Así de simple

Francisco MartorellEditorial por Francisco Martorel Cammarella

Miguel Otero, otrora senador y presidente de Renovación Nacional, ahora ex embajador en Argentina, puso esta semana –sin quererlo como dijo él– dos temas de importancia en la discusión nacional y que, de abordarse con mesura e inteligencia, pueden ayudarnos a ser una sociedad mejor.

Uno, más administrativo y hasta fácil de resolver, nos recordó que la cancillería chilena requiere una modernización urgente y ponerse a la altura del siglo XXI. Para ello debe mejorar sus planes en la Academia Diplomática, abrirla a lo mejor de los nuestro y dotarla de los profesores adecuados para que realmente sea un despropósito nombrar embajadores políticos.

Otro asunto, tal vez lo menos que se pueda pedirse, es que los que quieran representarnos en un determinado país tengan la obligación de responder a ciertas preguntas, mostrar su CV y decir qué harían frente a una determinada situación. El Congreso tiene un rol que cumplir. Así como dan examen los consejeros del Banco Central y ahora los ministros de la Corte Suprema, no sería malo que los embajadores pasen un momento por Valparaíso y sean cuestionados respecto a su historia. Y se muestren.

Otero, que fue recibido con artillería pesada desde que llegó a Buenos Aires, por su rol durante la dictadura militar, nunca debió ser nombrado para reinar en los campos de Figueroa Alcorta y Tagle, donde se ubica la embajada chilena. No podía durar mucho. Lo mismo puede ocurrirle a otros diplomáticos sin la experiencia, el conocimiento o la capacidad de adaptarse a un mundo que hizo de Salvador Allende un símbolo, de Pinochet el peor de los sustantivos y cuyos líderes de hoy, en su mayoría, se impactaron con las imágenes de La Moneda en llamas.

Pero el ex embajador en Argentina, además, puso otro tema que vale la pena discutir y que tiene que ver con nuestro pasado reciente y la incapacidad, como sociedad de reflexionar y ponernos de acuerdo sobre lo acontecido entre 1970 y 1989. Si bien muchos chilenos podrían argumentar como lo hizo Otero, respecto a la colas y el desabastecimiento, no es entendible que tras las comisiones creadas, léase de Verdad y Reconciliación, Valech o Mesa de Dialogo, se siga desconociendo y hasta se justifique que un grueso de la sociedad chilena vio conculcados y violados sus derechos humanos durante la dictadura militar.

Es nuestro deber como sociedad, para que estas cosas nunca más ocurran, que los que aún las quieren tapar, obviar, justificar, reconozcan el horror que vivieron decenas de miles de chilenos y sus familias.

Un país democrático y a Chile le falta mucho para serlo realmente, porque entre otras cosas no tiene garantizado el pluralismo en los medios de comunicación, se sustenta en que conoce sus horrores, los enfrenta y supera, enmienda sus errores, pide disculpas y los repara, para avanzar en el respeto al otro, aunque sea diferente.

Las declaraciones de Miguel Otero al diario Clarín de Buenos Aires, a las que se sumaron dirigentes del oficialismo para justificarlas, muestra la ruptura que existe hoy, aún, luego de que parecía que avanzábamos hacia un consenso respecto al tema. Ojalá fuera el problema de una generación. Pero no. Se equivocan aquellos que dicen que es un asunto del pasado. Es más presente que nunca, es futuro, porque se construye sólido, únicamente si lo que nos antecede fue bien hecho.

Urge, entonces, retomar el tema. Aunque suene repetido, para que nunca más, así de simple. Así de difícil. Pero necesario.

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