8 de marzo: memoria y dignidad

El 8 de marzo se retomó lo que dejaron pendiente en 1857 las obreras textiles, antes ya existía la conciencia de la desigualdad, ya se había levantado el movimiento, ya se lloraban femicidios y torturas. Este 8 de marzo se retomó la memoria de las mujeres reprimidas en la huelga, de las mujeres que mataron por protestar, de las millones de mujeres golpeadas, mal tratadas, denostadas todos los días por una sociedad desigual. El 8 de marzo no partió la historia, pero se recuperó la memoria y la dignidad.

Por Francisca Cottet, antropóloga

Me emocionó la marcha del 8 de marzo.

Imaginé que quizás había sido la última marcha feminista. Imaginé que ya no sería necesario, que ya no habría que marchar más. Que tal vez el mensaje estaba claro, que se había dicho en todos los idiomas, en todos los colores, en todas edades y casi en todos los partidos.

Imaginé que el resto de los días la vida podría ser distinta, que quizás ya no habrían más femicidios, que los colegios permitirían a las niñas jugar libres, sin faldas que les dificulten su infancia sencilla, pensé que subiría al metro y que nadie se sobajearia en las piernas de alguna niña de uniforme escolar. Imaginé que los sueldos serian iguales para hombres y para mujeres, soñé incluso que educarse no sería un derecho sexista. Soñé que los anuncios de la televisión se grabarían con mujeres de tallas normales, que la minifalda de la panelista no sería tema. Soñé también que terminarían los funerales de mujeres muertas por machitos resentidos y mal formados. Me imaginé que los nombres de mujeres ya no se mencionarían con diminutivos, que los hombres podrían ser parvularios y que la paternidad sería una palabra tan usada como maternidad. Me imaginé mujeres soñando sus propios sueños, despreocupadas de la plancha, la loza, las colaciones, el maquillaje, el alisador, las estrías, el tono de la voz, los tacos, las tetas firmes, el culo parado, las pestañas rizadas, las canas ocultas, la talla perfecta, el comentario oportuno, la risa suave, los labios pintados, el escote, el sostén, el pezón (si, dije pezón)… y me imaginé simple.

Francisca Cotet

Y con una extraña sensación me vi con síndrome de Estocolmo, pensando que tal vez me había enamorado de ese aire rebelde que generan las consignas, ese punto de encuentro que tenemos las mujeres hablando de libertades y derechos. Como si el opresor me diera eso que a veces necesito para escribir, para discutir, para conversar, el dolor del día a día secuestrada del sistema machista. Y que diría después? Cuál será la conversa de los próximos días?

Tantos años con la responsabilidad de tener miedo!

Me emocionó la marcha del 8 de marzo. La marcha feminista. La de las mujeres que sugirieron a los hombres como participar sin ocupar el espacio protagonista que en esta ocasión era de nosotras. La marcha que exigía un mundo donde nuestros sueldos no sirvan solo para comprar la mercadería del mes, mientras el de ellos alcanza para el pie de una casa, donde caben mujeres en la toma de grandes decisiones, me imaginé mujeres saliendo de la fiesta caminando tranquilas a las 5 de la mañana. Imaginé que no habría hijos de la violación ni hijos no queridos, imaginé incluso que quienes me lean un día, no entiendan porque escribí esto. Me imaginé una persona libre. Imaginé que pronto nosotras, las que hablamos de esto, estaríamos obsoletas.

Y no quiero vivir sin los hombres. No quiero que imaginen que este mundo que imagino, que imaginamos, sea sin ellos. No quiero tener que explicarles, ni quiero que piensen que es contra ellos. Quiero que los críen bien, quiero que las nuevas personas que lleguen al mundo sueñen con ser lo que se les antoje, quiero que la loza se lave también con sus manos grandes, quiero que puedan usar carteras si les acomoda, quiero que también existan portabebés para sus espaldas anchas. Quiero que puedan llorar cuando están cansados. Quiero que se abracen entre ellos para decirse que se quieren, que los nuevos hombres también sean más libres, que puedan vivir sus paternidades, que puedan decidir también sus vocaciones con libertad, que no se suiciden cuando los despiden por temor a no ser el proveedor, que con sus voces roncas puedan cantarle a sus hijos para dormir, quiero que también tengan tiempo para criar. Quiero que estén, que nos encontremos, quiero que la próxima marcha no necesitemos decirles que no queremos que ocupen, otra vez, el espacio que nos pertenece. Quiero que las calles sean tan nuestras como de ellos. Quiero que soñemos cosas similares, o que nuestros sueños se puedan mezclar y confundir, y permear, y que nos topemos, y que discutamos, y que nos abracemos sin que incomoden nuestras tetas, quiero que entiendan que yo también tengo opiniones divergentes y que no siempre es una pasión, quiero que estemos juntos el día que el mundo sea más libre.

Sueño con un 8 de marzo que sea distinto, recordando a las que quedaron sepultadas en una puñalada de celos. Que los próximos 8 de marzos no se cuestione ridículamente la necesidad de ser iguales, de no temer.

Quiero imaginar que el próximo 8 de marzo nos abracemos para decirnos que ya no hay ni una menos. Imaginar que el 8 de marzo fue el último femicidio, porque si, si hubo un femicidio el 8 de marzo. Salir a trotar al parque sin miedo cuando anochezca, viajar sola y poder beber en la barra hasta emborrachar las penas de las que se llevó el machismo. ¿Te imaginas que mañana también abracemos a los abuelos de la Plaza de Mayo, porque por fin van a poder decir que ellos también extrañan a sus hijos y a sus nietos? Porque a ellos, también se los mataron, porque ellos también amaron a sus hijos y no, nadie los abrazo porque eran hombres. Si, para muchos esto puede parecer tema de mujeres resentidas, pero no, esto se trata de que nos organicemos bien, que retomemos lo que quedo truncado en una marcha de Nueva York un 8 de marzo de 1857.

Quiero soñar que el próximo 8 de marzo estaré obsoleta, que los dinosaurios que aún no entienden que la vida cambio para todos se queden en sus cuevas, que si no lo entienden no opinen y escuchen con humildad. Hay un mundo que está trabajando para que todos seamos iguales.

Efectivamente este no es un asunto de chicas, es un problema de la Historia, de las mujeres y de los hombres, de los niños y niñas, de la política, de la economía, de la religión, pero el 8 de marzo el mensaje era claro, este proceso lo estamos liderando nosotras, las mujeres, desde todos los espacios, como herencia de las obreras textiles que quemaron por gritar.

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