Diana: «¡Quieren asesinarme!». Sí, pero un accidente evitará el crimen

Fue pura casualidad que me encontrara en los alrededores del paso bajo nivel del Pont d Alma esa noche de agosto de 1997. Han pasado veinte años y se continúa especulando…

Por André Jouffe

Cada cierto tiempo me entrevistan de los canales sobre temas muy manidos: lady Di, por ejemplo. Una o dos veces al año trato de no repetir lo mismo: pero entrego mi versión, no fue asesinada pero su muerte provocó la alegría histérica de la princesa Margarita, hermana de la reina, es verdad. Y alivio desde Carlos al duque de Edimburgo.

Las teorías convergen en el absurdo de la posibilidad de un asesinato, aunque nada es cien por ciento descartable. Es efectivo que Diana como Mohamed al Fayed temían algo; ella, por sus relaciones vengativas en contra de su ex esposo, infiel de antes del matrimonio hasta la separación. El empresario, por cuanto Dodi iba a contraer matrimonio con la princesa y la paternidad de la criatura en camino, también es cierto.

Todo lo demás, casualidades o poca ingerencia de criminales:

El automóvil había sufrido un choque de proporciones con varias vueltas de campana. El Mercedes reparado, pero con probabilidad de un descuadrado, de manera que el chasis estuviese en un estado incapaz de soportar un salto. La velocidad en el paso interior del Alma debe reducirse a más de cuarenta por hora, el vehículo brinca y se posa fuerte sobre las ruedas delanteras.

Para que eso ocurriera no debió intervenir nadie, es responsabilidad del prestador del servicio arrendar un vehículo en ese estado, en este caso el Hotel Ritz propiedad de Mohamed al Fayed. Es su deber revisar los coches que pone a disposición del cliente.

Henri Paul, a cargo de Seguridad del establecimiento, bebía sus pastiss (licor de anís con agua) en el bar del hotel pues lo habían liberado de trabajo por esa noche. Sus exámenes hepáticos no demostraron a un hombre con  adicción. Había sacado su licencia de piloto de avión con fecha reciente al suceso de manera que su salud salvaba cualquier registro.

A cargo -además- de la seguridad del hotel, estaba en constante contacto con servicios de inteligencia por la alcurnia de los huéspedes. Lo he dicho, escrito y repetido hasta el cansancio: La pareja decide salir del hotel, en forma repentina. Ningún servicio de inteligencia pudo adivinar las intenciones de Dodi y Diana, todo se produce en cosa de minutos. Henri Paul corre al auto, la pareja sube rodeada de un enjambre de paparazzi y parte rauda hacia la muerte. Un tiempo demasiado breve para montar un asesinato. La ruta a seguir tampoco estaba planificada previamente.

Si hubo o no un Fiat negro o blanco al interior del túnel, no es prueba de intervención de terceros porque los conductores del Fiat ignoraban que Diana transitaría por ese paso.

Las especulaciones nacen de otros confines; el primer amante extramatrimonial de la princesa es su guarda espaldas Barry Manakee.

Coincidentemente con lo que ocurriría después, muere en un sospechoso accidente motociclístico. Los otros hombres en la vida de la entonces princesa, nunca tuvieron problemas de seguridad en sus existencias. Ni siquiera su amante durante cinco años James Hevitt, oficial de ejército, su maestro de equitación. Fue el propio Carlos que, como al pasar, la informa sobre el deceso a lo Lawrence de Arabia de Manakee.

Ni los Spencer sospecharon abiertamente de asesinato. Si la familia real quitó el afecto a la princesa fue por no ceñirse a las reglas de juego de palacio. “Carlos no tiene caso, he hablado con el”, adujo a reina al escuchar dos veces los reclamos de Diana por la relación de Camila.

El coronel Andrew Parker Bowles jamás manifestó sus quejas por la ingerencia del príncipe en su propio matrimonio de antes de 1973. Es sabido que la pareja llevaba una relación de corte administrativa para estar reunidos junto a sus dos hijos. Apenas crecieron, el hogar se esfumó permaneciendo Andrew y Camila como buenos amigos y ella con el apellido del marido hasta convertirse en lady Cornualles.

El caso Diana de Gales es reabierto cada cierto tiempo.

Efectivamente intervinieron varios servicios secretos entrelazados para vigilar a lady Di: la inteligencia británica, francesa, norteamericana y el Mossad. De hecho, sindican a Ari ben Menashe de haber contactado a Henri Paul para contratarlo como informante, sin imaginar que el conductor fallecería en uno de los objetivos.

Quien iba a su lado en el vehículo, Trevor Riss Jones, contratado por los Al Fayed para la protección de la pareja, sufrió amnesia y no recuerda nada desde el momento en que el Mercedes ingresa al túnel. Salvó con vida, pues era el único con el cinturón de seguridad ajustado; nadie más lo hizo. Riss jubiló joven, bien y mudo.

Menashe le confidencia a Mohamed al Fayed: “Hubo una fuerte presencia de los servicios secretos alrededor de Diana y Dodi el día de su muerte”.

Menciono la función de Echelon, el sistema de seguridad más sofisticado y ultrasecreto. Conectado a satélites a través de ordenadores de alta velocidad mediante la globalización de la red y lo comparten varios servicios de inteligencia.

Pero era imposible detectar las decisiones al segundo de la pareja antes de salir del hotel. Son increíbles los van y vienen: primero abandonan el Ritz, después deciden volver, y piden la cena en el comedor. Luego, pero al considerar que no estaban vestidos para un restaurante de lujo, suben a la habitación del Ritz y les llevan el trolley con lo pedido. Descienden a medianoche y los vemos partir como flechas a la tumba del Pont del Alma.

Sarah Ferguson, su concuñada, ex esposa del príncipe Andrés, estuvo muy asustada. Si bien no recibió cartas amenazadoras como Diana, su conducta tenía enrabiada a la familia real. Si usted desea saber qué ocurrió con Fergie, ya tiene la explicación, se hizo humo, temerosa de pasar a otro mundo como Diana.

Concha Calleja escribe en “Diana de Gales, Me van a asesinar” que el mayor Ferguson pidió protección especial para su hija, cuya conducta como ex esposa de Andrés, entonces, copaba portadas de los medios.

En lo personal, sostuve conversaciones formales o informales, según su deseo, con integrantes o parientes de la familia real, Ronald Ferguson, entrenador del Royal Polo Club Polo integrado por el príncipe Carlos y padre de Fergie, primera esposa del príncipe Andrés; con Barbra Cartland, abuelastra de Di (madre de la segunda esposa del Earl of Spencer, Raine. La primera Frances Roche, abandonó el hogar siendo Diana muy joven); David Linley, hijo de la princesa Margarita; Amstrong Jones, primer esposo de la hermana de la reina; Patrick Lichfield, primo de la reina, a la propia Diana, muy brevemente al borde de la cancha de polo de Windsor. Visité con mi madre, entonces residente en Suiza, el internado para señoritas donde permaneció Diana y Gstaad donde solía esquiar Fergie y sus amantes.

La vida de la joven en la Confederación Helvética fue otro capítulo de su soledad.

Esto explica sus ansias de figuración y el contacto con los medios. A estos les enviaba mensajes donde podían “sorprenderla”, ya fuese en el yate real o con Dodi. En Hong Kong pensando estar sola en la piscina del hotel, una noche se zambulló desnuda. Pese a la ausencia de celulares entonces, alguien captó las fotos. El personaje acudió al mejor postor, revista Hola, de España con su versión inglesa Hello.

El director y propietario de la publicación sostuvo una reunión con el fotógrafo y le adquirió los negativos. Posteriormente, contactó a Diana de Gales y viaja a Londres. Durante el té, le pasa el sobre con las fotos, sin decir una palabra.

La inversión fue excelente, a partir de entonces, la princesa avisaba a Hola de todos sus movimientos y concedía constantes entrevistas exclusivas a quienes habían resguardado un secreto que habría tapizado las portadas del mundo entero.

Alterné en reiteradas oportunidades con Sir Ronald Ferguson, a quien invitamos a Chile. Luego de un escándalo con una masajista, este proyecto quedó a fojas cero. Con Fergie estuve un par de veces en Suiza, por coincidencia cuando convivía con Patrick Mc Nally. Su madre, Susan al igual que Frances, abandonó a su marido el mayor Ferguson, por el polero y estanciero argentino Héctor Barrantes, con una hacienda en Uruguay.

Fergie recibió serias amonestaciones y el riesgo de perder a sus hijos cuando apareció en portada del “Daily Mail” con el administrador financiero norteamericano John Bryan, en topless chupándole los dedos de los pies en presencia de los menores.

Los Ferguson provienen de la más rancia nobleza y están lejanamente emparentados con el príncipe Carlos.

Con John Spencer nos unía una enfermedad que da tema entre los sufrientes: la gota. Intercambiábamos formulas para evitar las crisis, pero tanto este noble como el vasallo que escribe, teníamos inclinaciones inclaudicables hacia las espirituosas, por lo que ningún freno contra el ácido úrico, tenia la fuerza suficiente como para evitar lo que ilustraba tan bien la caricatura de Don Fausto y Crisanta, en la tira de El Mercurio de otras épocas.

Cartland me invito a tomar té en dos oportunidades y Linley, que personifica a la nueva generación de príncipes empresarios, a almorzar al Deals, cadena de restaurantes de su propiedad. Ahora, además tiene una línea de diseño, ya que es ebanista de profesión y señala que “la familia es su principal clientela”. Factura 36 millones de libras anuales.

Pero fue en el Deals, de Chelsea donde me presentó a su madre, Margarita, quien trataba de meretriz a Diana. El duque de Edimburgo no lo hacía mal cuando le escribió a su ex nuera “que se comportaba como una ramera (sic)”.

El vocabulario de Margarita era igual o peor de soez que el de Felipe.

Margarita  fue un dolor de cabeza permanente para la reina madre e Isabel. Protagonizó varias aventuras con hombres muy menores en la isla Misquito, colonia británica caribeña. Lo hizo con tanto entusiasmo, al extremo de olvidar los tábanos, es decir los paparazzi quienes, desde sus lanchas, captaban las escenas tan cerca, a veces sin necesidad de llegar a utilizar el zoom.

En cuanto a vulgaridad, Carlos no lo hace mejor al fantasear en convertirse en tampax de Camilla, frase grabada por Scotland Yard y difundida mundialmente.

Mohamed Al Fayed le dice a Concha Calleja: “A la reina la casaron con un nazi, educado por una gobernanta que a su vez se casó con uno de los generales de Goebbels. Él nació en Grecia, hijo de una madre loca y un padre alcohólico. A los seis años se lo llevaron a Alemania. Imposible concebir para él, que el futuro rey de Inglaterra tuviera un hermanastro árabe y musulmán. La princesa estaba embarazada de mi hijo, me consta”.

Concha incurre en errores; señala que Spencer contrajo segundas nupcias con la Cartland novelista, cuando en realidad lo hizo con Rayne, hija de Barbra.

Culmino con Diana: una mujer esbelta, de mejillas rosa,  justificando su venganza sexual y sus miedos ante un atentado. Fueron las amenazas las que la indujeron a  redactar un largo testamento fechado el 1 de junio de 1993; fue el tercero y último. Asimismo, con su muerte se evitó saber del fallecimiento de su hermano menor Adam, en Camboya victima de una sobredosis de cocaína. La madre, Frances Shan Kidd, apellido de su esposo australiano, confesó que luego de una disputa, dejó de hablar con su hija los últimos cuatro meses de su vida.

Compareció ante la justicia en las investigaciones sobre la muerte de Diana en estado de ebriedad. A comienzos del milenio, falleció alcohólica, en una pequeña isla de Escocia.

Las evidencias apuntan a sostener las sospechas, pero los documentos siguen clasificados, especialmente de parte de los servicios secretos franceses.

En consecuencia, aunque el millonario egipcio invierta millones en investigar y siga removiendo las causas de la muerte de su hijo, nada en limpio va a obtener. Creo.

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