Osar declararse pacifista

Hoy en día, dirigentes irresponsables de grandes y pequeñas naciones juegan con bombas nucleares, branden amenazas, insultos y retórica belicista, hinchan el pecho en una pantomima de kermesse que se prestaría a risa sino tuviera como tela de fondo la muerte eventual de millones de personas y la destrucción de regiones enteras del planeta.

Por Daniel Ramírez, Doctor en Filosofía (La Sorbonne)

Nace un ser humano y hablamos a veces de milagro, o por lo menos de feliz noticia. Claro, toda una existencia se prepara, con una infinidad de experiencias subjetivas totalmente imprevisibles. Las sociedades, el pensamiento, la cultura, todo ello avanza para que estas vidas sean más plenas y realizadas humanamente posible.

Al mismo tiempo, en las mismas ciudades, hombres y mujeres movilizan toda su industria en la preparación de máquinas infernales, algunas pequeñas y portables, otras inmensas, titánicas; emplean la ciencia y la tecnología que la evolución nos ha permitido alcanzar para crear dispositivos metálicos, químicos y electrónicos de muerte, devastación, dolor y miseria. Como si no hubiera para ello terremotos, huracanes, maremotos, incendios y epidemias.

Otros organizan, educan, entrenan, financian a quienes estarán a cargo del uso. Armas, ejércitos, material y cuarteles, pactos y alianzas, amenazas, distribución de fuerzas y poder. Los Estados-nación modernos no se conciben sin ese universo tan particular que consiste en preparar la guerra. Y hacerla.

Quisiera decirlo de la manera más clara del mundo: me parece increíble que sigamos considerándonos como una “civilización” sin siquiera haber puesto en cuestión esta realidad que se encuentra muy cerca del centro de nuestras sociedades. Ello no corresponde más que a una etapa prehistórica; alguna vez la guerra estará simplemente prohibida y habrá desaparecido del planeta, como los sacrificios humanos y la antropofagia.

Hoy en día, dirigentes irresponsables de grandes y pequeñas naciones juegan con bombas nucleares, branden amenazas, insultos y retórica belicista, hinchan el pecho en una pantomima de kermesse que se prestaría a risa sino tuviera como tela de fondo la muerte eventual de millones de personas y la destrucción de regiones enteras del planeta.

Afirmar la necesidad imperiosa de la paz, declararse pacifista, no es obvio hoy en día. Un viejo e hipócrita lugar común que se reclama “realista”, con perogrulladas como que hay que defenderse, que los hombres son violentos, y que todo es lucha por el poder. Se acusa al pacifista de iluso, de naif, de utópico o de irresponsable. Basta con observar, en Chile, las lluvias de insultos en redes sociales cada vez que se enuncia la posibilidad de ceder una salida al mar a Bolivia. Una antigua correspondencia del militarismo con el patriarcado y su educación machista hacen muy difícil los debates en torno a estas cosas.

Comencé hablando de las armas. No es la manera habitual de referirse al problema de la guerra y la paz. Se puede decir que no son las armas las que matan sino la gente. Sin embargo, me parece esencial. Porque el ser humano, a veces definido como homo faber, el que fabrica útiles, está íntimamente ligado a la transformación técnica del mundo. No sabemos precisamente si los primeros útiles fabricados hace centenas de miles de años fueron armas o herramientas ni si al comienzo de nuestras ciudades, fue el arco o la lira el que hizo vibrar antes una cuerda tendida. Pero sí sabemos que un hilo mortal une íntimamente la larga historia de las armas a las luchas por el poder y a la guerra. El hombre y el arma hacen una ancestral y mortífera pareja, los hititas, los egipcios, los hebreos, los griegos; también los aztecas, los incas y los mapuche, los chinos, los mongoles, los hindúes y japoneses, todos han forjado como Hefaistos, al mismo tiempo armas y mitos. Héroes fundadores, revolucionarios y libertadores tiene monumentos en armas y uniformes. Celebramos fechas que conmemoran batallas, honramos próceres que las ganaron o perdieron, hemos edificado nuestro “relato nacional” en base a ello; hacemos dudosas ceremonias religiosas con militares y costosas paradas oficiales.

Por ellos es difícil declararse pacifista. Hay muchos hábitos mentales para decir que la guerra es inevitable y que por lo tanto, las armas y los ejércitos son indispensables.

Una cifra sin embargo podría hacernos reflexionar: el presupuesto anual mundial en armamento oscila alrededor de 1,75 billones de dólares, entre 3 y 4% del PIB mundial. Según la FAO, ¡una décima parte de eso, un 0,3% del PIB, permitiría nada menos que terminar con el hambre en el mundo! (lejos del gasto actual, unas cien veces menor). El hambre toca a unos 800 millones de individuos y se estima que unos 50 millones mueren al año por deficiencias alimenticias. De ese gasto monumental, el 44% es asumido sólo por los EEUU, por cierto el único país en el mundo que ha utilizado armas atómicas contra la población civil en Hiroshima y Nagasaki. Sin embargo, es ese país que agita periódicamente la amenaza de “Estados canallas”, para justificar la escalada armamentista que le asegura la supremacía mundial.

“No solo el hambre en el mundo sino enfermedades, sufrimiento, pobreza, violencia e ignorancia esperan por una humanidad madura, que le dará definitivamente la espalda a la guerra”

Por supuesto, mientras la paz no sea la norma moral y política de un nuevo humanismo cosmopolita que se imponga en el mundo, ejércitos defensivos permanecerán necesarios. Pero nada justifica el desarrollo de inmensos arsenales, armas de destrucción masiva y un verdadero sistema industrial y mercado de armas en el cual casi todas las naciones ricas obtienen más riquezas aún, mientras siguen hablando de la paz en la ONU y denunciando servilmente siempre a los enemigos de los EEUU, sin decir nada de sus amigos, para justificar el mantenimiento de ese sistema mafioso. Un solo ejemplo: Arabia Saudita mantiene una guerra sangrienta por la hegemonía en Yemen, contra los rebeldes houthis, de inspiración chiita. Pero es Irán quien es acusado por EEUU de ser una amenaza, país que no envía tropas a parte alguna y que concluyó un pacto con varios países occidentales liderados por el presidente Obama para el control de la industria nuclear.

Porque hay que afirmarlo con claridad: LA GUERRA ES CRIMEN ORGANIZADO. La llamada “guerra justa” es una rara excepción. El asesinato, penado en todos los países del mundo, ¡en la guerra está autorizado! Los gobernantes que desencadenan guerras con mentiras o intoxicación ideológica son criminales contra la humanidad y los pueblos que los siguen sin rebelarse son rebaños.

¡Hay que recuperar el valor de declararse pacifista! Decirlo, escribirlo, cantarlo, producir obras y lenguajes en torno a un mundo de paz. Informarse, increpar a los gobernantes, cuestionar a los candidatos, aclarar las posiciones. Todo el mundo puede hacerlo.

Darle la espalda al pasado belicista, al ridículo orgullo nacionalista, al ramplón machismo primario, a deseos de poder, comandar y de imponer su fuerza. No solo el hambre en el mundo sino enfermedades, sufrimiento, pobreza, violencia e ignorancia esperan por una humanidad madura, que le dará definitivamente la espalda a la guerra. ¿Utópico? ¿Futurista? Puede ser, pero ocurre que el futuro empieza hoy mismo y que la utopía se fabrica día a día, así como el cierre del futuro en la barbarie y la destrucción. No decir nada es optar por lo último.

2 Comentarios
  1. Verónica Ruiz dice

    Felicitaciones, una vez más, Daniel Ramírez con un tema candente y dramático que, paradójicamente, no conmociona a las masas anestesiadas, y con un llamado a la lucha para darle la espalda a la vieja cultura imperante del patriarcado, motivo que debiera ser para los medios de comunicacción la fuente de riqueza crítica permanente expresada en diversas narrativas.

  2. Patricio Castillo dice

    Es eso exactamente y lo ha sido desde siempre. Hoy con el agravante de la gran hipocresía encubridora de la que hacen gala los serviles estados ,medias, etc. Los verdaderos detentadores del poder y que menipulan todo esto, son casi invisibles, cuando no totalmente…vean el asesinato de esa periodista en Malta.

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