5 semanas

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Por Guillermo Holzmann

“La pregunta del millón se relaciona con identificar la mejor estrategia de captura de los votos de ME-O y también del PRI para obtener la ansiada mayoría. En términos reales, remontar un 6 por ciento es más fácil, al menos en teoría, que recuperar un 14. Sin embargo, en política nada es certeza hasta que no se contabilizan los sufragios. Por tanto, los resultados del balotaje se inscriben en la segunda etapa de un proceso electoral no correspondiendo pensarlo como una nueva elección. La razón es simple, los candidatos son los mismos”

La primera vuelta ha dejado un ambiente extraño, según sea el escenario donde uno se desenvuelve.

Hay aquellos lugares del Gobierno donde pareciera que la elección fue parte de un mal sueño sobre el cual nadie habla; otros se reúnen en pequeños grupos “de confianza” para establecer cuales son las probabilidades de triunfo o derrota de los candidatos y el futuro previsible; en la otra vereda, mientras tanto, hay quienes se están distribuyendo los puestos o ya sintiéndose con un pie en La Moneda y tratando de evitar que le quiten su aspiración a cargos, mostrando un intenso optimismo triunfador (si me permiten la fraseología).

Como sea, desde el lunes 14 en la noche salió ese analista político que todos llevamos dentro para expresar sus opiniones e interpretaciones a partir de las cifras y su conocimiento del escenario político.

En estos comicios se comprueba que un porcentaje del electorado modificó su comportamiento electoral tradicional y definió su voto por parámetros distintos a los históricos, lo que termina reflejándose en un porcentaje importante de Marco Enríquez-Ominami y en menor medida en la votación de Piñera.

Bajo este escenario, la segunda vuelta plantea un estado de ánimo favorable para el candidato de la Coalición y establece un desafío con rasgos pesimistas y muy exigente para Eduardo Frei.

La pregunta del millón de esta semana se relaciona con identificar la mejor estrategia de captura de los votos de ME-O y también del PRI para obtener la ansiada mayoría. En términos reales, remontar un 6 por ciento es más fácil, al menos en teoría, que recuperar un 14. Sin embargo, en política nada es certeza hasta que no se contabilizan los votos. Por tanto, los resultados del balotaje se inscriben en la segunda etapa de un proceso electoral no correspondiendo pensarlo como una nueva elección. La razón es simple, los candidatos son los mismos.

Por otra parte, resulta evidente desde una perspectiva estratégica, que dado el escaso tiempo existente (cinco semanas con fiestas de fin de año de por medio) es necesario fortalecer la coherencia del discurso con la imagen del candidato. Para ello, es menester desarrollar un proceso de autocrítica –lo que es válido para ambos candidatos– orientado a interpretar descarnadamente los resultados de la primera vuelta, parlamentarias incluidas, para establecer la posición de continuidad que se necesita en la campaña. En esta perspectiva, como en otras, la candidatura de Piñera aparece mejor espectada toda vez que en la de Frei hay consenso respecto a la necesidad de una reingeniería mayor que va más allá de la incorporación de líderes políticos exitosos.

Sin embargo, y aceptando que Piñera posee la mejor opción de triunfo, la segunda vuelta no está asegurada. Por una parte, la estrategia de la Coalición por el Cambio debe ser capaz de mantener la votación de primera vuelta y sumar un porcentaje de ME-O e idealmente del PRI que asegure el triunfo. Para la concertación implica capturar un porcentaje significativo de los votos de ME-O y Arrate, pero también restarle votos a Piñera.

Las estrategias a utilizar ya se encuentran en proceso de despliegue. Por parte de Piñera se concentra en la integración, un discurso no confrontacional y de mensajes breves y claros, acompañados de un optimismo de cambio, donde parte del argumento se lo ha pedido prestado a ME-O, aparte de incorporar aquellas cuestiones centrales de preocupación ciudadana. Frei, mientras tanto, ha preferido concentrarse en un discurso más confrontacional, orientado a destacar la incongruencia e implicancias de ser empresario y candidato presidencial, apostando a recuperar el electorado de la Concertación bajo una premisa ideológica de naturaleza dicotómica, en la idea de que el voto disidente del 13 de diciembre mayoritariamente solo fue un voto castigo.

Probablemente el impacto de mayor relevancia en esta elección ha sido el cambio de comportamiento en un segmento del padrón electoral, cuya expresión se concentró en la votación obtenida por ME-O. Se trata de un voto reflexivo, pues una mayoría proviene de la Concertación, de ciudadanos que eran leales a esta coalición. En el mismo grupo hay un voto castigo evidente contra los partidos de la Coalición gobernante, el que debiera ser en cierta forma recuperable. Sin embrago, se ha consolidado en Chile la expresión de un tipo de voto de características liberal pero que recoge una visión amplia de la política y donde la distinción entre izquierda y derecha no es tajante, sino que mas bien constituye un área de interacción y reflexión.

Otro tema importante tiene que ver con las razones por las cuales no hubo un traspaso de la adhesión presidencial hacia el candidato Frei. Por una parte, y mas allá de las características personales de Michelle Bachelet como primera mujer presidenta, tenemos su focalización en la protección social contando con recursos económicos para sostener su implementación, logrando incluso dejarlo como herencia que ha sido incorporado en los programas de los candidatos; el manejo macroeconómico que le permite generar planes de ayuda y subsidios a los más necesitados con motivo de la crisis, y, finalmente, su gestión presidencial expresada en un accionar distante de las cúpulas partidarias, sin interferir en los conflictos internos de los partidos y manteniendo una respetable distancia del Congreso, al punto que los problemas mas impactantes que ha debido enfrentar, los filtró mediante sendas comisiones que abrieron la puerta a la participación de diversos representantes de grupos no partidistas, pero cuyo efecto ha sido institucionalizar un estilo de gobierno con una débil conexión partidista. En síntesis, la gestión gubernamental se focalizó en grupos y movimientos sociales antes que políticos. De esta manera, y sin pensarlo de esa forma, legitimó un distanciamiento de la ciudadanía con los partidos de la Concertación, dejando en evidencia la existencia de una crisis del sistema de partidos que con seguridad se hará patente desde el mes de marzo en adelante.

De esta forma, la Presidenta Bachelet logra capitalizar un prestigio político reconocido internacionalmente por sus políticas en pro de la sociedad y los sectores más vulnerables, como también resulta altamente probable que sea la última mandataria que cuente con el respaldo de la Concertación como la conocemos hoy día.

En las próximas dos semanas, tendremos un escenario confuso en muchos sentidos, donde la templanza de los comandos será fundamental para evitar una espiral de confrontación, cuyo resultado será negativo para Frei en la medida que el voto “reflexivo” que precisa encantar justamente rechaza la imposición de ideas y comportamientos.

La Concertación ha construido y se ha jugado por una estabilidad democrática en Chile y es justamente por ello que no son pocos los que sostienen que la alternancia, lejos de perjudicar el sistema democrático, finalmente lo consolida y abre la posibilidad para renovar las ideas más que los rostros.

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