La violencia de la estupidez

SilvaSiempre he rechazado la violencia porque condiciona cualquier tentativa de diálogo, obstaculizando la libertad y lastrando la conciencia de quienes, siendo portavoces de la colectividad, no pueden obviar sus implicaciones personales a la hora de abordar sin prejuicios qué modelo de convivencia queremos y sobre qué reglas se sostiene.

Por Matías Silva Alliende, abogado

Llegó septiembre y la verdad es que me he pasado tres semanas pensando de qué voy a escribir. Le he estado dando vueltas, me quise hacer el leso hace una semana atrás y escribir acerca de las declaraciones de Lagos, pero no me salió.

Hay una idea que me daba vueltas y esa es la violencia de la estupidez. Primero, la destrucción del memorial de los prisioneros del Estadio Nacional, segundo el intento de quemar a un periodista y hoy el bombazo en el metro Escuela Militar.

Voy a la marcha por los derechos humanos en el mes de septiembre desde que regresamos al país el año 88. Voy en silencio, como muchos, voy en paz, voy con el recuerdo de mi Viejo y de los amigos de mi Viejo. Me incomoda tanto la apatía de aquel que me dice “-¿todavía vas a las marchas?, te quedaste en el pasado-” como aquel que interrumpe mi paz agitando su violencia a mi lado durante la marcha. Ambas son expresiones de violencia. Como dice Pessoa “la violencia, sea cual fuere, fue siempre para mí una forma desmesurada de la estupidez humana.”

Siempre he rechazado la violencia porque condiciona cualquier tentativa de diálogo, obstaculizando la libertad y lastrando la conciencia de quienes, siendo portavoces de la colectividad, no pueden obviar sus implicaciones personales a la hora de abordar sin prejuicios qué modelo de convivencia queremos y sobre qué reglas se sostiene.

El tema es que cada vez que nos empeñamos en justificar el uso de la violencia en defensa de las instituciones y del sistema democrático, ejercer la fuerza para garantizar las libertades públicas aun a sabiendas de que la represión puede sacrificar la libertad individual, me planteo también hasta qué punto se puede considerar legítima la violencia como herramienta política para el cambio y la transformación de la sociedad.

Los tres hechos que causan este artículo son distintos. La destrucción del Memorial del Estadio Nacional por barristas de Colo Colo es un tipo de violencia. Me cuesta referirme a estos muchachos sin que quienes me conocen digan “estás hablando como hincha de la U”. Te quiero hablar con cariño, quiero decirte que antes de destruir pienses que en ese lugar murió y desapareció mucha gente. Primero necesito que te ubiques en el centro de mi columna. Quiero decir: que te sientas aludido. Que si quiere la buena fortuna que te topes con esta columna, digas, o pienses (porque me alcanza con que lo pienses), “esta columna está escrita pensando en mí”. Eso, necesito. Para eso son los memoriales para recordar, quiero me entiendas, lo que hiciste fue una estupidez. En tu barrio quizás te dicen que eres el más “chorizo”. Yo tengo pensado para ti otras palabras, pero voy a proceder como cuando era chico y mi madre y mi abuela me tenían prohibido los garabatos.

A ti que intestaste quemar a un periodista, quiero comunicarte que uno de los crímenes más horrendos de la dictadura fue el que se cometió contra Carmen Gloria Quintana y Rodrigo Rojas De Negri. Un grupo de militares comandado por el oficial Pedro Fernández Dittus, que patrullaba las calles en el marco de una jornada de Protesta Nacional, los intercepta y tras golpearlos, los rocía con combustible y los quema vivos. Sé que tu discurso va a estar más cerca de aquella frase de la Polla Records: “Del Estado al hombre es orden, del hombre al Estado violencia, esta paz huele mal”. En tu discurso anti-sistémico me dirás que la violencia estructural implícita de nuestra sociedad esconde la evidencia del conflicto, permite la continuidad del sistema de dominación sin que los desfavorecidos vean y concreten a sus enemigos, acusando a otros de sus males, refugiándose en la comodidad de los discursos que dictan los medios de comunicación. Ello no exculpa la estupidez de tus actos.

A ti que en el día ayer pusiste la bomba me lleva a preguntarte ¿por qué somos tan bestias? En tus actos hay una violencia estúpida que nos viene corroyendo hace tiempo. Son tan estúpidos tus actos que a través de ellos les das argumentos a aquellos que le prenden velas al concepto de Estado Policial. Tus argumentos son una falta de respeto a la ética de aquellos que recordamos en esta semana. Me gustaría que tomaras estas palabras en sentido profundo y no sólo en su sentido literal.

Todos estos actos son finalmente un atentado a nuestra memoria reciente. Al parecer la tarea supone abrir una nueva fuente para la memoria nacional, orientándola hacia una reflexión más profunda que la que ya hemos desarrollado. Vuelvo insistir en la idea de la pedagogía de la memoria que nos permita revisar los procesos de construcción de la memoria. Ello permitiría enfrentar la supuesta legitimidad de nuevas formas de violencia y es algo que hemos comenzado–tristemente–a ver en los enfrentamientos entre grupos políticos de generaciones nuevas, no marcadas por la dictadura, pero que disputan la posición de “vengadores”.

A los tres tipos de violencia me gustaría invitarlos a que en común supongamos que simplemente queremos mejorar la sociedad en la que vivimos y entendemos que, con todas sus falencias, la democracia es el sistema político a defender. Si es así, evidentemente, no cabe utilizar la violencia para nuestro cometido. Es más, como ciudadanos comprometidos necesitamos convencer a nuestros gobernantes, sea vía nuestros buenos argumentos, sea vía presión pública, que no es lo mismo que violencia. Esta presión vendrá también por esa misma concientización que habremos realizado sobre la opinión pública que, al descubrir las desigualdades que hasta entonces desconocían, se posicionarán en nuestra justa causa. Quieres un ejemplo claro, el tema educación desde 2011 en adelante.

Si así es como entendemos el país, el pacifismo como ideología y las vías de integración democrática serán nuestro camino. El trabajo colectivo permite superar varias situaciones, pero siempre partiendo de premisas aceptadas por una mayoría. Hemos de asumir que tenemos una infinidad de opciones válidas, todas ellas con más fuerza y legitimidad que la violencia.

Es muy importante que a pesar de la palabra final del título de este artículo, a continuación, aunque pueda resultarte incómodo, molesto, hasta agraviante, debes tener en cuenta que lo primero que hice, al iniciar esta conversación contigo, fue decirte que te tengo cariño y que ojalá te sientas aludido, por lo tanto, si te sentiste aludido, bienvenida tu incomodidad.

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