Los ceacheí madrileños

MontseA pesar de que había una parte importante, entre la gente que conozco, que quería que España perdiera porque creía que era un chivo expiatorio para olvidar los problemas que aquejaban en 2014, otros, con la pasión de siempre, sufrían: “vaya horror, es que ya no nos consuela nada…”.

Por Montserrat Martorell (Desde Madrid)

«¿Vamos a ver el partido a un bar chileno?’, me preguntó hace algunos días una de mis amigas de esta ciudad que se llama Madrid y en la que vivo hace nueve meses. «Perfecto», le respondo. «Vamos, vamos».

Miércoles 18 de junio, 20.30 horas. Nos bajamos del 44, el bus que nos deja en Moncloa, distrito conocido por el Arco de la Victoria, el Cuartel General del Ejército del Aire, la calle Princesa y los cientos de universitarios que pueblan cada día sus calles.

Caminamos, hablamos, reímos y sin fijarnos mucho en los números, nos dimos cuenta que habíamos llegado al pub que tanto buscábamos cuando reparamos en siete mujeres maquillándose, con espejo en mano y actitud de ganadoras, la cara con los colores de la patria, de nuestra lejana patria.

Tres segundos después y ya estábamos adentro, disfrutando de los tintos de verano y las empanadas y los hot-dog -y pásame el pebre y dame más palta-, que abarcándolo todo con sus olores, salían una detrás de la otra en las manos de esos chilenos que decidimos ir a ver el partido entre España y Chile en esta tarde de primavera.

Hace calor. Más de 30 grados y las banderas, que se mueven y mueven, golpean los rostros de esas personas, de esos connacionales, que lucen sombreros donde el rojo, azul y blanco son los protagonistas. Puedes adquirirlo por 10 euros en el mismo bar, dice el cartelito que está pegado al vidrio. “¿Y si nos compramos uno?”, le pregunto a la Javi. “Lo podemos usar en los próximos partidos”. Ella se ríe y yo sé que esa risa significa “no me jodas”.

Un pequeño Chile, esa fue mi primera sensación apenas puse un pie en ese lugar donde las cervezas de conocidas marcas de nuestro país invitaban a sentarnos a ver el partido desde distintos ángulos, diciéndonos que sí, diciéndonos que podíamos ganarle a esa España en el corazón, de la que nos hablaba el poeta.

Fueron dos goles que gritamos con nuestra alma y nuestro corazón; 90 minutos donde no despegamos los ojos de esa pantalla gigante, donde casi no pudimos mirar los whatsapps que llegaban y llegaban, de aquí y allá, preguntando: ¿cómo están los españoles? ¿Cómo lo están viviendo allá? ¿Qué se dice en Madrid?

“Tristeando”, respondía yo, en alusión al cuento de la Mastretta que crea esta palabra para definir ese estado del alma, esa actitud irracional, que se mete por todos los espacios y que nos dice que algo no está bien, que el cuerpo también sufre. Sí, así sentía yo estaban los españoles, esos españoles que son también grandes amigos. Y es que tenía que ver con tanto y tanto: una monarquía en pleno siglo XXI que se llena los bolsillos mientras el país se cae a pedazos, los recortes en educación, una cesantía que sobrepasa el 20 por ciento en la historia de una generación que es, sin dudas, la mejor preparada, un gobierno dirigido por el Partido Popular que juega, cada día, a convertir al país en un estado conservador y anacrónico. Y tanta gente en la calle, tanta gente en la calle…

¿Cómo no iban a estar tristeando?

A pesar de que había una parte importante, entre la gente que conozco, que quería que España perdiera porque creía que era un chivo expiatorio para olvidar los problemas que aquejaban en 2014, otros, con la pasión de siempre, sufrían: “vaya horror, es que ya no nos consuela nada…”.

Terminó el partido, afuera todo era silencio. Pasaban junto a nosotros rostros que tristes y ojerosos comentaban algo, un pasaje… una, dos o tres palabras. El resto era voces en blanco, bocas cerradas. No encontré ninguna sonrisa. Los bares bajaron sus persianas, había desgano en el ambiente y si escuchabas ruido, te dabas vuelta, y era alguien cubierto por una bandera chilena. Así lo vi yo, así lo viví yo. Mis ojos de extranjera, de desterrada del alma.

Medianoche en la capital española y 2-0 ganó Chile. El mundial sigue para nosotros mientras en esta tierra, la gente duerme pensando que estamos en un mundo donde hoy están en juego tantas cosas, tantas otras cosas importantes que van más allá de la pelota.

Mira para el lado, mira al otro… sé testigo que la desesperanza se está comiendo a la vieja Europa y que hay que hacer algo para que el grande no se nos caiga. O quizás no. Quizás tenía que ser así.

El mundial pasa y los problemas quedan. Sigamos gritando ceacheí, sigamos gritando “que gane el más mejor”, sigamos pensando que así es la vida y así es el fútbol. ¿O no?

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