Debate de encuestas

holzmanEscribe Guillermo Holzmann

No hay duda respecto a los cambios que se han producido en nuestra sociedad en las últimas décadas. Son modificaciones que han impactado distintos ámbitos sociales, que van desde lo económico hasta lo tecnológico y, por cierto, lo político. De hecho, no hay dirigente que no mencione este fenómeno al referirse a las nuevos desafíos que se deben enfrentar como sociedad y como país.

Quizás por ello, nos llama la atención la lógica que ha tomado esta campaña presidencial. Por una parte, una extensión que no se condice con nuestra consabida estabilidad económica y el supuesto consenso respecto al modelo de desarrollo que tenemos, con lo cual queda de manifiesto el interés por mantenerse en el poder o acceder a él teniendo como objetivo, al parecer, el poder por sí mismo.

De allí, surge, una segunda cuestión que no resulta ser menor, como es el hecho de que los temas de debate resultan ser acotados a la agenda que surge de las encuestas, evitando explorar nuevos tópicos o colocar sobre la mesa abiertamente el futuro. En este mismo sentido, ya es notorio que sólo podemos hablar de cuestiones electorales porque lo demás queda supeditado a los resultados. Es decir, cualquier tema estratégico en cuanto signifique decidir soluciones de largo plazo (energía, medioambiente, protección social, educación) supuestamente deben esperar a que se resuelva la competencia electoral. No podemos caminar y masticar chicle a la vez. Notable.

Lo que hemos ido perdiendo, y lo hemos señalado en más de una oportunidad, es el sentido y el contenido de la política. Hoy por hoy, cuando las encuestas demuestran efectivamente que se vislumbra un cambio evidente en el comportamiento electoral de la ciudadanía, lo cual se denota en el empate técnico que se muestra en varios estudios (públicos y privados) entre Eduardo Frei y Marco Enríquez-Ominami, con lo cual la competencia –extrañamente– se concentra en saber quien de los dos pasará la segunda vuelta (abriéndose una remota probabilidad de que incluso esta elección se resuelva en la primera).

No obstante el resultado electoral, los estudios de opinión muestran a un sector del electorado dispuesto a modificar su comportamiento en un sentido democrático neto que deja de lado el sentido épico del retorno a la democracia de los 90’s e inicios de los 2000, privilegiando el peso especifico de su voto, ya sea como castigo o respaldando un criterio de alternancia democrático con lo cual se plantea contra la corrupción y las prácticas antidemocráticas.

Con certeza ello será tema de debate en las próximas semanas y meses conforme se distribuyan los votos.

Sin embargo, el tema de mayor valor estratégico se refiere a las implicancias de todo ello. La de mayor relevancia es la descomposición de nuestro sistema de partidos que se expresa en una creciente fragmentación en las colectividades de la Concertación, cuya intensidad variará según sean los resultados de las parlamentarias. Ello implica una pugna interna por los liderazgos donde algunos de mayor trayectoria intentaran mantener cuotas de poder importantes, mientras que otros ya han dado un paso al lado para sostener un esfuerzo que se avizora complejo y conflictivo. La cuestión es la manera en que se logra plantear objetivos de futuro (sueños políticos) y se conjugan con el pasado y el presente en un contexto internacional que exige convergencia ideológica. Para la Alianza el tema es de menor impacto pero en ningún caso ausente en la relación entre la UDI y RN y otros grupos. En este caso, la cuestión empezará girando en torno al tema valórico para ampliarse a la forma en que se conciben las políticas públicas y finalmente las condiciones de liberalismo que pueda conjugar la visión conservadora versus una redefinición liberal en lo político y económico.

Este escenario de redefiniciones plantea dudas más que razonables respecto a la viabilidad política del próximo gobierno –independiente de quien triunfe–, ya que exigirá una capacidad de manejo de conflicto y de generar gobernabilidad, en términos de eficiencia y oportunidad, como nunca antes se había planteado.

Al efecto, asumiendo que los partidos se encuentran en una situación de fragmentación, y tenemos por una parte que se mantienen y acrecientan los individualismos o proyectos personales de diputados y senadores, y, por otra, el aumento de díscolos e incluso la integración del PC en el Congreso, el despliegue de recursos y habilidades para negociar los proyectos en los primeros cien días de gobierno resultarán ser cruciales para proyectar la gestión.

En concreto, los apoyos políticos del próximo gobierno serán difusos, desideologizados, individuales, en algunos casos excluyentes y claramente sin sentido estratégico, primando la exposición mediática, el cosismo y el beneficio de corto plazo.

La configuración de un escenario de esta naturaleza debiera alertarnos, más allá del periodo electoral, respecto a las implicancias del cambio social y la manera en que lo estamos abordando.

Chile no es el mismo, no sólo por los avances en la economía sino por cuestiones concretas asociadas a la disminución del analfabetismo, aumento de la escolaridad, incremento del ingreso (mas allá de su distribución), disminución de la pobreza, inserción internacional y tantos otros parámetros donde la conclusión evidente es que un cambio de esta amplitud y profundidad necesariamente se reflejará en el comportamiento electoral.

De una u otra forma, se empieza asentir que dejar la mugre, el polvo o lo indeseado bajo la alfombra no es un camino viable para sociedades que se han visto impelidas a modelos de desarrollo que precisan de un compromiso social explicito y no una conducción elitista implícita.

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