Daniel Ramírez: Chile, símbolo mundial del retroceso ecológico en la COP25

La ministra estaba pésimamente posicionada para defender temas ecológicos, representando a un gobierno que mantiene “zonas de sacrificio”, localidades que no tienen agua porque es privada y concedida a cultivadores que lucran con frutos de exportación, la minería contamina valles enteros, destruye glaciares y saquea los recursos naturales sin ningún freno.

Por Daniel Ramírez, filósofo

Seamos justos, un acuerdo positivo en la COP25 se veía difícil. Importantes países se oponen, por razones de neoliberalismo recalcitrante e ideología del desarrollismo industrialista totalmente anacrónicos.

EEUU, Brasil, Australia, India, Arabia Saudita y otros contaminadores del planeta no quieren cambiar nada a su manera de producir y consumir energía. Por su parte, la Unión Europea y los países que buscan ir más lejos en la protección de la biosfera y del clima, no han tenido tampoco la voluntad y claridad suficiente como para contrarrestar esta tendencia involutiva.

Pero la presidencia chilena de la COP25 se lleva todos los premios en cuanto a ineficacia y desfase total con la urgencia ecológica, servilismo ante el bloque industrial neoliberal (su primer texto favorecía abiertamente la tendencia de los industriales del mundo para seguir destruyendo y enriqueciéndose).

La impericia y la falta de preparación –este texto fue juzgado como “el peor jamás presentado en la historia de estas reuniones” según otros delegados– resultaron evidentes para una inmensa mayoría, y este hecho es comentado internacionalmente.

Lo mínimo para el país que preside era que hubiera ido el presidente de la República, y si esto no fuese posible (por razones inconfesables), Chile debió haber renunciado a la presidencia del evento. La ridícula manía de figurar fue más fuerte.

La ministra estaba pésimamente posicionada para defender temas ecológicos, representando a un gobierno que mantiene “zonas de sacrificio”, localidades que no tienen agua porque es privada y concedida a cultivadores que lucran con frutos de exportación, la minería contamina valles enteros, destruye glaciares y saquea los recursos naturales sin ningún freno.

Probablemente la falta de convicción de una ministra que pertenece a un gobierno neoliberal anti-ecológico se notaban. Se hubiera necesitado una gran personalidad o un país comprometido con la causa ambiental, como lo fue Francia, que se jugó por el Acuerdo de París en la COP21. Ahora se trataba de asegurarse que ese importante acuerdo se cumpla, que se fijen cifras, compromisos, sanciones.

Nada de eso quiso ni pudo hacer la delegación chilena, que fue (literalmente) a “dar la hora”. Con dos días de atraso, se logró un texto, remendado con la ayuda de la ministra española, a la cual la chilena vino a pedirle ayuda para hacer las tareas cuando se hundía en el fracaso total; un texto que según todas las organizaciones ecologistas del mundo, no aporta nada.

Como culminación de un año en el que las demandas y movimientos ecologistas del mundo, liderados por los jóvenes, como Greta Thunberg y asociaciones militantes, se han empoderado como nunca. Y la opinión pública estaba mejor preparada que nunca, ¡era el momento para avanzar!

El papelón de Chile y el fracaso de su presidencia de la COP es estruendoso. Y es triste, miserable; signo de la incapacidad y de la falta de convicción ecológica más flagrante. Ser ministro del medio ambiente en un país neoliberal y una administración chapuza que entrega todo al capital privado y no controla ni defiende nada es hacer el ridículo. Eso se acepta en muchas partes; compinches del poder vienen a calentar un sillón y decorar gabinetes. Pero que de ahí a que esa persona presida una de las conferencias más importantes para el futuro de la humanidad y de la vida en la Tierra, hay un abismo, que nos sumerge en una tragicomedia del absurdo.

Hasta el último minuto, la ministra representante del gobierno represivo y sordo a las demandas del pueblo, del capitalista irredento Sebastián Piñera, se mantuvo postulando al premio nobel del ridículo: el último día, luego del acuerdo totalmente inútil, preocupada por el horario, en un inglés de segundo medio, dice a la asamblea «Considerando la hora, y el hecho de que muchos tenemos prisa por llegar al aeropuerto, me gustaría plantear que las propuestas sean enviadas y subidas de manera electrónica…».

Se escucha claramente gritos de “no” en la sala; ella, desconcertada no sabe que responder. Presidiendo una conferencia mundial fundamental, ella se preocupa ¡por el avión que tiene que tomar! Ese desatino monumental es una especie de “acto fallido” en el sentido psicoanalítico: su inconsciente la traiciona y revela que lo único que quisiera es estar lejos de allí, partir cuanto antes, desparecer. Y cree, en su ingenuidad, que los demás serán tan indolentes como ella.

En otro momento declara estar agotada después de tanto trabajo. Como si eso importara. Como si no fuera cansador realizar grandes e importantes cosas, servir al pueblo, al planeta; y como si el asunto interesara a alguien. Y sobre todo, como si hubiera logrado avances meritorios.

Una vez en Chile, la ministra da cuentas, presentando su miserable rol como si fuera un éxito: un solo objetivo no logrado de los ocho propuestos. Tiene el descaro de decir, como si hablara en el patio de recreo de una escuela primaria, que “Chile obligó a las grandes potencias a sentarse a la mesa y no pararse antes de haber logrado un acuerdo”. El ridículo no tiene límites; claro, se sabe que no mata. Porque es exactamente lo contrario lo que se lee en la prensa de todo el mundo, salvo tal vez en China, en EEUU, o Brasil, donde deben estar contentos con el… no resultado. En realidad el “acuerdo” no sirve para nada. Sólo arregla a las transnacionales y al capital mundial.

Es una vergüenza histórica. Piñera debería sacar las conclusiones, pero ninguna reacción estará a la altura. ¿Qué puede hacer? Pedir la renuncia de la ministra, disolver el ministerio del Medio Ambiente (¡si no sirve para nada!). Probablemente no hará nada, su espíritu debe estar lejos. Pensar que unos meses antes el mismo sujeto estaba soñando con las fotos que se tomaría con Trump, Xi Jinping, Trudeau, Macron, Merkel, etc; él como gran mediador. Pensando, quizá, en las “tallitas” que se permitiría respecto a Greta.

La pequeñez espiritual, intelectual y moral de estas personas ya no puede ser más disimulada; ya no funciona. El rey va desnudo. Su flamante traje, aunque cueste caro, está tallado con materias podridas: la mentira, el auto-ensalzamiento, la reproducción de comportamientos, “honores” y jerarquías de otras eras geológicas.

Es particularmente simbólico que el gobierno que ya es conocido en el mundo como opresor, represor, injusto, retrógrado y deshonesto, ahora se desenmascara como total y absolutamente nulo en materias ecológicas.

Luego de consumar la destrucción social y política de Chile, se ilustra en el mantenimiento de las políticas fatales al ecosistema planetario, y amenazantes para la supervivencia de la especie humana y de muchas otras. De cancerberos guardianes de la explotación del pueblo chileno, la negación de pueblos originarios, la destrucción de sus ecosistemas, la subasta de los recursos nacionales y la defensa del patriarcado, han pasado el examen para ser promovidos servidores de la hipocresía pseudo-ecológica neoliberal globalizada y la depredación de la vida en la Tierra. ¿Qué monumento se les podrá erigir en el futuro? ¿Una chimenea de refinería de petróleo? ¿Una retroexcavadora arrancando árboles? ¿O, a lo Duchamps, un WC, lleno de escopetas?

Son destructores; gobernantes destructores, ministros, instituciones destructoras, leyes destructoras, Constitución destructora. Ahora que se sabe que sus cañones lanza agua contienen substancias corrosivas, que sus balines contienen plomo, todo es coherente; los relaves de las minerías, el monocultivo, el extractivismo, la mono-forestación maderera que se quema más fácilmente que un fósforo, las plantaciones de palta que desertifican regiones, la crianza tóxica de salmón, la zonas de sacrificio y el sacrificio ocular de ciudadanos que protestan, los establecimientos hospitalarios que sirven para ir a morir; todo eso funciona como un sistema, como una máquina siniestra.

Defender la biodiversidad, Itrofill Mogen (“todas las vidas”), se dice en mapudungun, y protegernos nosotros mismos de tal destrucción es un derecho sagrado. Porque somos frágiles y vulnerables, debemos inventar otra sociedad, lejos de los destructores. No sólo son el pasado sino lo peor del pasado, lastre y residuo de épocas obscuras. Y nosotros aspiramos a dejar emerger lo mejor de la vida y a construir un país donde podamos vivir bien, juntos. Ya lo estamos logrando. A pesar de ellos.

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