hacia la superación de las asimetrías, tanto en el campo político y cultural, hacia la búsqueda de identidades comunes.

2) El período histórico, desde el punto de vista político y las correlaciones de fuerzas que lo subyacen, muestra con claridad que sólo una derrota de la derecha criolla, en toda la línea, permitirá abrir una nueva fase política en Chile. Derrota que significa, en primer lugar, conquistar un gobierno de nuevo tipo, con una plataforma programática realmente democrática y que exprese la voluntad política de avanzar en esa dirección y en la superación definitiva de la matriz de gobernabilidad que finalmente permitió la llegada de la derecha al gobierno, esto es, la política de los consensos y la “democracia de los acuerdos”.

Pensar que es factible, desde el punto de vista democrático, volver a una reposición de la política de los consensos con un programa de gobierno de reformas “gatopardistas”, es simple y esencialmente no ver el riesgo de una derecha que tiene históricamente la capacidad de rearticulación desde un poder estratégico que sostiene casi intacto. Más todavía, es bastante factible pensar que, un tipo de gobierno con esa lógica política, esto es, de reposición y cambios parciales en diálogo e interacción de co-gobernabilidad sistémica con la derecha, será cautivo de una derecha que aplicará todo el rigor del peso de una institucionalidad política hecha para la contención estratégica, y que probablemente impedirá cambios aún parciales, mientras haga emerger una matriz populista que hoy es latente en esa misma fuerza reaccionaria.

Pero derrotar a la derecha no es sólo conquistar un gobierno de nuevo tipo. Hoy, el camino hacia la derrota de la derecha y esa perspectiva se abrió, y de una muy buena forma.

La tendencia a la configuración de un nuevo sujeto social, que puede llegar a ser socio-político, se expresa en las movilizaciones, en las articulaciones territoriales y sectoriales y, especialmente, en la emergencia y desarrollo de una Plataforma que es, en rigor, un nuevo estatuto programático para un nuevo estado nacional de carácter realmente democrático. Hoy existe una lógica de simultaneidad entre la aspiración programática de un gobierno de nuevo tipo y las aspiraciones de un movimiento social diverso y heterogéneo que se articula de forma creciente.

Esto, que para los nostálgicos noventeros podría ser una debilidad, porque según ellos hace peligrar la supuesta autonomía de los sujetos y movimientos sociales, autonomía que ¡Nunca existió realmente!, es una gran fortaleza porque articula la fuerza socio-política en un movimiento real de masas que bien puede llegar a ser expresión de mayorías nacionales.

En términos estratégicos y de la delegación del poder, lo que debería profundizarse es el protagonismo de tales sujetos en la realización de la política, en un sentido global y cómo se realiza esa materialidad, especialmente de cómo en la mediación orgánica la política emancipadora se genera desde y con los movimientos sociales.

Esta perspectiva no nubla ni niega la política y los partidos. Al contrario, los debería potenciar. Lo que ocurre es que los partidos que efectivamente generan política emancipadora son “liberados” del “cautiverio” de una institucionalidad y un paradigma teórico neoliberal que los ha encuadrado en una función y una institucionalidad que les impide la construcción participativa de la política. Que los distancia de la potencial incidencia para cambiar el carácter del estado. Entonces, de la delegación se puede pasar a una construcción que facilita y amplía los espacios cívicos y políticos. Tal vez en esta lógica las nuevas formas de representación en una institucionalidad política democrática, bien podrían implicar cambios tales como la superación del bicameralismo; la construcciones comunales y regionales, entre otras cosas.

Pero, hay un asunto de práctica y efectividad política que fundamenta también lo anterior. Un gobierno de nuevo tipo, necesariamente, debe plantearse la idea política de derrotar a la derecha desde su factibilidad como gobierno efectivamente de nuevo tipo. En cualquier caso, ese gobierno necesariamente tendrá que recurrir y gobernar con las mayorías nacionales y apoyarse en ellas para realizar su programa. No tiene ninguna otra alternativa. Y eso requiere imaginación política; fuerzas movilizadas como asunto central y movimientos tácticos para configurar alianzas que expresen a esas mayorías nacionales.

Los procesos electorales

Entonces, visto así, las elecciones que vienen, especialmente las parlamentarias y la presidencial, tendrán o deberán tener el carácter de referéndum plebiscitario, en el sentido que se vota no sólo por un programa, sino también por las formas en que se aplicará ese programa y su realización.

¿Cómo un gobierno de nuevo tipo avanzará hacia la realización de una nueva Constitución política, vía asamblea constituyente, si no enfrenta primero, para superar la actual correlación de fuerzas que le da a la derecha un poder de contención muy grande? La conquista de un gobierno de nuevo tipo es un paso gigantesco en esa dirección, en cuanto poder y expresión simbólica. Quienes no ven esto y se “saltan” hacia la pura y mecánica idea de que la asamblea constituyente resuelve el problema del poder, presentan un vacío en la necesaria vocación de poder político para la transformación.

Toda la historia reciente de los pueblos de América muestra la certeza de esta hipótesis, y todo indica que Chile no es una excepción en este sentido.

Por eso, la relación dialéctica entre gobierno de nuevo tipo, camino o vía de realización y fuerza material para ese proceso, es una asunto crucial.

Ahora, es bien probable que la derecha criolla, los clanes financieros, el imperialismo norteamericano y sus socios menores europeos, traten de frenar la lógica de cambios aún cuando estos cambios sean parciales, desde un gobierno con esta impronta histórica.

La ubicación exacta del carácter del período y la batalla principal, pueden ayudar a evitar los maximalismos que en nuestra historia y en la historia y presente de los pueblos de América, han costado muy caro a los pueblos, en primer lugar.

El objetivo principal del período es derrotar a la derecha, en un sentido histórico y estratégico.

Para eso se requiere un programa, un nuevo sujeto socio-político y alianzas acordes a la acumulación de esa fuerza y su materialidad.

Tal vez, desde este camino que abre brechas, es posible pensar en la realización de una ruptura democrática con el complejo, pesado y fuerte sistema de dominación actual.

En este contexto, el surgimiento de nuevos bloques políticos puede dinamizar y ayudar al proceso de acumulación de fuerzas, especialmente si arranca desde la lógica de reconocer en los movimientos reales de masas un sujeto principal y no un componente secundario o que hay que “domesticar”.

3) Una nueva subjetividad emerge desde los movimientos y la ciudadanía. Muy poco de todo esto se expresa, se refleja y se proyecta en el totalitario y parcial sistema de medios chileno. No hablamos sólo de los grandes canales de TV, la referencia es al complejo y sistémico espacio de mediación que encubre la sociedad chilena, hasta sus más lejanos puntos en donde se construye presente referencial.

En este contexto, se aprecia el surgimiento de un nuevo ethos nacional, que nace después de décadas de intentos por hacer del país y su imaginario una nación articulada en la “aldea global” que debía surgir al calor del capitalismo salvaje. Se cuestiona las formas y los valores de una “democracia representativa” limitada y carente de pasión, ciudadanía y trascendencia.

Las expresiones artísticas nuevas; las nuevas formas de organización de los trabajadores; la emergencia de construcciones y redes de conocimiento; los intentos por la re configuración de significados en los espacios sociales y culturales, son señales no menores en relación a un ideario emancipador que está por construirse, pero que se construye y en buena medida no es del todo visible.

Todo movimiento histórico tiene y construye identidad. Ella emana de su propia dinámica. Genera productos culturales nuevos y muchas veces trasgresores. Disputa hegemonías cuando es emancipador de verdad. Pero también, todo movimiento histórico mira al pasado para construir futuro. La relectura del período reciente (no el de la lucha en contra de la dictadura) es una necesidad del presente referencial. Pero esa relectura se está haciendo en las calles; en las marchas; en el rumor social. Y en grados no menores se deja capturar en las consignas.

Este aspecto es tal vez el más relevante de todos, y atañe a todo intento real de tratar de que sean las masas, los sujetos, en definitiva el Pueblo, el que tome el protagonismo fundamental. Pero sin lugar a duda estamos ante la necesidad de un ethos nacional, no parcial, un paradigma valórico, ético y estético de una dimensión no conocida en Chile, ni siquiera en la lucha nacional, amplia y unitaria en contra de la dictadura.

Chile, como estado nacional, se enfrenta a la encrucijada de construir en este tiempo histórico una subjetividad que no excluya a nadie del objetivo democrático que se plantea.

1 comentario
  1. alejandra dice

    y esto no se puede decir en menos palabras? nadie le comentó al autor que en la era digital hay que aprender a hablar en «ciudadano», o sea, ser capaz de decir e interpelar al otro desde un espacio razonable? Claramente hay que ser muy pero muy «disciplinado» para leer esto… yo me abstengo XD

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