Jaime Huenún: «Escribo para recuperar la memoria»

El poeta y académico Jaime Huenún (1967), ganador del Premio Pablo Neruda 2003, llama a “enviar bibliotecas a las poblaciones”, acusa a los gobiernos de no querer invertir en cultura e indica por qué la poesía es la carta de presentación cultural de Chile. 

Por Montserrat Martorell

– Jaime, ¿por qué escribe?

– Para recuperar la memoria de mi familia, de mi comunidad. Escribo para intentar, mediante la poesía, mediante el lenguaje lírico, reconstituir espacios de diálogo. No solamente entre un sector y otro, el sector mapuche y chileno, sino que reconstruir un diálogo entre el sujeto mismo, el sujeto indígena dañado consigo mismo, y tal vez, el sujeto chileno dañado. En el poema no habla el poeta. No habla el sujeto poeta Huenún u otro.

En el poema habla el lector o el auditor de poesía. Éstos construyen su propio poema, en ese ejercicio se convierten en poetas y se genera allí un diálogo interno, íntimo, que me interesa potenciar o colaborar en que se genere. Escribo también para dar cuenta de mi propia realidad, de mi propia crisis o armonías, pero finalmente, todo lo que pueda escribir busca la posibilidad de que el poeta desaparezca de la escena y quede el lector individual o colectivo ahí enfrentado a su propio lenguaje.

– Usted nació en el sur de Chile, ¿qué recuerdos tiene de su infancia?
– Bastantes. Nací en Valdivia y estuve allí hasta los tres o cuatro meses. Luego viví en Osorno, mi crianza fue allí… ahí me desarrollé como ser humano.

– ¿Qué se le viene a la mente cuando escucha Osorno?
– Recuerdo que vivíamos en un lugar que estaba cercano a una vía férrea, en un sector periférico de la ciudad de Osorno. Nuestras entretenciones era ver pasar el tren, cosechar frutas de temporada. Vivía en un poblado que tenía mucho campo alrededor, la ciudad quedaba a un par de kilómetros y era como una pequeña aldea, un pequeño villorrio. Por una parte teníamos una ciudad en apariencia cercana pero vivíamos prácticamente en una zona campesina. Los recuerdos más persistentes tienen que ver con personajes, con gente, con historias que esta gente contaba, que fueron creando en mí una memoria particular de un poblado y un sector social específico, en este caso los desplazados de los campos osorninos hacia la ciudad porque toda esa gente que vivía allí, incluida mi familia, había sido desalojada de sus espacios campesinos.

– «Desde los 19 años estoy descifrando mi pasado» señaló en una entrevista. ¿Cómo le ha ido en esa búsqueda?
– Uno empieza a construir o reconstruir una memoria no solamente en términos individuales, sino a partir de las conversaciones con otros, y en este caso para mí ha sido muy importante dialogar no sólo con mi familia sino con gente de esos sectores para ir avanzando en ese viaje a la semilla. La sociedad mapuche huilliche de la cual provengo –mi padre es huilliche, mi abuelo lo es, los huichilles son los «hombres del sur», la rama mapuche que vive de Valdivia hacia el sur-, fue sometida a muchas imposiciones históricas y desde muy temprano se perdió el idioma propio. También se va perdiendo la memoria familiar, comunitaria, a la par que el territorio, las tierras que pertenecían a estas comunidades. La diáspora huilliche, este éxodo huilliche hacia la ciudad, se fue dando de manera bastante temprana. A mediados del siglo XIX, ya había mucha gente huilliche viviendo en la ciudad de Osorno o trabajando de inquilino en los fundos, en las haciendas que se estaban conformando en ese periodo, fundamentalmente de colonos, tanto chilenos como alemanes. Esta situación de pérdida de territorio, de pérdida de la vinculación con la matriz cultural a través del idioma, va generando lagunas, vacíos en la memoria, que ha sido necesario, para nosotros, los descendientes de esas familias, reconstruir. No solamente individual sino colectivamente y en ese entendido hemos tenido que recuperar la voz, los recuerdos de nuestros parientes, ancianos que de alguna manera a retazos han tenido la posibilidad de contarnos una historia más apegada a la memoria uilliche. La búsqueda o el intento de reconstituir esta memoria, es una labor aún cotidiana y no solamente para los descendientes de huilliches, sino para todos los mapuches de este momento.

– ¿Qué le pasa cuando prende el televisor y escucha que 12 mapuche atacaron el fundo de Eduardo Luchsinger? Incluso algunos han calificado el hecho de «atentado terrorista». ¿Le duele escuchar estas palabras?
– No es exactamente el dolor lo que aflora. Esta es una situación que hay que reflexionarla en términos de que, efectivamente lo que se ve por televisión, es la destrucción de una propiedad determinada. Vemos que aparece la persona afectada hablando acerca del dolor que a ellos como propietarios les causa, lo cual es absolutamente comprensible, y por otra parte se advierte que hay una sibilina acusación hacia el pueblo mapuche en general, como si esto pudiera representar el temple de ánimo del pueblo en términos totales de la sociedad mapuche contemporánea que está en todas partes, no solamente en el campo. Es una situación que es necesario pensarla muy bien en el sentido de ver por qué suceden estas cosas, este tipo de situaciones y la historia es engañosa en ese sentido. El supuesto Estado de derecho defiende y ampara a todos los ciudadanos del país, pero ha sido el mismo que ha impuesto hacia los pueblos indígenas de Chile un orden de cosas bastante trágico, a lo largo de casi 200 años. En alguna medida estas situaciones afloran porque hay un conflicto latente, hay un dolor latente en muchas personas, hay un intento por hacer una especie de justicia, que en este caso no me parece que sea el modo, pero que es comprensible si entendemos que la historia ha sido muy dura y dramática para la sociedad mapuche en estos 200 años de república.

– En ese sentido, ¿cómo ha manejado la presidenta Bachelet el conflicto mapuche?
– Ha tenido una serie de gestos, de ademanes políticos muy bien intencionados en cierta medida, pero creo que las buenas intenciones a veces chocan contra la dura realidad, fundamentada en una burocracia bastante significativa y que frena muchas posibilidades de diálogo o una serie de buenas intenciones que chocan también con los intereses políticos y económicos, tanto del gobierno como de los privados. Los gestos de buena convivencia, las intenciones de mejorar las cosas, a veces tienen este freno de tratar de coexistir en un espacio «civilizado», en el cual a veces para el grupo más perjudicado, en este caso la sociedad mapuche campesina o algunos de los grupos mapuches pertenecientes a ésta, se sienten absolutamente no escuchados, heridos en sus aspiraciones y en la medida en que no haya un diálogo real, más fructífero y menos presionado por los intereses de quienes detentan el poder real, concreto, más amable y comprensivo hacia la situación mapuche, todo lo que se pueda hacer en términos políticos de parte del gobierno no va a rendir los frutos que se esperan porque hay sectores que están en una situación paupérrima desde hace muchísimas décadas.

– Dicen que Chile es tierra de poetas, ¿las nuevas generaciones lo tienen claro o lo han olvidado?
– La poesía es tal vez la expresión cultural más significativa del país, en términos estadísticos y de reconocimientos externos. Al contar con dos premios Nobel y una serie de poetas muy reconocidos a nivel internacional, muy traducidos, uno puede decir que efectivamente en términos estadísticos la poesía es la carta de presentación cultural de Chile.

La poesía chilena está todavía en un buen pie, hay un gran movimiento de poetas, tanto en Santiago como en regiones. Éste entrega propuestas que otorgan continuidad a la gran tradición de la poesía chilena y creo que el gran elemento que frena el desarrollo cultural del país, no solamente al género poético, sino a todaslas expresiones culturales, es básicamente la imposibilidad de contar con interlocutores para la producción cultural.

El poeta escribe sus libros y se supone que debiese tener lectores, pero los lectores no existen, no están, están ausentes. Hay poquísimos lectores. No solamente de poesía, sino también de narrativa, de teatro, de ensayos, de historias.

– ¿Quién es responsable de ello?
– La responsabilidad tiene raíces bastantes oscuras. Durante 17 años en este país se les adiestró en la necesidad de no leer, de no criticar, de no generar una cultura y una visión propia. Eso quedó grabado en las mentes de toda la sociedad chilena. En la transición democrática se han intentado generar proyectos o políticas culturales que no han ido al centro del problema, que es que el país no quiere invertir, los gobiernos no quieren invertir en cultura, en formación, en lectura, a pesar de todos los intentos mediante maletines literarios o proyectos que nacen del consejo del libro en este caso. En la medida en que no se invierta todo lo que se necesita en cultura y educación, vamos a tener con cierta regularidad este problema, el que hay neoanalfabetos, que la gente no puede leer o no tiene tiempo, que los jóvenes poco a poco van perdiendo la posibilidad de usar en plenitud un idioma. Hoy sabemos que los jóvenes no manejan más de 150 vocablos para comunicarse y el resto es gestualidad y monosílabos. Hay una labor importante que hacer a nivel de los propios creadores, pero también a nivel de los gestores culturales y de las políticas culturales del estado. Hay que crear más bibliotecas en las poblaciones, hay que llevar bibliotecas a los campos, hay que generar actividad cultural ahí donde la gente hace su vida, es decir, en ferias, mercados, policlínicos, hospitales, creo que ese gesto de llevar la cultura, la literatura en este caso, la poesía, a esos espacios, no se ha tomado de verdad. Siempre estamos con proyectos pilotos, en todo sentido. De alguna manera, esto les favorece todavía a ciertos sectores que detentan el poder.

En la medida en que la población no reflexione, no critique, no genere una visión crítica de la realidad, obviamente que el orden de cosas se mantiene.

El Periodista, Año 6, N° 155, viernes 22 de Agosto 2008

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