I-G-U-A-L-E-S

“Todas aquellas expresiones que tienden a menoscabar a una persona, no sólo deben ser rechazadas por la sociedad, sino que tienen que recibir un castigo y ser erradicadas de nuestro quehacer”. (columna editorial de la edición de enero de revista El Periodista, previa al homicidio de Daniel Zamudio).

Escribe Francisco Martorell Cammarella, director de El Periodista

En la democracia, uno de sus factores primordiales, es el respeto al otro. Para que funcione el sistema, definitivamente, no solo debe votarse periódicamente, sino que la ciudadanía tiene que contar con la más amplia y e irrestricta libertad de pensamiento, de expresión y de reunión.

No puede entenderse de otra forma la convivencia.

Enmarcada en ese pluralismo caben todas las opiniones y los argentinos, cuando vieron amenazada su libertad de expresarse, señalaron que la peor de ellas era el silencio.

La sociedad se nutre y se desarrolla, aprende, del libre juego de las ideas, cuando ellas van y vienen, se enfrentan y se fortalecen o diluyen en el debate ciudadano.

En dictadura, esto no ocurrió así. Y lo sufrimos. Ya en democracia, no todas las normas han operado para el fortalecimiento del pluralismo. Adolecemos de él.

Falta, entonces, mucho por hacer. Pero en estos días, además, hemos conocido nuevas expresiones, libres, pero preocupantes que tienden a descalificar al otro por su aspecto, origen social, orientación sexual, color, nacionalidad o religión. Desde el instructivo de un condominio privado, hasta las groseras descalificaciones antisemitas expresadas al conocerse el país de origen del supuesto responsable del incendio en las cercanías de las Torres del Paine.

En diciembre, también, una persona autodenominada “mente enferma” las emprendió contra las mujeres con exceso de peso y el Presidente, en un foro internacional, tuvo un desliz repudiable con un chiste machista.

Hace un año fue un hombre negro detenido por un carabinero en la Alameda y luego las impresentables rutinas de algunos humoristas en Viña del Mar. Los inmigrantes tampoco se salvaron de un preocupante comportamiento racista.

Cuidar nuestra convivencia, aprender a vivir en la diversidad y respetar al otro, es parte consustancial de la vida en democracia.

Todas aquellas expresiones que tienden a menoscabar a una persona, no sólo deben ser rechazadas por la sociedad, sino que tienen que recibir un castigo y ser erradicadas de nuestro quehacer. Se requiere, entonces, un trabajo arduo desde la familia y el colegio, donde se inculquen los principios y valores, con la misma fuerza que las matemáticas, la geometría y el lenguaje. Para que en Chile, de una vez por todas, encontremos la igualdad y dejemos de buscar las diferencias.

1 comentario
  1. Federico E. Cavada Kuhlmann dice

    Francisco, me parece interesantísima tu opinión sobre una realidad que nos cala tan hondo. Yo que -como sabes- hace mucho vivo en la Argentina, desde antes de partir de mi tierra aprendí una gran lección y esa no es otra que el valor cultural que tenemos los chilenos de calificar. Primero nos autocalificamos, somos los más valientes, los más cultos, los más… Después calificamos a los demás, vecinos, amigos, parientes, países, nacionalidades y sobre esas calificaciones construimos nuestras maneras de pensar. Te felicito, ojala lo que escribiste llame a pensar a todo un país

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