Norman Briski, dramaturgo y actor argentino: “No me dedico al Teatro por dinero”

Su película La Fiaca lo catapultó como comediante de excepción, aunque optó por el teatro serio. Propietario de la Sala Calibán –en actividad constante– estima que una gran porción del Teatro argentino está hoy en una suerte de especulación posmodernista.

Por Jorge Abasolo Aravena (Desde Buenos Aires)

Brillante, original, fuera de serie, refractario, estilete incesante de las lacras societales y rebelde con o sin causa. Le han dicho de todo a Norman Briski, pero –paradojalmente hasta quienes lo fustigan no dejan de admitir su proverbial talento. Eso ya merece párrafo aparte, en un medio reticente a reconocer la valía de sus congéneres.

Pensé que me iba a encontrar con un tipo cálido/distante. Esta vez me falló la intuición.

De risa fácil, buen conversador y mejor contertulio, le sobra eso que los franceses llaman savoir faire y que no es otra cosa que una proverbial capacidad de situarse en escenarios diferentes. Es la vida, el recorrido, la cancha… o la experiencia, si usted quiere.

Considera que el genuino actor nace y se hace. “Generalmente uno quiere elegir entre una cosa o la otra, pero en muchas ocasiones sucede que las dos se unen”.

Mucho más que un artista, pocos saben de su paso como bailarín en el Teatro Colón.

Fue un gran mimo ¿o lo sigue siendo? aunque admite que se le fue la gracia:“Lo que pasa es que uno va creciendo. El hecho de no emplear la palabra corresponde a una etapa infantil; y la expresión corporal va relacionada con la falta de lenguaje”.

Declara que el teatro que lo busca y lo inunda no quiere ser revolucionario, sino revulsivo.

Hoy ya ajeno al domicilio político, creo que Briski es un anarquista en el fondo, un conservador en la forma y un iconoclasta en su esencia.

Me resulta difícil describir su estilo teatral, algo desenvuelto y no por ello menos serio. Parece que ahí está la gracia. Aunque creo que en la incitación se alberga el embrujo con que captura a sus espectadores y lectores.

Sin duda que el Teatro argentino ha tenido momentos mejores, aunque –alicaído o anémico seguirá siendo un referente obligado para el teatro chileno.

El teatro bonaerense de hoy es muy distinto al de hace un par de décadas. Y ello se trasunta de una manera tajante: éste refleja la moral de hoy y ella no es la de hace veinte años, menos laxa y sin esos tintes de relativismo que sirven para justificar cualquier acto esperpéntico.

El teatro de hoy en el vecino país no solo refleja esa moral dislocada (lacra sudamericana, creo) sino que la desnuda, la empuja pero también la sacude.

La función del verdadero hombre de teatro es la de un intelectual que no obedece a bandera partidista alguna y no se prosterna frente a las corrientes en boga. Debe permanecer en estado de vigilia para denunciar a través de este medio de expresión que es el Teatro las alienaciones que nos rodean. Esto lo sintetiza de modo magistral el pensador argentino Víctor Massuh cuando asegura que “el intelectual que se pone al servicio de un poder constituido –sea éste revolucionario o no rebaja su actividad al nivel de propaganda o de panfleto”.

Que no se discuta algo que ya alcanzó trazas de axioma…

Y es que el intelectual es un paladín de la liberación, de la comunidad y no debe pringar jamás esa noción tan prístina como inmaculada.

EL HOMBRE DE LA FIACA

Norman Briski inició su carrera a mediados de los años cincuenta con la obra teatral “La Farsa del señor Corregidor” en la provincia de Córdoba, lugar donde nació y se crió. Entre sus más destacados trabajos interpretativos se destacan “La Fiaca”, “Otros Paraísos” y “Rosencranz y Guildenstern han muerto”. En lo que respecta al cine, podemos destacar los siguientes filmes, donde sobresalía ante sus compañeros de ruedo; bajo la dirección de Carlos Saura, “Elisa, vida mía” y “Mamá cumple cien años”; “La Peste” de Luis Puenzo; “La sonámbula” bajo el mando de Fernando Spiner, entre otras producciones.
Como personaje televisivo, ha tenido numerosos papeles protagónicos y apariciones especiales, como en: “Uno más uno”, “Sin Condena”, “La bonita Página”, la miniserie “Bajamar”, por la cual consiguió su primer Martín Fierro y “Tiempo Final”, gracias a la que obtuvo el segundo.

Como dramaturgo logró el premio Clarín al mejor autor argentino por su obra “Rebatibles”. Además escribió, entre muchas, “El astronauta”, “Con la cabeza bajo el agua” y “Verde Oliva”.

Entre sus últimas obras en cartel se encuentran “Fin de Siglo” y “El alquiler de la sombra”, que se hicieron en el teatro Calibán, por supuesto, dirigidas y escritas por sí mismo.

Como director, se ha propuesto llevar al teatro diversas versiones de sus obras, así como también algunas de otros autores: “Potestad”, “El señor Galíndez”, “La gran Marcha” de Tato Pavlovsky, “Poroto”, y “Sol y Luna” con el Dragon Dance Theater.

Continuamente se dedica a ser docente de actores. En su trayectoria ha formado más de un grupo y talleres de teatro popular. En estos tiempos se encuentra dirigiendo y escribiendo obras para el Grupo Brazo Largo. Muchos de sus textos dotados de experiencia han salido en publicaciones de diarios y revistas.

¿Por qué no siguió usted en la comedia y viró hacia el Teatro serio?

Lo que pasa es que el social histórico se aleja de la comedia. Yo no me alejo de las cosas tan intensas como pudo ser “La Fiaca” en su momento. En la actualidad han declinado muchísimo las producciones referidas a temas que tienen contenido social, que tienen su densidad… eso en la Argentina ha caído estrepitosamente. Y no solo en lo que se refiere a una comedia que esté hablando de la sociedad donde vive, o de aspectos de la sociedad en que se vive. No. Acá se han caído muchísimas cosas, por más que haya una apariencia auspiciosa. Y como el cine y la televisión dependen mucho del dinero, ese apto no serviría más que para un entretenimiento vano, que es lo que está primando hoy. En la actualidad nadie está poniendo ni capital ni trabajo para hacer cosas más interesantes que se hicieron en el pasado. Y no me refiero solo al cine, al teatro o la televisión. Hoy no tenemos ese nivel, y creo que es porque la Argentina ha sufrido episodios lo suficientemente drásticos como para que nadie esté en la comedia.

Racine decía que en períodos desgarradores es cuando asoman mayores grados de creatividad…

En alguna etapa de algunas dictaduras –que serían las últimas etapas apareció acá el teatro abierto. Asomó una idea libertaria, de cierta expresión cultural. Esto me recuerda la cultura que imperó en Alemania, en el período hitleriano. Si nos acordamos bien, lo que cundía en esa época era lo que habían escrito personas como Wagner o Beethoven, pero la expresión de ese período no existió. Fue nula.

Acá en Buenos Aires he visto mucha ramplonería en la televisión. En Chile, un amigo –gran actor de Teatro me dijo que había tenido que prostituirse y hacer televisión, donde pagan mejor. ¿Es el drama de muchos actores también en la Argentina de hoy?

Yo creo que es más que un drama. Es una tragedia. Pero el actor tiene esa cosa mefistofélica. Basta que esté presente en la televisión y aguanta cualquier cosa patronal.

En una entrevista usted dijo que los neoyorquinos le resultaron más cercanos que los españoles. ¿Cómo así?

Convengamos en que yo soy anti imperialista, pero no soy anti norteamericano. En EEUU conocí a gente de una enorme sensibilidad y muy solidaria. Una cosa es lo que significa ese país y otra es lo que son. Hay muchísimas personas de un gran valor. Yo tengo el mejor de los recuerdos de mi estadía allá. Este “Teatro Calibán”, este lugar donde estamos sentados ahora, es la consecuencia de la venta del departamento que tenía en Nueva York. Y ha sido construido en comunidad con chilenos, argentinos y peruanos. Lo que pasa es que acá en la Argentina tuvo un gran devenir sobre lo que significó Stanislawsky y su cultura en términos teatrales. Y Nueva York también está imbuida de esa cultura stanilavskiana. Entonces, hay una similitud de cierto devenir de técnicas y de maneras de trabajar en el castellano y el inglés, cosa que no pasó ni en Italia ni en Francia.

¿Se permeó usted de la idiosincrasia del neoyorquino?

¡Pero sin ninguna duda! Yo viví casi seis años allí. Ustedes mismos los chilenos –en el ámbito del teatro han tenido cierta conexión con Inglaterra, en el sentido de que todos los realizadores chilenos, en algún momento, fueron a conectarse y nutrirse con los ingleses.

Tengo entendido que estando en Nueva York usted compartió con Richard Burton…

Así es.

¿Cómo era en el trato coloquial?

Era un tipo extremadamente simpático. Muy simpático… veloz y muy seductor. Un seductor como pocas personas he conocido en mi vida. También conocí a Paul Newman y a Robert Redford.

¿No quiso quedarse allá? ¿Por qué volvió?

Yo creo que si no hubiese llegado la democracia en la Argentina, estaría convertido en un “neoyorquero”… caminando por el río. Pero la verdad es que apenas pude volver al país, lo hice. Este es mi lugar. Afuera yo enseñaba lo que sabía. No aprendía tanto. En cambio acá es distinto, pues estoy aprendiendo todo el tiempo. Hay una mayor exigencia, en el sentido de que tenés que ser eficaz en tu trabajo.

Como decía mi padre, “el que enseña aprende dos veces”…

Está buena esa, ¿eh? Es cierto eso…muy cierto.

¿Todo hombre de Teatro debe ser antisistémico?

No. Lo que no tiene que ser es de un solo sistema.

Habrá que buscar un sistema que nos cobije a todos…

La epistemología (Nos reímos). Hay que tener en cuenta que toda metodología es estudiable, referencial… y puede ser extremadamente reproductiva si es que no somos sectarios.

Postmodernismo

Hasta hoy en Chile algunos actores vienen a nutrirse de buen Teatro acá a Buenos Aires. Acá mucha gente me ha dicho que ha tenido épocas mejores. ¿Cuál ha sido la etapa de oro del Teatro argentino?

Yo soy más bien de un Teatro independiente. Claro, hay momentos del teatro argentino que han sido mucho más activos, más interesantes y hasta más inquietantes. Hasta la década del 60 acá había un teatro de calidad.

Usted era entonces un niño…

No tan niño… pero lo suficientemente juguetón como para haber estado protagonizando un movimiento con cierta importancia. La verdad es que sería irresponsable de mi parte decirte que conozco hoy el teatro argentino. No tengo idea de lo que está pasando, así que también es atrevido empezar a analizar lo que está pasando en el teatro de acá.

Pero usted es un referente obligado del quehacer en la Argentina y todos le ubican y le respetan…

Seguro… pero el hecho de que yo sea un referente no significa que sea un conocedor de lo que está pasando en los 140 grupos de teatro que hay en Buenos Aires.

Uno tiene siempre un pálpito, esa sensación térmica que llaman…

La sensación térmica me dice que una gran porción de ellos está en la especulación postmoderna. La otra se debate en un cierto snobismo improductivo y curioso por su cantidad. Y –por supuesto existen grupos con muchísimo interés por hacer trabajos serios, con actores, directores y todo lo que conlleva un trabajo hecho en serio. Pero, es la minoría absoluta. Son contados con los dedos de una mano.

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