¿No le da vergüenza la televisión abierta?

Qué invento, la televisión. No lo echemos a perder. Una pantalla le entrega al que encienda “la tele” el mundo que desconoce. Se abre la mente, se conocen otras realidades y se aprende sin esfuerzo sobre países, personas, guerras, desastres, la vida humana y el arte, la medicina, el África y sus maravillosos animales. ¡Alabado sea el elefante!

Por Marta Blanco, periodista y escritora

No toda, es verdad. Pero hay una cantidad de programas sin ton ni son, un afán de impresionar con palabras vulgares que no se entiende.

Y por otro lado, hay una vocación de profesores en los periodistas que no deja de sorprenderme. Antes, lo fijo en la Universidad era –especialmente en clases de entrevista– tratar de ser unas Fallacis locales. No había otra, creían, que tenían preguntar con insolencia o, al menos, desparpajo. Buscaban aprender el KnockOut verbal, dejar patitieso al entrevistado era el deleite de esos estudiantes que exigían de sus profesores el cómo y el cuándo decir la frase fulminante.

Hoy día, no. Algunos picotean al entrevistado, pero lo que más anhelan hacer los jóvenes (y los no tanto), es enseñar cosas desde el púlpito magnífico de una pantalla. “Aquí llegó donde otro no ha llegado”, parecen estar pensando. Y nos quieren meter qué es la inflación, la deflación, la intifada, la Constitución, el volumen de agua caída, la que no cayó, y ¡oh maravilla!, la comida chilena de súbito entró a competir en lides mundiales: es superlativa y nada se compara con los mariscos chilenos, el congrio frito, y hasta la ensalada chilena.

Yo me como feliz un congrio frito. Pero sé muy bien que no es un pez sino una serpiente de mar. ¿Lo sabrán los turistas? Mejor no le ofrezca erizos a un gringo porque se desploma si intenta probarlos. Y si los prueba, lo más probable es que sufra un ataque de colocolitis violento que lo puede llevar a la urgencia clínica a medianoche. Yo conozco gringos que se tuvieron que ir, escapando de la lechuga y la frutilla, a puro suero los mantenían pestañeando. Se recuperaban rápido, eso sí.

Otra innovación es el ritmo con que dan las noticias. ¿Han notado que cortan las frases? ¿Qué cantan o como que se ahogan y se les sube la voz? Eso no es impostar la voz sino falsear el ritmo y el tono. Aún más grave es cuando dan las listas de muertos en accidentes o los heridos o quemados con una sonrisa encantadora. Las mujeres suelen caer en este error. No corresponde. A veces la seriedad manda. Es buena idea no confundir los planos. Ya es complicado convertirse en “rostro”. Tiene su costo.

Y es que la palabra es peligrosa, no debe usarse a como dé lugar, sin dominarla. Fatalidades ha habido: ejemplo clásico es llamar evento a un hoyo del pavimento. Suelen decir “persona en situación de calle” por un vagabundo sin domicilio fijo. Yo recomendaría no usar la descripción en vez del substantivo. Nada mejor que el nombre para decir las cosas. El periodismo debe ser directo. No quiere decir que descendamos al silabario básico. La sencillez es comprensible para muchos, clara como el agua de vertiente.

Y no olvidamos los espacios de conversación, de opinión, de ideas. Algunos están bien. Otros, no tanto. Creo que muchos buenos conversadores se achican en la televisión. Creen que así agradan a más personas. A veces no es tan bueno tratar de ser simpático a la fuerza. Conversar será siempre intercambiar ideas, ser ingeniosos y veraces, pero no boten la personalidad al papelero. La televisión, por lo demás, no es un “enseñacosas”. Su misión es entretener. Informar. Divertir. Sobre todo, entretener. Las vidas humanas son menos interesantes de lo que se cree. Por eso, nada le gana al fútbol ni a la televisión.

Un espacio único y maravilloso son las 525 líneas. Qué invento, la televisión. No lo echemos a perder. Una pantalla le entrega al que encienda “la tele” el mundo que desconoce. Se abre la mente, se conocen otras realidades y se aprende sin esfuerzo sobre países, personas, guerras, desastres, la vida humana y el arte, la medicina, el África y sus maravillosos animales. ¡Alabado sea el elefante!

Sabemos las noticias locales y las lejanas. A veces la vida es leve, liviana, y las noticias son gratas, divertidas y aún absurdas. Pero la mayor parte de las noticias –como dice muy bien Mr. Paulsen, a quien echamos de menos– ocurren cuando el hombre muerde al perro. No cuando el perro muerde al hombre. Lo insólito gana. Pero sé que los periodistas no son animadores sino esclarecedores de la realidad.

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