Raúl Ruiz: también se fue a los cielos

“El más chileno cineasta francés”, como lo definió el periodista Carlos Monge, dejó de existir esta mañana, dejando un legado de arte y cultura que lo encumbra a lo más alto y lo posiciona como uno de los artistas más brillantes de la escena nacional. Hace unos años, Jorge Abasolo lo entrevistó para la revista El Periodista y hoy, a manera de homenaje, reproducimos parte de sus dichos de entonces, cuando sostenía que “el humor es prioritario en mis películas”.

Por Jorge Abasolo A. y André Jouffé

Es el cineasta chileno más exitoso y reconocido en el exterior. Nacido en Puerto Montt, se convirtió en ciudadano del mundo. Radicado en Francia, viajó permanentemente a Chile para encontrarse con sus amigos y ver a su madre. Consultado sobre la lentitud del cine nacional decía que ella «no es un defecto sino más bien una característica».

A comienzos de los 60 lo tenemos en Santiago, donde se vincula al teatro de vanguardia como escritor, creando entre 1956 y 1962 sobre las cien obras.

Cuando aún no cumplía la mayoría de edad, inicia su primera incursión en el cine como director de «La Maleta», proyecto que abandona al igual que dos cortometrajes que entre 1960 y 1964 pretende llevar a cabo.

Ya hacia 1968 realiza su primera película completa, «Tres tristes tigres», que pasa a formar parte de la tríada insoslayable del cine chileno de esa década.

Radicado en Francia, viaja permanentemente a Chile para encontrarse con sus amigos y ver a su madre, de quien dice que se encuentra «inexplicablemente viva».

Entre los actores, Ruiz también ha hecho buenos amigos en latitudes lejanas. Declara que Martin Landau «fue mi mejor cómplice… el que mejor me pudo explicar lo que era realmente el cine americano». A la hora de recordar a un auténtico amigo, no duda en señalar a Marcelo Mastroiani, «algo así como un hermano», recuerda.

Arte e industria, arte y espectáculo, calidad y comercialización. Es la fórmula que todos se esfuerzan en descubrir. ¿Ha logrado usted dar en el blanco con alguna de sus películas?

Creo que a veces. Yo creo que con la energía que he gastado en tratar de conservar mi libertad para hacer películas habría podido dar tres golpes de estado en Chile. Fíjese que el mejor documental sobre las Guerras de Arauco lo hice haciendo una película norteamericana. Es decir, todas las trampas, todas las triquiñuelas, la de cosas que tuve que hacer con los americanos… podrían haber sido copiadas de las Guerras de Arauco. O sea, nunca dar la cara, retroceder, arrancar, salir por la puerta y entrar por la ventana… salir por la ventana y entrar por la chimenea. Ese aspecto Ulises que debe tener todo artista… bueno, creo que ahí estuve bien porque la película –no es la mejor que he hecho– pero no es la peor.

LITERATURA POCO EDIFICANTE

La literatura latinoamericana es desgarradora, le falta humor, ¿Pasa lo mismo con el cine?

Pero, mire… Mariano Latorre me parece que es un hombre que tiene humor. Le digo más, me parece que debe ser uno de los mejores escritores que ha producido Chile para el cine. Yo lo he usado mucho indirectamente.

¿Cuáles son sus fuentes de inspiración? ¿Son ideas, palabras, imágenes?

Se producen concreciones. La película hay que verla de un viaje. Mentalmente hay que prepararse para ello. A veces esto se presenta como una alegoría. Se da de sopetón.

¿Qué papel juega la ironía en sus películas?

Le diría que es casi prioritario. Cuando las cosas me empiezan a dar risa yo empiezo a escribir el guión. Nunca antes.

A usted es imposible disociarlo de «Tres tristes tigres», que forma parte de la tríada de las grandes películas chilenas de la década de los sesenta, junto a «Valparaíso mi amor» y «El Chacal de Nahueltoro». ¿Siente usted que su film se apartó demasiado de la obra original de Alejandro Sieveking?

Eso formaba parte del acuerdo con Sieveking. Yo no iba a adaptar, sino a adoptar la película. De hecho, yo quería usar una escena de la obra de teatro como escena madre de toda la película.

Y es la escena aquella en que se encuentran los tres personajes centrales, el Tito, la Amanda y el Rudy. Esa escena es muy importante porque ahí están reunidos el pituco venido a menos, el siútico y la casquivana. Ellos se encuentran una noche y –entre bromeando y no bromeando– pasan una situación violenta y a la vez grotesca. Ese iba a ser el punto de partida de la película… y Sieveking no solo estaba de acuerdo, sino que estaba hasta más que contento con lo que pasó. Desde ese punto de vista no hubo objeciones.

¿No fue una película demasiado violenta?

Es muy violenta, sí. Se trató de una película que quiso transmitir la violencia chilena que subyacía detrás de una cosa de convivencia aparentemente normal. Y bueno… visto lo que pasó después con el Golpe de Estado, desde ese punto de vista la película fue bastante premonitoria. Y así lo tomaron en la Argentina, una vez que la vieron. De alguna manera es una película que anuncia una violencia inesperada que va a producirse en cualquier momento. En cambio, para mí era otra cosa. Era simplemente lo que se llama el tiempo muerto del subdesarrollo o la violencia subyacente de la vida cotidiana y que podía explotar en cualquier momento, o que explota y desaparece. A eso le llamábamos nosotros «la chillaneja».

Cuando hablamos de las tres películas notables del Chile de los años sesenta, hay una injustamente discriminada. Me refiero a «Largo viaje», de Patricio Kaulen, ¿Comparte este juicio?

Sí. Yo creo que justamente el feísmo, el expresionismo de la época no nos dejó ver esa película que era, para nosotros, demasiado estetizante. Era una película que se podía asimilar perfectamente a cierto cine latinoamericano de los 40 ó 50 y nosotros la consideramos sobrepasada. Lo que ocurre es que en el cine las cosas no van de mejor a peor, ni un tipo de cine reemplaza al otro. En consecuencia, con los años ese cine pasó a ser tanto o más interesante que el nuestro. A veces las cosas vuelven atrás, y eso no pasa solamente acá. En el cine francés, alguien que podría cumplir esa función sería Marcel Carné, inútilmente vituperado. Carné con su guionista Jacques Cleverd son considerados ahora, de nuevo revistos, reexaminados y reconsiderados. Eso pasó acá y pasó en Japón, donde un cineasta despreciado y menospreciado como Kurosawa, es de nuevo reestudiado y reconsiderado. Eso pasa con muchos… y con cierto tipo de cine inglés.

EL ARTE Y SUS TIEMPOS

¿Hay revisionismo en el cine, también?

Es que ocurre un fenómeno especial. Lo que está cada vez más claro es que las cronologías no funcionan en la evolución del arte y menos aún en el cine. El mundo no se organiza de mejor a peor; y mientras el tiempo pasa el mundo no va mejorando. Eso ya lo sabemos y en el arte se da más que en otras disciplinas.

¿Por qué es tan lento el cine chileno?

La lentitud no es un defecto, es más bien una característica. Es una particularidad. Ser lento –si el país es lento– es una manera de estar de acuerdo con el país. Ahora, con los años la lentitud –paradojalmente– se ha ido transformando cada vez más en una virtud. Antonioni es lento, Bergman es lento… los grandes maestros del siglo XX son lentos. Son lentos en el sentido de que la agitación, el aspecto cocainómano del cine, la rapidez o la taquicardia, no son valores absolutos.

¿Cree usted que el cine digital es el cine del futuro?

Le voy a contestar con una frase de Maquiavelo. Cuando le preguntaron si el latín era mejor o peor que la lengua vulgar –el toscano de la época– él decía que efectivamente el latín era superior. «Pero hay un problema –agregaba– y es que todo el mundo habla toscano». A la pregunta si el cine en 35 mm es mejor o es peor, yo creo que de todas maneras es superior. En todo caso hay que decir algo muy obvio, y es que el cine digital es el que se hace. No se puede pelear económicamente contra él. Es mejor aprender cómo hacerlo. Ahora, cuando el cine digital empieza a simular las 24 imágenes por segundo, no estamos tan lejos de tener un equivalente de la magia del cine antiguo. Así que no hay para qué desesperarse. Pero es una evidencia.

Pero el cine digital sería más masivo, por cuanto permitiría a cualquier persona con algo de creatividad generar sus propios cortometrajes…

Ni tanto. La experiencia de las otras artes prueba de que mucho no cambia la situación. El artista de valor es una forma de locura o de enfermedad mental, que aparece de cuando en vez, y que nos permite ver el mundo tal como lo ve él. La cantidad de gente que puede hacer eso no va a aumentar.

 

RECUADRO

Escenas de su vida en pareja

Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz; los dos son porteños, ella de Valparaíso y él de Puerto Montt. Juntos pero no revueltos han conformado una excelencia sentimental y cinematográfica.

Por André Jouffé

 

Los presentó José Román, el crítico de cine. Ambos se lo agradecen.

No fue el enamoramiento de la alumna ( estudiaba Filosofía cuando se abrió la carrera de cine) al profesor de los dos únicos años que se dictó la carrera de cine en la Universidad Católica de Valparaíso, sino del hombre entretenido, ingenioso, culto a morir.

Valeria es sedienta de cultura y una de las razones por las cuales solo tendría un ‘pied a tierre’ en Chile. «Aquí siento que pasa poco, allá mucho». Los gustos musicales de Valeria pueden impresionar; le gusta Shakira, por ejemplo, mientras Raúl hinca el diente con la zarzuela y con Antonio Skarmeta solían hacer grandes competencias no solo ciñéndose a los títulos de las piezas sino que a cantar temas completos.

Cada uno por su lado se declara ganador.

Ruiz y Valeria son eximios bailarines de tango y cueca, ambos con peculiar estilo.

Una tarde manifestó que su máximo anhelo, por sobre el Oscar, era ser distinguido como hijo ilustre de Puerto Montt y que llevaría de paseo a su mujer a Estambul si este milagro acontecía. La ciudad coronó su anhelo, pero Raúl Ruiz aun no cumple la promesa.

Navegando con don Tito

Dicen que don Tito lo llevó a navegar por el mundo siendo muy niño, pero de esas excursiones marinas rara vez se expresa. Pero en su mente quedaron clavadas cuevas, grutas, grietas de mar, islas extrañas o tan especiales como las de la de Funchal, de las islas Madera.

Doña Olga, Valeria y las nanas son las únicas con acceso a retarlo, a declamar por su bigote blanco demasiado largo o porque descuida la diabetes. Ya pasaron los tiempos en que Valeria de buen humor le decía: «Ha refrescado, es hora que te pongas tu chaqueta de tinto».

Todas las mañanas, el cineasta ingiere un cocktail de vitaminas y minerales como selenio, asimismo en su velador, hay un arsenal de aparatos para medir esto y lo otro. Cuarenta años de intenso trajín de bares, poco ejercicio y buena comida, han hecho lo suyo.

Difícil de competir con Ruiz en el terreno gastronómico como en el cinematográfico, o literaturas marginales o en la zarzuela misma pues es de ésta inteligencia múltiple de la cual se enamoró Valeria Sarmiento en 1968.

Ruiz solía ser indiferente al vestuario, pero con los años, usando los mismos colores –el negro–, son otras sedas las que se tocan. Valeria muy renuente al maquillaje, pues casi no lo necesita, se viste muy chic pero poco llamativa.

Poco taquillero

De que la gente ve poco las películas del chileno, es cierto. Ha tenido en Paulo Branco un productor financista que corre con el déficit de los sueños celuloides de Ruiz. Lo señalan como un productor al estilo de Hong Kong, que embarca tres equipos de cine en un convoy, los interna en un bosque lejos de la civilización, los hace trabajar e impide su retorno hasta que regresan con tres películas. Casi como en los buques factoría.

Raúl vino a Chile en medio del dieciocho para preparar la segunda parte de la serie «Chile recta provincia» con leyendas y cuentos del litoral central y cuyo rodaje comienza en febrero de 2008.

Que el rating no sea óptimo no le preocupa. El mismo se ríe cuando comenta que «no sé por qué hago tantas películas que nadie ve».

También se jacta de su intensa jornada laboral: «Y conste que hago teatro, ópera, cine, televisión, escribo y no me drogo», aludiendo en alguna ocasión a Rainer Fassbinder.

Escapes en la oscuridad

En los muchos años que Ruiz ha sido seleccionado en Cannes, suele ingresar a la sala para la proyección en la velada de gala hasta que se apagan las luces. Posteriormente, abandona el Palais des Congres y acude con Jorge Arriagada Cousin, el compositor de la banda incidental de casi todas sus películas al Petit Casino o a la Brasserie du Casino, justo al frente del Palais. Ahí bebe unos vinos hasta que, calcula, está por finalizada la proyección. Valeria que permanece nerviosa al interior de la sala, sufre cuando los asistentes comienzan a abandonar la sala en medio de la película, pues además de incomodarla, la poltrona al replegarse, hace un ruido como de quien revienta un cartucho de papel. Al encenderse las luces, recoge los aplausos de la gente, y abandona el recinto para dirigirse a la cena de gala que la organización del festival ofrece siempre al equipo de la película de la velada en competencia oficial.

Curiosa la timidez vigente en un hombre tan distinguido (Oso de Berlín) y premiado en el mundo entero.

1 comentario
  1. Hector A. dice

    Lamentable la partida de este excelente artista del cine nacional. Su vida eternamente ligada a su vision de Chile, le imprimió su especial estilo a ellas, es de esperar..(y casi siempre ocurre..)..que sus peliculas Ahora sean mas vistas y mejor apreciadas.
    Adios Raul Ruíz,.D.E.P.

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