Pinochet, presente. ¿Ahora y siempre?

mauricio Daza nuevo columnistaEl dictador y su legado no son algo del pasado, sino que su presencia es evidente, aún cuando se exprese de manera más soterrada.

Por Mauricio Daza Carrasco, abogado

Al cumplirse 10 años desde la muerte de Augusto Pinochet se ha vuelto a poner la atención pública sobre su figura, haciendo especial énfasis en sus últimos años de vida, marcados por los inútiles intentos para hacer justicia en su contra. Sin embargo, la marca de la dictadura cívico-militar que protagonizó Pinochet va mucho más allá de su figura y del rastro de muerte que dejó a su paso, la cual se expresa a diario en el modelo socio económico que impuso a sangre y fuego, el cual fue legitimado y profundizado precisamente por quienes tomaron la bandera del restablecimiento democrático.

Efectivamente, hoy observamos cómo se empieza a revelar que importantes dirigentes de los dos bloques que concentran el poder político en nuestro país estaban capturados a través del financiamiento, legal e ilegal, realizado por un puñado de grupos económicos. La paradoja está en que son precisamente esos dirigentes políticos quienes han tenido el control de los órganos del Estado que deben fiscalizar y regular a esos grupos económicos. Este circulo vicioso, que tiene literalmente secuestrada a nuestra democracia y del cual solo se ha conocido la punta del iceberg, encuentra precisamente su origen en el gobierno de Pinochet, donde más que imponer un modelo neoliberal fundado en la creencia que el mercado es el mejor asignador de recursos, en un contexto de libre competencia y transparencia, lo que se hizo fue consolidar una economía híper concentrada y opaca, dependiente en lo sustantivo de actividades extractivas sobre recursos no renovables, sin facilidades reales para que ingresen nuevos actores a fin de generar una competencia verdadera. A esto se debe sumar que las principales empresas públicas, objeto de cuestionables privatizaciones, terminaron en manos de personas y grupos económicos afines a la dictadura, logrando controlar por esa vía aquellos mercados en los que hasta ese entonces el Estado había tenido un papel preponderante, lo cual se justificaba por el interés social que revestía su actividad. Cabe destacar que uno de los “acuerdos de la transición” fue precisamente el no revisar tales privatizaciones, las que definieron el mapa del poder económico de nuestro país, vigente hasta el día de hoy.

Así las cosas, no debe extrañar que durante los años 90 los gobiernos “democráticos” entregaran a SQM el Salar de Atacama hasta el año 2030 para la explotación de litio en condiciones manifiestamente perjudiciales al Estado y el interés público comprometido; que se extendieran las privatizaciones a empresas sanitarias y otras áreas relevantes de nuestra economía; que se reemplazaran las penas de cárcel impuestas por el gobierno de Pinochet a la colusión por multas que no generan ningún efecto preventivo real; que no se fiscalizara la prohibición de lucrar establecida por la dictadura para las universidades, y se estableciera un mecanismo de financiamiento como el CAE, el cual beneficia directamente de la banca en desmedro de miles de estudiantes y familias endeudadas en condiciones abusivas; que se validara, en lo sustantivo, la constitución del 80, redactada por la oligarquía conservadora que servía de soporte y se beneficiaba de la dictadura; que se consolidara un sistema de seguridad social fundando en una visión individualista y economicista, el cual concibe las cotizaciones previsionales y de salud de los trabajadores como un botín que debe ser administrado por entidades privadas que lucran por su gestión, mas allá de la suficiencia de sus resultados y de los beneficios que puedan obtener quienes hacen tales aportes; todo esto sumado a un inmenso etcétera.

Es así como llegamos a la situación actual, donde después que fracasara el intento de esta administración para efectuar reformas sustantivas a nuestra pseudo economía social de mercado “a la chilena”, producto de la inexcusable falta de consistencia del actual gobierno, y en especial de la presidenta Bachelet, quienes han gestionado el poder real durante los últimos 40 años, están presionando por todos los medios para imponer su escenario ideal: una falsa disputa presidencial entre dos de sus más connotados aliados de las últimas décadas, como lo son Ricardo Lagos y Sebastián Piñera, quienes en muchos sentidos representan el éxito actual del Pinochetismo.

En este contexto, ha llegado la hora de constatar si nuestra sociedad va a seguir sometida a los parámetros que fijan quienes forman parte de esa dinámica de poder, o si por el contrario, se abrirá para dar pie a otras opciones diversas, tanto dentro de los bloques dominantes como fuera de ellos. El escenario no es fácil, ya que si bien la formula de crédito-consumismo-circo que determinó la buscada desmovilización y adormecimiento social en los años 90 se agotó, hoy se ha dado paso a un escepticismo y desánimo generalizado el cual se manifiesta en elevados índices de abstención electoral, lo que suele beneficiar a los partidos tradicionales y, dentro de ellos, a los más conservadores.

Como se puede apreciar, el dictador y su legado no son algo del pasado, sino que su presencia es evidente, aún cuando se exprese de manera más soterrada que hace algunos años. Pero más allá de todo esto, la vigencia de la consigna «Pinochet presente, ahora y siempre”, finalmente dependerá de todos nosotros.

*Magister en Derecho.

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