Más parecido a Bachelet que a Pinochet

Por Dr. Silvio Cuneo, Académico Facultad de Derecho, U.Central

En la era de las redes sociales el éxito de una columna o comentario se suele apreciar por la cantidad de likes que tiene y las veces que se comparte. Por lo mismo, hay una gran tentación de decir cosas que estén en sintonía con los(as) lectores(as) a quienes va dirigido. En estas líneas espero hacer justamente lo contrario, puesto que hoy por hoy, comparar a Piñera con Bachelet puede sonar a una defensa del primero. Sin embargo, lo que espero es mostrar las similitudes entre la Alta Comisionada para los Derechos Humanos de Naciones Unidas y el actual Presidente de Chile, no precisamente en sus virtudes.

El gobierno de Sebastián Piñera, aunque Ricardo Lagos diga lo contrario, vulnera sistemáticamente los derechos humanos. Esta vulneración llegó a niveles que no conocíamos desde el retorno a la democracia, lo que nos hace reflexionar sobre la fragilidad de las instituciones republicanas, del Estado de derecho y del respeto por la dignidad humana.

Con Pinochet las cosas estaban más o menos claras. El dictador, autor mediato de crímenes de lesa humanidad, usaba a las fuerzas armadas, a las de orden y seguridad y a sus policías secretas, para masacrar a un pueblo que no tenía prácticamente ninguna posibilidad de resistir. Los tribunales de justicia, leales a la tiranía, sin ninguna vergüenza no acogían los Habeas Corpus presentados por familiares desesperados que buscaban a sus desaparecidos.

Desde el retorno a la democracia, las vulneraciones a los derechos humanos, aunque no tienen comparación alguna con aquellas perpetradas durante la dictadura en términos de masividad, siguen perpetrándose. Sin embargo, hoy en día los tribunales de justicia mantienen cierta independencia y pueden sancionar los delitos cometidos por agentes del Estado.

Si nos centramos en lo que pasaba en la Araucanía durante los gobiernos de Bachelet, por ejemplo, podemos comprobar montajes policiales, disparo de perdigones a niños(as), denuncias de torturas y otras varias situaciones que nada tienen que ver con una democracia. Por su parte, los tribunales investigaban los delitos denunciados. No obstante, es difícil probar dichos delitos cuando los propios Carabineros son los autores y cuentan con múltiples mecanismos para poder obtener la impunidad ocultando elementos que acrediten su participación.

Piñera, siguiendo las estrategias criminales de los gobiernos que lo antecedieron, no modificó sustancialmente la represión al pueblo Mapuche. La muerte de Camilo Catrillanca evidenció cómo Carabineros podía mentir sin ningún tapujo y hacer todo lo posible para ocultar las pruebas inculpatorias. Por su parte, el gobierno de Piñera no dudó ni medio segundo en respaldar el actuar de Carabineros y defender la tesis de un enfrentamiento.

En Chile, desde el 18 de octubre de 2019 las cosas cambiaron en muchos sentidos. Ante las masivas manifestaciones a lo largo del país, la respuesta ha sido una represión que quiso estar a la altura de las circunstancias. Ahora los perdigones, la tortura, los montajes y los abusos se extendieron por todo el país. En cierto sentido, Chile se ‘araucanizó’, y la represión que nos hace pensar que esto no es una democracia. Se trata de una mayor extensión más que de una nueva forma de masacrar, es decir, un cambio más cuantitativo que cualitativo.

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