Escapada a Atenas: Acrópolis por un día

img-20160223-wa0016Hay destinos que parecen exóticos y lejanos, pero están ahí, cruzando un charco, a pasos de Roma y hoy, con vuelos de bajo costo, alcanzables para todo turista que se decida viajar a Europa en invierno o verano, el de acá o de allá.

Por Francisco Martorell (fotos Heidi Colón)

Roma hoy no solo permite recorrer su historia, visitar el Vaticano o asombrarse en cada esquina, también hace posible viajar en dos horas a la milenaria Atenas y conocer la Acrópolis y disfrutar de El Partenón. Y también perderse por sus callejuelas y tabernas. Saborear su comida tradicional y hasta ingerir un ouzo, típico licor de la zona, elaborado en base a uvas, anís, alcohol y azúcar.

Si su destino el próximo verano es Europa y contempla visitar Madrid, Barcelona, París, Londres o Roma, los destinos más tradicionales para los chilenos, apunte este dato: ingrese con tiempo a un buscador de vuelo de bajo costo, elija el más conveniente y viaje muy temprano por la mañana a Grecia, regresando al día siguiente en el último avión a Italia.

En menos de 36 horas podrá, con un presupuesto bajo, conocer la llamada “roca sagrada”, para muchos la joya de la Grecia clásica, cuyos templos han maravillado al mundo y son el fiel testimonio de la Edad de Oro, aquella de Pericles que en el siglo V antes de Cristo destacara a este país por su arte, riqueza y democracia.

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El periplo comienza en taxi al aeropuerto Ciampino por 23 mil pesos, desde su hotel del centro de Roma, o más barato en bus, saliendo de la estación Termini por solo tres mil 200 pesos. Para asegurar este último, sin embargo, debe llegar con cierta anticipación, porque a veces se demoran o simplemente la fila es tan larga que no alcanza a subir. Olvídese de obtener una información correcta del encargado de la empresa, tampoco lo compre por internet porque es más caro y menos pida un ida y vuelta, por apenas cinco mil 500 pesos, porque no se lo van a vender, aunque lo publiciten (en Roma hace falta el Sernac).

Ya en el aeropuerto, imposible perderse, porque es el más pequeño de la capital italiana (el otro es el Leonardo da Vinci). Si viaja en Ryanair, una de las aerolíneas más baratas, pero la menos cómoda, puede hacer el trayecto de 115 minutos por 53 mil pesos ida y vuelta. Asegúrese de llevar solo una maleta de mano y de no más de 10 kilos para no tener que facturar equipaje. Si tiene extra, déjelo en el hotel romano, que no le cobrarán por el servicio, menos si vuelve al día siguiente. Los vuelos de bajo costo no tienen sentimientos. Lleve lo justo, sufra o pague. No hay vuelta.

En Atenas, para llegar desde el aeropuerto a la ciudad, es fácil moverse en metro, el que le costará unos siete mil pesos. Hotel -bueno, limpio y cómodo, con desayuno-, encontrará por 40 mil pesos (tres estrellas), menos o más, dependiendo de su presupuesto.

Si viajó temprano, se apura y no descansa del vuelo matinal, salga caminando por Atenas y váyase directo a la Acrópolis. Cierran las puertas a las 15 horas. De lo contrario tendrá que dejarla para el día siguiente, lo que no es malo porque puede recorrer con más calma las callejuelas atenienses y dirigir sus pasos al Museo de la Acrópolis, el que está abierto hasta las 20 horas y que solo cierra los lunes.

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Situado a tan solo 300 metros de la Roca Sagrada, la construcción de acero, cristal y cemento, bellamente iluminada, contiene cuatro mil piezas extraordinarias en sus 14 mil metros cuadrados, la gran mayoría rescatadas de la Acrópolis, protegidas del paso del tiempo.

El museo, cuya entrada tiene un valor de cuatro mil pesos (estudiantes con carné pagan la mitad), fue inaugurado en 2009 y los 130 millones de euros invertidos, se convierten hoy en la mejor arma de propaganda de las reclamaciones que hace Grecia al Reino Unido para que les devuelva los frisos del Partenón que, actualmente, forman parte de la colección del British Museum de Londres, donde fueron trasladados en 1816, por el diplomático británico Thomas Elgin. Porque si algo le quedará claro después de visitar Atenas es que la barbarie y el saqueo, en todas las épocas, han privado a los griegos de mostrar lo mejor de su historia, aunque la Acrópolis haya nacido de un acto de corrupción, cuando Pericles desvió fondos del tesoro público para reconstruirla, luego de que fue arrasada por los persas el año 480 a.C. Imperdible en el museo son las refinadas cariátides, columnas con forma de cuerpos femeninos, que adornaba el pórtico sur del Erecteión y que fueron trasladadas al recinto cerrado para su protección. El suelo de cristal, además, le permitirán ver in situ restos hallados durante la construcción del edificio.

Tras su recorrido por el museo, baje y piérdase nuevamente por las calles, cene o coma algo por menos de 5 mil pesos, pruebe un ouzo solo por mil 500 y vea como la ciudad, mientras se esconde el sol, comienza a llenar sus tabernas, aumenta el volumen de la música y las conversaciones, ofreciéndose en todas sus dimensiones. Recomendable es, también, subir a la colina de Pnyx, un verdadero mirador natural a la Acrópolis, que aumenta las expectativas para la futura visita y permite ver el cambio de color del mármol.

Al día siguiente, el último en esta visita relámpago a la capital griega y que no incluye las islas (solo por falta de tiempo y no de ganas) vaya derecho a la Acrópolis, porque ayuda llegar temprano y, si hace calor, se hace más fácil el recorrido. Arriba, con una vista impresionante de Atenas, el sol pega y fuerte. Subiendo (porque hay que hacerlo) se maravillará primero con el teatro de Dionisio (siglo IV a.C.) –el más antiguo que se conserva–, escenario en el que ante casi 20 mil espectadores estrenaban sus tragedias Esquilo, Eurípides y Sófocles. Sobre el mismo, murallas enormes, defensivas y justificadas arquitectónicamente. Siguiendo camino a la colina, luego aparecen el templo de Asclepio (dios griego de la medicina), la columnata del rey Eumenes II, el odeón de Herodes Ático (siglo II), otro teatro magnífico que aún acoge conciertos de música clásica y ópera, dada su envidiable acústica.

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Ya en la zona alta de la Acrópolis, el espacio sobrecoge, aunque no esté la estatua de nueve metros de la Diosa Atenea Promakos (Campeona), realizada por el afamado Fidias, la que recibía a los visitantes antes que fuera trasladada a Constantinopla por los bizantinos y destruida por una turba cristiana hace 900 años.

Si bien, al inicio, choca el gran movimiento que provoca la restauración, desde hombres trabajando hasta altas grúas en todas las vistas, la grandiosidad de los templos, especialmente el Partenón, cumbre del arte clásico construido en 438 AC y todo de mármol, se impone rápidamente. Uno, entonces, solo tiene ojos para los grandes bloques y para saber que el otro edificio en pie, el Erecteión, el templo más sagrado del conjunto, se levantó donde la leyenda dice se enfrentaron Poseidón y Atenea para poseer la ciudad. En la cima de la colina, además, pueden verse vestigios del altar de Zeus y los templos de Poseidón y Atenea Ergane (Obrera).

La salida del lugar, luego de extasiarse de belleza, majestuosidad e historia, puede hacerla por la entrada original de la Acrópolis, hoy Puerta de Beulé, nombre del arqueólogo francés que la descubrió en 1852.

Como todavía tiene tiempo, recuerde que su vuelo es tarde-noche, disfrute la ciudad, busque un restaurant que mire hacia la Acrópolis y pida una moussaka, un delicioso pastel de verduras y carnes, que le hará sentir que está en Grecia. Muy recomendable. Para que los ojos, el intelecto y el estómago vuelvan satisfechos a Roma.

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