Terremoto y lejanía

elicura“La responsabilidad es de la Naturaleza y no del neoliberalismo, dirán. Para las constructoras los terremotos y la lluvia no son habitantes de este país. La falta de identidad no permite ver lo que se es”

Escribe Elicura Chihuailaf // Poeta

La noche que sucedió  el terremoto a muchos nos encontró lejos de nuestros seres queridos. Estábamos en Xalapa, habíamos hecho la lectura final del encuentro “Algún día en cualquier parte” en la Universidad que luego nos ofreció una manifestación de música y baile con el ballet universitario y una comida amenizada por el canto de los recordados “Cuatro Hermanos Silva”.

Después regresamos al hotel para preparar nuestras maletas para ir a Veracruz y regresar a Chile. Pero la vida nos tenía preparada una traumática experiencia. A José Miguel Varas, Diamela Eltit, Marta Blanco, Carmen Berenguer, Lautaro Núñez, Raúl Zurita, José María Memet, Jorge Arrate, María Teresa Cárdenas, Alejandra Chacoff y Paulina Wendt, nos tocó la agonía de ver en la televisión lo ocurrido aquí (en México es tres horas más temprano). Llamamos infructuosamente a los celulares y teléfonos fijos de nuestra gente. Angustia infinita. ¿Qué será también de nuestras amigas y amigos? Al día siguiente, a través de internet, llegan por fin las noticias. ¿Pero será la realidad exacta o hay propósito de tranquilizarnos? No escuchamos sus voces por varios días. Nuestras maletas preparadas, oscurecidas todavía más junto a la puerta de nuestros dormitorios en el Hotel –donde deambulábamos– en Ciudad de México (en el centro histórico), el mismo en el que habíamos estado cuando días antes leímos en la XXXI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería. Una semana después pudimos volver. Cómo no recordar a quienes, tras el golpe militar de Leigh y Pinochet y la derecha chilena, tuvieron sus maletas preparadas por años.

José María, quien nos comunicó la noticia del terremoto, me dice: “Yo había entrado a revisar mi facebook y vi cómo se empezaron a caer todos los espacios correspondientes a mis amistades en Chile; me pareció muy extraño. Luego, el poeta Gabriel Sanetti me escribió desde España para contarme lo que había ocurrido. La modernidad chilena había desaparecido de internet”. “Mi primer sentimiento fue de orfandad, que cada uno de nosotros está absolutamente solo…, entonces al otro lado del mundo sin poder hacer nada. Contradiciendo a Kavafis, pienso que si en esta ciudad destruiste tu vida no la destruyes en todo el mundo. Porque el instante es lo único que existe. En la vida existen sólo relámpagos. Y eso es bello”.

“Un terremoto es una oportunidad política. El que no supieran qué hacer, ni los que salieron ni los que entraron, es la muestra de una clase política de bajo nivel, que no permite esperanza para el pueblo. Son los terremotos mentales, sociales, económicos, políticos los que sumen a la gente en la desesperación”.

Ahora, gracias a la lejanía al pueblo cultivada por los gobiernos de la Concertación y especialmente por su último gobierno, la derecha se enseñorea en el país pidiendo moderación, ecuanimidad, desideologización, hasta sugiriendo olvido, escudándose en el desastre. De paso se da el lujo de condenar a Cuba, sesgando la realidad de lo que allí ocurre; ¿y por qué no se condena a Chile por los presos políticos mapuche y por la persecución a otros tantos? La hipocresía no tiene límites. La responsabilidad es de la Naturaleza y no del neoliberalismo, dirán. Para las constructoras los terremotos y la lluvia no son habitantes de este país. La falta de identidad no permite ver lo que se es. La derecha, liderada por el empresario Sebastián Piñera, se ha declarado “reconstructora de Chile”. Una reconstrucción que harán los empresarios cuya única patria es el dinero. Mientras el pueblo que abandonado por la izquierda (y no estoy generalizando) se había adherido al arribismo realzado por la televisión, estas semanas de réplicas huye –con razón– hacia los cerros o hacia los patios porque definitivamente ya no hay credibilidad.

Como dice Quelentaro, “sobremuriendo” algunos días en Santiago, llevo de la mano a mi hijo Antonio, caminando bajo la arboleda, escuchando el agua (en otro intento de sanar las fracturas de mi espíritu), encontrando la mirada de la mujer que amo.

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