Historia fuera del currículo: atentado contra bitácora del pensamiento crítico

No hay forma más eficiente para mantener a los ciudadanos en condición de usuario fácilmente moldeable que expropiarle sistemáticamente sus instrumentos de navegación en el mundo de las ideas.

Por Miguel Reyes Almarza*

A propósito de la extendida controversia que ocupa hoy el bullado caso de la eliminación de la asignatura de Historia en los últimos dos años de secundaria justo cuando la escasa participación cívica y la confusa interpretación que las masas hacen de los hechos sociales ameritaban más bien un cambio inverso, más Historia, más contexto.

Sin embargo no es difícil anticipar el objetivo de tal despropósito. En tiempos de revisión de los procesos democráticos un ciudadano empoderado tiende a poner en inflexión cada uno de los ejes trazados por las administraciones locales, a sospechar de privilegios y virtudes de dudosa procedencia, situación que a todas luces es inaceptable para quienes gobiernan con fines exclusivamente personales y de status.

Es allí, en ese escenario perverso, donde deambulan operarios políticos que entre nepotismo, mala voluntad y escaso conocimiento, construyen los cimientos para la desmovilización y la satanización de movimientos sociales que se erigen precisamente con base en la apreciación crítica y reflexiva de los procesos históricos, aquellos que, sobre cualquier interpretación, propiciaron los cambios paradigmáticos cruciales para el desarrollo de nuestra sociedad.

Miguel Reyes Almarza

El controversial cambio, aprobado por el Consejo Nacional de Educación (CNED), establece que todos los colegios chilenos, sean científico-humanistas o técnico-profesionales, tendrán seis ramos obligatorios: Matemática, Lengua y Literatura, Educación Ciudadana, Inglés, Filosofía y Ciencias para la Ciudadanía, esta última una etiqueta extraña que mezcla materias antes asociadas a las asignaturas de Física, Biología y Química. El resto de los contenidos aquí no considerados van a formar parte de un corpus opcional –he aquí un daño colateral- con 27 materias de profundización, entre las cuales se encontrará Historia.

Es cierto, hace poco se reintegró la Educación Cívica –hoy Educación Ciudadana- a los programas de estudio –manipulada en los 80’s como un refuerzo a la Constitución de la Dictadura Militar y eliminada incomprensiblemente en 1998 durante el gobierno del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle quedando inmóvil tras los mal diseñados Objetivos Fundamentales Transversales- sin embargo su utilidad, que considera a grandes rasgos los aspectos teóricos y prácticos del ejercicio ciudadano considerando derechos y obligaciones así como también aquellos que emanan de la responsabilidad del gobierno y el cuerpo político con la ciudadanía, queda supeditada en la praxis al reconocimiento y ponderación de procesos históricos que deslindan, entre muchas otras cosas, responsabilidades de las entidades políticas y el Estado en acciones, por ejemplo, contrarias a los derechos civiles y que, sin posibilidad de recuperar la situación histórica que llevó a tales situaciones, ofrecería solo una perspectiva abstracta de lo que un cuerpo social debe ser.

La Historia en el curriculum oficia como el tejido conectivo que orienta el pensamiento desde las amplias perspectivas del desarrollo humano, situación que por lejos sobra el ejercicio memorístico de hazañas épicas y personajes ilustres. Desde allí el ciudadano informado puede tomar decisiones relevantes en el cuerpo social y practicar la civilidad en pleno uso de sus facultades, sobre todo en nuestros tiempos donde la actividad política –no confundir con el partidismo, ni menos ampliar al mal uso de los privilegios otorgados por la ciudadanía a los representantes- se hace cada vez más relevante y por tanto requiere de personas competentes en este aspecto para poder entender la relevancia de los procesos de participación, por ejemplo, en la cohesión social. Nada de esto estaría completo sin un análisis exhaustivo que derive del conocimiento histórico que sirve de marco para tales expresiones ciudadanas.

No podríamos atender con precisión, por ejemplo, la necesidad imperiosa de la regularización e inclusión de los movimientos humanos –llámese migración- si no es por el aporte que los migrantes históricamente han hecho en sociedades ajenas, ampliando la mirada hacia otras formas de resolución de conflictos ¿Qué sería del mundo occidental sin el aporte cultural forzado de los esclavos afrodescendientes? ¿Cuál es la real contribución del proceso colonial español en nuestro país? Debido al lamentable proceso de aculturación que determinó la destrucción de unas culturas por sobre otras, llámese poderosas, se ha perdido, por ejemplo, y particularmente por mandato de ciertos Estados, el aporte y la tradición de pueblos ancestrales diezmados particularmente por personajes que aparecen dignos de ser glorificados por los enfoques históricos tradicionalistas ¿Es posible –y basados en los hechos recientes de genocidio en el Sur de Chile- que sigamos viviendo la extensión de la Guerra de Arauco? O más controversial aún ¿Es posible que el Estado moderno de Chile se declare plurinacional? Estas y muchas otras dudas criteriosas se ven del todo beneficiadas por el contexto que brinda la Historia.

Parte de la orientación historiográfica moderna –no aquella que descansa en la acumulación de datos- es precisamente la comparación de hechos y situaciones del pasado con el presente y la eventual correspondencia con movimientos sociales, anticipando prejuicios, generando hipótesis que permitan explicar los fenómenos y favoreciendo la reflexión crítica, auténtica y multivectorial de los acontecimientos.

Incluso cuando la actual Ministra de Educación afirma que “la totalidad de los conocimientos y habilidades de Historia están distribuidos desde 1ero básico a II medio” en la práctica los docentes apuntan al grado de profundidad necesaria para articular una visión plena de los procesos, a saber, conceptos como totalitarismo y fascismo quedarán reducidos a apenas un par de hojas en un libro de texto situación que a todas luces condiciona la posibilidad de entendimiento de los estudiantes e incide negativamente en la forma en que pueden analizar los procesos ciudadanos. Acotando el argumento, pasar en dos años lo que en cuatro ya ponía en dificultades a los docentes es un disparate mayúsculo, o peor aún, hacer elegir a un joven de 16 años materias que estén en la trayectoria de sus intereses futuros bordea la quimera. Y no cabe acá argumentar una causa falsa respecto a que el problema son los profesores que no hacen su trabajo ya que la dificultad anterior estriba precisamente en la escasa inversión en educación pública que mantiene planteles con malas condiciones de infraestructura y con exceso de estudiantes por cada maestro que son presionados para obtener resultados similares a los establecimientos privados en condiciones obviamente desiguales. La comparativa entonces con Canadá o Reino Unido que implementan planes curriculares similares no es más que una falsa analogía ya que a todas luces no son casos representativos, desde el PIB hasta la escolaridad de los hogares de procedencia.

¿Por qué Historia debe permanecer como asignatura obligatoria a lo largo de todo el proceso escolar? Mi perspectiva es la siguiente, Historia opera, en tanto desarrollo del pensamiento crítico –algo convenientemente olvidado por los ‘expertos’ modernos- como una de las dimensiones principales de la actividad reflexiva. A saber, y en palabras del Doctor en Filosofía Carlos Rojas Osorio (1999), el pensamiento crítico aúna una serie de dimensiones necesarias para transformar ideas comunes en argumentos válidos y de calidad. Con este objetivo un pensador crítico debe hacerse cargo de la lógica, la semántica, la dialógica, la pragmática y el contexto de cada uno de sus argumentos, siendo en este último espacio donde la Historia tiene una inmejorable posición. La dimensión contextual del pensamiento crítico es la que provee el entorno físico o de situación que permite razonar sobre un hecho ya sea para su análisis así como también para su crítica. En palabras simples, aceptamos y le damos sentido a lo que conocemos en relación a un entorno determinado considerando incluso que una misma situación en un entorno distinto sería totalmente inaceptable.

La Historia es el lienzo desde donde se articulan todas y cada una de las ideas que emanan de la producción humana, de ella depende la correcta ponderación del presente, sobre todo cuando nos atrevemos a cuestionar el statu quo. La Historia es el recurso necesario para que la comprensión supere la abstracción y anide en los espacios de lo posible. Eliminarla o al menos reducirla en el currículo nacional tiene como posible resultado la gradual desmovilización de los ciudadanos que, sin la perspectiva y el contexto que sugiere la actividad, difícilmente podrá cuestionarse el presente convirtiendo, este cambio, en un ataque al corazón de los procesos educativos. Sin un punto de referencia, sin una cartografía sensible, no somos más que una pluma en el viento que se mueve según el poder de turno.

*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.