Matías Rivas: Odio las despedidas

Los empresarios no están para perder plata, lo tengo claro, me lo han dicho en la cara. Por eso cuando los medios no dan lo esperado, los cierran. Pagar sueldos y sostener la discusión pública está fuera de los planes de negocios. La beneficencia es otro rubro.

Última columna del escritor para Revista Capital (no fue publicada)

El cierre de revistas y diarios es un síntoma de pobreza cultural. No dan plata, no se financian. Sí otorgan poder y espacios de diálogo. Con su extinción, los dueños de estos espacios dejan de perder dinero y de tener influencia.

¿Cuáles son las consecuencias?

            Matías Rivas (Foto UDP)

Desde mi punto de vista, es una equivocación política. Los medios son un territorio legítimo, con reglas comunes de respeto, en el que se debaten ideas, levantan críticas y muestran e impugnan a personajes gravitantes. Por supuesto que cometen errores. Pero cuando estas zonas se acaban, el debate se desplaza hacia el eriazo de las redes sociales, donde la virulencia, la ignorancia y las noticias falsas ganan por lejos.

En las próximas elecciones serán menos los puntos de vista que estarán expuestos con precisión. Los candidatos no tendrán que sufrir el escollo de mostrar sus pasados, ya que sin prensa las preguntas no son contestadas. Se difumina el lector, deja de tener presencia en la interlocución. El público es transformado por los algoritmos de Facebook y Twitter en números a quienes les dan la información que desea oír. No tiene límites ni moral a la hora de comunicar.

¿Quiénes ganan en este terreno? Los bárbaros, los que gritan más fuerte, las mafias, las barras bravas, los delatores y, por sobre todo, los fanáticos. Sin duda, la democracia es la primera afectada. El tono del diálogo sube cuando no es por escrito y con desarrollo. Las instituciones decaen, puesto que son erosionadas por una desconfianza que no tiene contraparte, por una violencia que no es contenida. Las dudas y las preguntas, que son la esencia del periodismo, han sido cedidas a las hordas que asolan las redes. El pensamiento crítico es eliminado, no tiene lugar desde donde emitirse.

Los empresarios no están para perder plata, lo tengo claro, me lo han dicho en la cara. Por eso cuando los medios no dan lo esperado, los cierran. Pagar sueldos y sostener la discusión pública está fuera de los planes de negocios. La beneficencia es otro rubro.

Es posible que tengan la razón. En la lógica económica las cuestiones tienen ángulos y cálculos. Y que reconozcan que fracasaron es potente. Los números son irrefutables. Los avisadores huyeron. Fueron incapaces de retenerlos. Es una crisis mundial, por cierto. Y Chile está saliendo muy mal parado respecto de los países que funcionan como referentes. ¿Somos más precarios a nivel intelectual? ¿Por qué las suscripciones no seducen? ¿Los medios están respondiendo a los lectores? ¿Les entregan algo imprescindible? Las respuestas en estos minutos valen poco. Ver una debacle de esta índole hace meditar. La revista Paula se acabó en plena explosión feminista y Capital clausura luego del estallido, justo cuando hay una impugnación al mercado. Son coincidencias, no más.

Hace rato, eso sí, que la realidad salió del eje del discurso convencional. El control está extraviado. Una manera de reconocerlo es abandonar el plano público y refugiarse en el silencio. Los costos de esa resta son claros: entregar lo simbólico a las pulsiones y a los líderes que interpreten a grupos de interés determinados. Al populismo. El espectro de las emociones manda. La fluidez de las tendencias está vinculada a los entusiasmos rápidos. De ahí que los cálculos típicos estén despistados. Las encuestas son inverosímiles. La incertidumbre asoma y subjetividad gana cuando no hay conversación. El fin de la prensa es una señal de esa deriva.

Odio las despedidas. Son amargas, crueles y tristes. Sublimarlas es una frivolidad. La desilusión está viva. El luto es lo que corresponde. O el lento olvido. El descampado es el paisaje que se observa. Vienen tiempos feroces. Será difícil escucharse. Escasean los refugios que reúnen el conocimiento con la realidad, en los que es posible disentir. La falta de paz flota en el aire.

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