Mucha forma y poco fondo

SilvaSomos un país de mucha forma y poco fondo; por eso en las formas, da lo mismo lo que se dictamine, pues los fondos generan respuestas irrefutables a la conciencia y al sentido común, mismas que siempre son subestimadas por quienes nos gobiernan. Lo que se viene gestando es que las reformas y transformaciones que estamos discutiendo serán de baja intensidad, la conclusión es que estos avances provienen del mismo lugar: mucha forma y poco fondo.

Escribe Matías Silva Alliende, abogado

Tengo conocidos, no amigos, que intentando vendernos un poco más de humo, dirán diplomáticamente que la forma y el fondo son lo mismo. Pero lo cierto es que, si un país que se dice democrático y aspira a tener una Constitución basada en el respeto, en la igualdad ante la ley para todos los ciudadanos cualquiera que sea su sexo, raza, religión, ideas políticas, condición social o poder adquisitivo, se supone que todas estas cosas son el fondo y el basamento institucional sobre el que se asientan las formas, o sea, las leyes y ordenanzas específicas que reglamentan esos principios fundamentales.

¿Qué sentido ético, moral, político, tiene entonces la propuesta del senador Espina que autorizaría la tortura en los interrogatorios a terroristas so pretexto de que esos métodos repulsivos para cualquier demócrata de forma y de fondo son la única manera de prevenir nuevos atentados? Todos queremos la erradicación del terrorismo porque todos podemos ser probables víctimas, pero, ¿ésa es la forma? ¿Una forma que por una circunstancia eventual niega y anula el fondo sobre el cual se construyó una nación con todo lo que ello implica? Si somos una democracia republicana desde hace más de 200 años, propuestas como la anterior nos hace parecer más a una monarquía con muchos límites con figuras absolutistas y personalistas -con cortes y cortesanas-, que más que liderazgo quieren hegemonía.

En un país donde prima la inmediatez sobre lo reflexivo, y lo apetitoso a la vista sobre la razón, la política ha devenido en algo vacío, en lugar de ser la herramienta para explicar la elección que hace el gobierno o un partido en función a sus principios y los pros y los contras de dichas opciones. Así hay que hacer un gran esfuerzo para poder llegar al fondo de lo que se está comunicando, apartando los eufemismos de lo políticamente correcto.

La avalancha de párrafos y apóstrofes modificadas en la praxis por los órganos legislativos y acordadas también fuera de este núcleo -café y galletas incluidas- se encuentran a punto de consumarse. Aquí los partidos, los representantes de la vieja política, así como también los candidatos que antes la criticaban, se han comportado de una manera bizarra.

Los personajes antes mencionados, unos más que otros, descartan el pensamiento del ciudadano con respecto a estas reformas y más aún que un ciudadano ajeno a todo esto, sea capaz de preguntarse. La respuesta de los sabios del sistema» es que no importa. Las galletas y el café no alcanzan para todos, o alcanzando no todos cabemos en el living.

El comportamiento de la partidocracia chilena al día de hoy ha sido chaquetera. Vaivenean con el «sí» y el «no» una y otra vez, y con el «sí, pero» y el «no, pero» en función de los acuerdos o desacuerdos alrededor del costo de su voto para respaldar las mentadas reformas. Ya no es tan sencillo como antes leer desde afuera la intención particular de un diputado o senador, ni la de un grupo parlamentario mucho menos la de un partido político. En la forma, los que se encuentran jugando este complejo juego, se mantienen y osan perdurar. En el fondo, los resultados siguen siendo los mismos para los ciudadanos.

Esto que estoy intentado relatar no son fantasmas ni sensaciones paranoicas. Podemos decir que son los hechos que conforman nuestra historia desde la recuperación de la democracia. Forma y fondo no son lo mismo. Si la forma no permite la concreción del fondo, jamás podrá ser valedera o útil. Si la forma es sólo discurso, entonces deviene en hipocresía.

Parece que la solución pasa entonces por ampliar la mirada para centrar la discusión en los aspectos articuladores de una política posible. Esta ampliación de mirada, que es también un cambio de mirada, y con ello de discurso, implica una apuesta de renovación de las premisas y conceptos desde los cuales se aborda y actualiza la relación gobernantes y ciudadanos.

A través de esta visión crítica llegamos a una visión más profunda o con más fondo. Tenemos la oportunidad de promover un proyecto de sociedad más asociativo. Todo esto bajo una cultura solidaria receptiva a la inversión pública y a la responsabilidad compartida. Alimentando una cultura de la confianza dentro de la cual pueda florecer un nuevo pacto social. Pacto social que nos permita a todos como ciudadanos comunes comprender y abordar nuestros problemas comunes. Esta visión no nos invita a habitar y operar las instituciones actuales con un espíritu diferente, que pareciera ser la propuesta oficial, sino que nos invita al menos a cambiarlas.

La discusión no está cerrada, es preciso aportar nuevos elementos que permitan profundizar la reflexión y avanzar hacia la construcción de una nueva política. Claro está que asumir estos objetivos implica asumir un trabajo de creatividad en la relación ciudadanos y gobernantes, aquí se encuentra el desafío, el de un nuevo modelo para armar con forma y fondo.

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