El silencio de los buenos modales

SilvaLos chilenos no encontramos en el ámbito político las representaciones que pudieran servirnos de espejo para dar nombre al pasado y con ello apropiarnos de él. A falta de ellas, optamos por el silencio. Se trata de una suerte de silencio compartido.

Por Matías Silva, abogado

En nuestro Chile, las diversas memorias sobre el golpe de estado y la dictadura militar siguen en pugna. Cada uno busca instalarse como la versión legítima y verdadera del período en cuestión. Para algunos, este momento es el fin del caos, mientras que para otros, aquí me incluyo, es la interrupción de una larga tradición democrática que viene a marcar con violencia la convivencia de nuestro país. Cada una de estas versiones promueve distintas formas de recordar el pasado.

Algunos invitan a conmemorar la fecha llamando a la reflexión y el reencuentro entre los chilenos, mientras que otros salen a las calles, no sólo como un modo de recordar sino también de exigir verdad y justicia en relación a los atropellos a los derechos humanos ocurridos entre 1973 y 1990. En esta diferencia, la postura oficial Alianza-Concertación (hoy Nueva Mayoría) se ha apoyado en diversas estrategias conmemorativas cuyo objetivo ha sido establecer una política de reconciliación nacional que deje al 11 como un hecho del pasado, sin mayor incidencia política sobre el presente, y que neutralice las expresiones de verdad y justicia vinculadas a las agrupaciones de derechos humanos.

Después de terminada la dictadura, la debilidad de la memoria de los chilenos durante la transición chilena tiene distintos motivos. Uno de ellos se explica porque los ciudadanos, asustados por la experiencia vivida, temen los conflictos y prefieren la «democracia de los acuerdos» instalada en 1990. Esta política de los acuerdos lleva necesariamente al olvido, pues el recuerdo en Chile del 11 de septiembre de 1973 es la representación de un conflicto.

Esta postura en relación a nuestra memoria, responde a un modelo que se caracteriza por la búsqueda de una paz social que asegure a todos estabilidad y gobernabilidad. Todo esto se funda en una concepción de una gran familia chilena, quebrada por el golpe militar y donde el discurso oficial llama al reencuentro, al gran abrazo. El regreso a la democracia no es sino una puerta que se abre para permitir una nueva convivencia pacífica entre los chilenos, la que pasa por un reconocimiento de lo sucedido durante la dictadura, apareciendo entonces un nuevo concepto, el perdón. Claramente esto implica colocar restricciones a las demandas de verdad y justicia y se instala también entonces el concepto “de la medida de lo posible”

Por otra parte, la fijación del discurso público en la gobernabilidad presente y en lo éxitos del futuro resta espacio al pasado y termina por inhibir el duelo. La gobernabilidad en Chile después de la dictadura, es entendida más como ausencia de conflictos, de no reconocerlos, que como la forma colectiva de procesarlos.

Saltarse el conflicto de 1973 no contribuye a ahuyentar los fantasmas de la memoria. Se opta por no correr el velo, ya que el recuerdo trae un conflicto incontrolable. Los chilenos no encontramos en el ámbito político las representaciones que pudieran servirnos de espejo para dar nombre al pasado y con ello apropiarnos de él. A falta de ellas, optamos por el silencio. Se trata de una suerte de silencio compartido.

Los 23 años de gobierno democrático han desarrollado una política de memoria del 11 y de la dictadura que demuestran una intención desesperada de dejar esta fecha y este periodo de nuestra historia en el pasado, cortando todo nexo con el presente, de modo de permitir una gobernabilidad sin mayores sobresaltos. Labor bastante difícil cuando como Estado, no hemos cumplido la tarea que corresponde en materia de atropellos a los derechos humanos, cuando la mayor parte de la derecha se empecina en eludir las responsabilidades políticas en estos atropellos, y cuando la conversación acerca de qué es lo queremos como sociedad (Nueva Constitución) nos lleva a mirar un pasado todavía bastante presente. Esto implica, que a pesar de la porfía oficial, el tema de la memoria aún no está clausurado, mal podría estarlo cuando aún no ha sido abordado.

Este silencio instalado, que hoy no tiene consignas, conoce la historia pero la calla. Se trata de un silencio que se presenta como un gesto de educación entre quienes se encuentran en trincheras políticas distintas, como sacado del Manual de Carreño. Es una expresión de buenos modales que permite relaciones de cortesía dentro del salón, pero que silencia una buena conversación pendiente.

4 Comentarios
  1. Anita Andrade dice

    Afortunadamente cada vez hay menos silencio y más voces que se levantan con una mirada crítica del pasado y especialmente de la transición pactada entre dictadura y oportunistas.

  2. Peirano dice

    Cada vez entiendo menos este afán de volver al pasado y revisar imagenes de una época que nos separa y que lo seguirá haciendo por décadas si es que no somos capaces de olvidar y cerrar el asunto. De qué sirve mostrarle a jóvenes que nada vieron de esto, lo que ocurrió hace 40 años. Ayuda a mejorar los salarios, la economía, baja el IPC. Dejemonos de joder!

  3. Mario Mardones dice

    Felicitaciones al columnista. Interesante planteo y bien escito.

  4. ChasK dice

    Entiendo y comparto la tesis. El comentario de Peirano es una expresión de ello.
    No es joder, estimado, es una necesidad. La necesidad de saber, la necesidad de reparación a través del reconocimiento del dolor y de su reparación mediante la justicia.
    El olvido no nos juntará, nos seguirá separando, en la medida que no seamos capaces de esclarecer todo.
    Mientras Cheyre siga negando que sabía lo que todos en Serena sabían, mientras los demás «Cheyre» sigan mintiendo, no hay posibilidad de abrazo.

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