Partos en el Día de la Tierra

Hace 50 años la humanidad acordó celebrar los 22 de abril como el Día de la Tierra, este año es también el cuarto aniversario de la firma del Acuerdo de París sobre cambio climático.

Por Victoria Uranga, periodista

No son solo nuevas conmemoraciones, el Covid-19 nos tiene en el límite y nos invita a quedarnos solo con lo esencial. Todo el resto pesa, nos retrasa y finalmente, sobra. Pero es precisamente en el corazón expandido de la tierra en donde podemos encontrarnos y sentir el Todo en cada uno.

Tendremos difíciles batallas que resistir para sobrevivir al coronavirus. Sin embargo, la gran tarea colectiva es lo nuevo que nace. Aunque no es totalmente nuevo porque surge de lo que estamos recordando: pertenecemos a la Tierra, somos frágiles y el buen vivir está en las cosas simples y maravillosas que co-creamos en el cotidiano.

Por eso, avanzar en la comprensión de la pandemia por el Covid-19 requiere más que nunca de miradas integradoras y transformadoras. Imposible salir de esta crisis sanitaria sin reconocer su entrelazamiento con la pandemia ambiental y la posibilidad de desarrollo espiritual.

El Covid-19 tiene en su base la deforestación, el cambio climático, el crecimiento desmedido de las ciudades, el comercio de especies silvestres, la pérdida irrecuperable de biodiversidad y tantas otras expresiones de una visión antropocéntrica que nos fue acorralando. La transmisión del virus desde animales silvestres a humanos es solo una expresión de la poca conciencia con que hemos actuado.

Para finales del 2020, las emisiones globales de carbono deben disminuir 7,6% y continuar disminuyendo en esa misma proporción cada año durante la próxima década para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5˚C a fines de siglo (PNUMA).

Tos, estornudos y cuarentenas nos dan posibilidades para cambiar nuestra historia. En un lado delfines juegan en el mar de Valparaíso, leones duermen siesta en las calles de Sudáfrica, se escucha el “cielomoto” (emisiones de radio naturales que suenan como música) en Buenos Aires, los canales de Venecia lucen claros y el Himalaya nos muestra la cara que escondía desde la Segunda Guerra Mundial.

Por otro lado, están los que se aferran a la antigua normalidad, aunque nos haga daño. Ya se escuchan las voces que piden flexibilidad en leyes y procesos ambientales para aprobar proyectos que “rescaten” la economía a cualquier costo. Un ejemplo es la reciente aprobación, a espaldas a la ciudadanía, de la declaración de impacto ambiental en Putaendo de un proyecto minero de 350 sondajes en medio del Río Rocín. Esa decisión, abre la puerta para que la gran minería entre a destruir invaluables glaciares de roca en la cuenca del único río de la zona en un valle devastado por la sequía. Otro ejemplo, es que mientras Anglo American regala mascarillas y alcohol gel a las comunidades pospuso hasta julio el proceso de Estudio de Impacto Ambiental en que debía responder más de 200 observaciones ciudadanas que rechazan la expansión del Proyecto Los Bronces Integrado. Migajas de greenwashing mientras nos quitan el agua y la vida.

En este tiempo de cambios, el otoño nos invita a botar las hojas que ya no nos sirven y la historia nos cuenta que no somos los únicos ni los primeros que hemos quemado naves para ir en busca del horizonte. Demos juntos el salto amoroso que nos lleve a recuperar el equilibrio interno, entre nosotros y con la naturaleza. Hoy 22 de abril con la luna nueva de compañera, la tierra está pariendo corazones y se siente la fuerza de los latidos de la madre.

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