Luchar en un mundo bajo pandemia: No solo sobrevivir sino vivir

Un fantasma recorre el mundo, atraviesa los continentes y los océanos. Invisible, de cierta manera es un ser vivo y de otra ni siquiera lo es, como los espectros. Solo que estos no se originan todos en China y conservan algo familiar.

Por Daniel Ramírez, filósofo

Un fantasma recorre el mundo, atraviesa los continentes y los océanos. Invisible, de cierta manera es un ser vivo y de otra ni siquiera lo es, como los espectros. Solo que estos no se originan todos en China y conservan algo familiar. El virus es prácticamente una alteridad absoluta, una extrañeza inquietante. En dos meses, este temible recién llegado ha logrado desviar la atención de todos los otros temas que la retenían de manera lancinante en el planeta: crisis climática, mega-incendios, caída de la biodiversidad, guerras, migraciones masivas; y, sobre todo, luchas políticas en un mundo cada vez más conmovido. Regímenes acostumbrados al poder se veían amenazados pour una conciencia creciente de los pueblos, gobiernos corruptos caían y sistemas oligárquicos anclados desde décadas eran empujados hacia la puerta de salida por inmensos movimientos sociales.

Eran, digo; el imperfecto es lo que corresponde a una situación confusa. El invisible invitado de piedra, que se reproduce, coloniza nuestras células respiratorias y se traspasa rápidamente entre humanos, exige para su contención, medidas higiénicas drásticas, y conductas inéditas: evitar contacto corporal y promiscuidad, rehuir reuniones masivas, transportes saturados, concentraciones, espectáculos. Y por supuesto, asambleas y manifestaciones; y ello por un período incierto, pero difícilmente inferior a dos meses. Y ya se ha observado: la única medida adaptada a tal ritmo de expansión epidémica, es el confinamiento riguroso de las poblaciones.

La economía neoliberal ha reaccionado con una fuerte caída de las bolsas de valores, comparable a la de 2008. El ultra-capitalismo especulativo, donde todo depende de todo, y prácticamente nadie es autónomo ni autosuficiente, en energía, alimentación, producción y finanzas; ese mundo interconectado que nuestras élites quisieron, del cual estaban orgullosas y que nosotros, pueblos del mundo, permitimos que se creara; este moderno y arrogante sistema muestra sus debilidades ante el minúsculo, proliferante y coronado huésped.

El ensayista Jared Diamond, en un libro importante (1) sobre el derrumbe de grandes imperios y civilizaciones, mostraba que sus causas son múltiples y se combinan. Una de ellas es la complejidad de sus organizaciones (burocracia) y la interdependencia de sus partes. Otras, son la degradación importante del ecosistema con fuerte caída de los recursos alimenticios y energéticos, combinada a veces a crisis políticas, guerras, catástrofes naturales… ¡y epidemias! Todo parece indicar que esos factores están efectivamente reunidos en el mundo globalizado de hoy. La capacidad de resistencia y absorción (resilience) de choques y crisis se va perdiendo a medida que más de estos factores están presentes y principalmente si la autonomía de los subsistemas se pierde. Es lo que ha logrado la economía neoliberal planetaria, condenando a monocultura y extractivismo a pueblos y regiones enteras, haciéndolas dependientes de sistemas bancarios y tratados comerciales abusivos, sometidas a la presión de sistemas de créditos y de modelos impuestos de “desarrollo”. El sistema, en su inconsciencia, se condenaba a sí mismo a esta fragilidad sistémica. Los guiones de ‘colapso’ (2) muestran también que la presión se ejerce primero sobre los más desprovistos, los pobres, los ancianos, los inmigrantes, los colonizados. Por eso, las élites, como danzando en los salones del Titanic, pueden creerse protegidas un poco más tiempo.

La soberbia del dogma del mercado y la ceguera del economicismo, que reduce la humanidad a una búsqueda demencial de riqueza definida unidimensionalmente por el lucro privado; sumada a la ignorancia –promovida artificialmente– del daño al ecosistema planetario, dan la impresión que es necesaria una realidad transcendente a nuestros limitados intereses, un evento de otra índole, que nos recuerde nuestra condición finita y vulnerable en la existencia.

Chile no es el único caso, pero el proceso político estaba aquí en una fase muy álgida, con expectativas inmensas, luego de la pausa estival y en la proximidad del plebiscito por un cambio constitucional. La mega-manifestación de mujeres del 8 de marzo dejaba entrever las futuras demostraciones de fuerza de un pueblo que no contaba dejarse confiscar el proceso político que fue iniciado en la calle. Polémicas insistentes y artificiales sobre quién condena o quién no condena la violencia; un uso impostado de la noción de “paz”, por un tipo de “intelectuales” fabricantes de opinión, y las gesticulaciones de (supuestos) antiguos opositores, todos miembros de una élite que ya ni siquiera intenta ocultar su propósito de conservar su posición; una persistente intención de disimular la ignominiosa violencia policial y las violaciones a los DDHH; renuncias repetidas en el gobierno. Todo eso auguraba una intensificación sostenida de la conflictividad y un empoderamiento creciente de las organizaciones sociales y movimientos nacientes por un cambio constitucional implicando una verdadera transformación de la sociedad. Se venía un período apasionante de cambios.

Todo esto ahora está en la niebla de la incertidumbre, suspendido a titubeantes decisiones gubernamentales, a medidas sanitarias y sociales urgentes que la crisis viral exige ciertamente y que no parecen ser tomadas por las autoridades. Ya he tenido la oportunidad de expresar que no creo en absoluto en teorías conspirativas. Simplemente se dio así. La “divina sorpresa” para los gobiernos como el chileno, es que podrán ocupar horas y horas de antena, desviar totalmente la atención, aprovechando la interrupción voluntaria de las manifestaciones masivas, debido a la consciencia cívica popular. No se podrán contestar las medidas del gobierno (si las toma), el cual por cierto no dejará de utilizar todo para recuperar al menos alguna fracción de su legitimidad perdida, comunicando, escenificando y autoevaluando su “eficacia” en la gestión de la crisis.

¿Qué hacer entonces?

Pensar es pensar las cosas juntas, no comentar y glosar sobre una sola realidad. Comprender (del latin “cum”: con y “prendere”: asir) quiere decir ‘aprehender conjuntamente’. Es decir que el problema es pensar la crisis sanitaria y el movimiento socio-político juntos. En otras palabras, la pregunta es, ¿Cómo evitar que se olvide, que pase a segundo plano? ¿cómo continuar la lucha? ¿Cómo pueden los pueblos impedir que las mismas élites que los han puesto en peligro con un sistema eufórico de interdependencia, no se sirvan de la oportunidad para revertir el camino ya recorrido por las luchas? Responder a eso implica un verdadero desafío intelectual, más difícil que las salmodias sobre la paz y la sacralización de las instituciones, que ocupan a los opinólogos.

La primera cosa que hay que mencionar es la calidad de los sistemas sanitarios. En Francia, donde una red de hospitales modernos, públicos, de alta tecnología, está al servicio de todos, independientemente de sus recursos económicos, la gente está relativamente tranquila, siguiendo las medidas que el gobierno toma, sin angustia. En países donde cualquier tratamiento de calidad es carísimo, y la medicina pública carece de todo, el problema es dramático: se sabe de antemano quiénes no contarán con los cuidados médicos necesarios. Y quienes tienen en realidad muchas más chances de sobrevivir. El neoliberalismo muestra su verdadera faz.

El segundo punto, es que este fenómeno inesperado actúa como catalizador de todas las crisis que aguardan en las sombras de un modelo basado en las desigualdades y el maltrato de los pueblos, desencadenando cadenas de causas y efectos, guirnaldas de retroacción destructiva: quiebras, cesantía, pobreza, tensiones diplomáticas, emociones destructivas, reflejos proteccionistas y nacionalistas; y retarda una vez más las medidas urgentísimas que había que tomar frente a la degradación ecológica global y el tratamiento serio de los asesinos conflictos geopolíticos que pululan en el mundo. Todo se degrada rápidamente…

El reflejo es entonces, sobrevivir, sálvese quien pueda. Pero la angustia y el miedo reducen la capacidad de reflexión, y cuando se convierten en pánico se destruye la inteligencia, el discernimiento, la madurez y la autonomía del pensar. Frente a una amenaza mayor, donde la muerte ronda, se infantilizan las masas y la autoridad se refuerza; como el enfermo que se entrega dócilmente en las manos del médico, el pueblo espera comando y autoridad de quienes tienen el poder. Es decir, todo lo contrario del proceso de empoderamiento y autonomía de vastos movimientos sociales de base que se estaba viviendo.

No se puede ir contra una tendencia mundial ni contra un proceso planetario. De nada sirve negar la gravedad de la situación elucubrando huecas teorías conspirativas que muestran simplemente la pereza del pensar. La clave está en no olvidar. No pasar rápidamente a otra cosa. Hay que poder asumir que es otro momento, otra fase del mismo proceso. Y, sobre todo, si en un momento no se puede ni siquiera salir de sus casas, como ya ocurre en varios países de Europa, es evidente que se tratará de un “período especial”(3) y habrá que adaptarse inteligentemente. El asunto es no solo sobrevivir –evitando contagio y enfermedad– sino vivir –evitando olvido y sumisión; no solo sobrevivir –conservando la salud– sino vivir –luchando por la dignidad.

Este tiempo, en que no podremos manifestar, reunirnos, debatir en plazas y teatros, abrazarnos y cantar juntos, será un tiempo que debemos saber aprovechar. Leer, reflexionar, escribir. Poner por escrito lo que queremos, enviarlo a los amigos, colegas, familia. Discutir es fácil actualmente gracias a las redes sociales, pero estas no deben ser una fuente de pérdida del tiempo y de difusión de fakes. Nuestra tarea actual, si consideramos que somos medianamente inteligentes, es inventar nuevas maneras de lucha, nuevas formas de relación. Ha llegado el momento que el mundo virtual, la pletórica tecnología de las comunicaciones y las redes sociales que llena nuestras horas huecas, cumplan con su rol y sus promesas. Y si no ocurre, debemos inventar la manera en que lo hagan.

Este es un llamado explícito a ingenieros, informáticos, coach comunicacionales, sicólogos y sociólogos (los filósofos no tenemos todos los saberes, a pesar de que algunos se la creen). Es el momento de idear nuevas maneras de reunirnos, de debatir y de inventar juntos el futuro de nuestro país. Aprendimos muchísimo de los cabildos. Ahora tenemos la misión de inventar lo que sigue, algo así como cabildos virtuales. Hasta que una gran parte de los ciudadanos puedan sentirse como en una gran asamblea constituyente virtual, a escala nacional, sin contaminación viral ni claudicación institucional a poderes de dudosa legitimidad, “acuerdos” o leyes de un parlamento que ha perdido toda legitimidad.

El aplazamiento del proceso constitucional tal vez no es una mala cosa. Porque dará tiempo para volver sobre lo que no calza, lo que no responde a las aspiraciones, como el problema no resuelto de los escaños reservados para pueblos originarios, y la manera de poder presentar independientes (que los partidos políticos, que han gobernado sin solucionar los problemas capitales, no acaparen los cupos en el órgano constituyente). Dejemos al gobierno hacer su trabajo, administrar la crisis, en lo que pueda. Como un saludo a la bandera de un poder en sus últimos suspiros, algo hará tal vez de bueno y eficaz.

Dejémosle el beneficio de la duda y por qué no, ufanarse. Permaneciendo conscientes y lúcidos, porque lo que no haga, por incapacidad o por ideología, debemos hacerlo nosotros, las organizaciones sociales, los vecinos, las bases. Seamos capaces de suplir con solidaridad, ayuda mutua, atención, empatía y generosidad, lo que un sistema demasiado acostumbrado al maltrato y al desprecio no sabrá ni querrá hacer. Una llamada, un sms, un whatsapp, un mensaje, una conexión, un tiempo, una escucha, para saber de sus parientes, amigos, colegas, conocidos. Poner vehículos, piezas vacías, reservas de alimentos, semillas o frutas, recursos, combustible, saberes y técnicas corporales, al servicio de quien lo necesite. Organizarse para cuidar a los niños cuando alguien necesite absolutamente ir al trabajo, como enfermeras y médicos, que serán, heroicamente, la “primera línea” en estos tiempos. Ocuparse de nuestros frágiles adultos mayores. Estar cerca los unos de los otros, aun sin estarlo físicamente. La proximidad subjetiva, en intención y en atención, la cercanía ética. Todo eso será una grande y bella escuela práctica de la sociedad que queremos construir.

Y cuando todo esto pase – porque pasará–, nos rencontraremos con nuestros cuerpos intactos, con nuestras mentes regeneradas, con nuestra voluntad fortalecida, con nuestros sentimientos enaltecidos. Lloraremos y honraremos a nuestros muertos; pero eso ya lo hemos aprendido. Y cuando vuelvan a abrirse las grandes alamedas (nunca se agotará la fuerza de esa metáfora, querido presidente), –porque volverán a abrirse–, ahí estaremos, enriquecidos de este tiempo de cuidado, de interioridad, de lectura y reflexión, y de intercambios de ideas, y por qué no, de espiritualidad.

Lo que está ocurriendo, como toda gran crisis, es al mismo tiempo un peligro y una oportunidad.

Concretamente, tenemos la posibilidad –y no es fácil en nuestros países– de pensar que el agotamiento y quiebra del modelo que justamente estábamos en plena puesta en cuestión, no es algo nacional, ni circunstancial a una época de un país determinado por su historia difícil, sino un asunto planetario, un problema de la humanidad. Se trata del colapso global o de un renacer.

Empezaremos modestamente, pero firmemente, con la construcción, paso a paso, desde nosotros mismos –y nadie deberá ni siquiera albergar la intención de apoderarse de ese proceso– de una constitución nueva, inspiradora, generosa y audaz, para recomenzar una sociedad, una comunidad de vivientes. Para eso necesitamos tiempo, serenidad y reflexión.

Algo que apenas conocemos y que tal vez ni podemos concebir, nos está dando esa oportunidad.

(1) Jared Diamond, Colapso: por qué unas sociedades perduran y otras desaparecen, Barcelona, Debate, 2005.

(2) Hoy en día se habla de «colapsología», un verdadero nuevo campo de estudios, que trata del la posible caída de la civilización planetaria actual.

(3) Así se llamó en Cuba, con su sentido del eufemismo, al tiempo que siguió la caida de la URSS, cuando la economía, mayoritariamente subvencionada por acuerdos con el area soviética, se vino abajo debido a la desintegración de ese mundo, y al recrudecimiento del embargo estadounidense desde 1992. No había, literalmente, qué comer. Pero en algunos años, ese pueblo pudo salir adelante, gracias a su capacidad de enfrentar juntos una adversidad que parecía invencible.

 

1 comentario
  1. Paola del Maule dice

    Excelente análisis, me deja con mucho que pensar y con tareas personales para ir plasmando y definiendo este momento, somos testigos-protagonistas de un quiebre profundo, sobrevivamos la crisis, mientras vivimos la oportunidad de detenernos para comenzar a crear una nueva forma de relacionarnos con el entorno y entre nosotros.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.