Amanda Mitrovich, vocera feminista: “Quiero una revolución, tenemos que exigirlo todo”

Amanda Mitrovich tiene 20 años, está en el tercer año de licenciatura en historia en la Usach. Ella es la vocera del zonal metropolitano de la Coordinadora Feminista Universitaria (Confeu).

Por Victoria Uranga

Escucha rock argentino y le gusta la cumbia chilena ska. Medita, está iniciada en reiki y en su brazo izquierdo tiene un tatuaje de un corazón negro con hojas que parece latir junto a su voz. No es parte de ningún partido político, pero se define como militante del feminismo. Amanda Mitrovich tiene 20 años, está en el tercer año de licenciatura en historia en la Usach. Ella es la vocera del zonal metropolitano de la Coordinadora Feminista Universitaria (Confeu), una de las organizaciones que articula el movimiento feminista universitario que tiene más de una veintena de universidades movilizadas y que preparan un paro nacional para el próximo 6 de junio.

¿Cómo tu historia personal te hace llegar a lo que estás hoy?

Tengo la suerte de venir de una familia con conciencia. En mi casa hay cuadros de Frida Kahlo y el Che Guevara. Mi mamá es fanática de Frida y me llevó como a los siete u ocho años a una exposición que trajeron a Chile. Son símbolos que han sido importantes en mi construcción. También estudié en un colegio comunista, el Latino.

¿Qué del Colegio Latinoamericano de Integración consideras una influencia?

Mucho. Me enseñaron desde pequeña sobre empatía y a relacionarnos como seres que trabajan de manera colectiva. Es desde la educación que se construye sujetos sociales.

A finales de la dictadura, desde la puerta de tu colegio, fueron secuestrados y luego degollados Manuel Guerrero y José Manuel Parada…  

Obviamente mi colegio tiene una historia y un foco en derechos humanos. Desde muy chica crecí con ellos y me sentí parte de ese dolor.

¿Te sientes parte de esa izquierda?

Solo en parte. Mucha gente de izquierda habla mucho de violaciones de los derechos humanos, sobre todo por el miedo de lo que pasó en dictadura, pero muy pocos hablan de violencias de género. Como estudio historia entiendo que tiene que ver con algo contextual: en dictadura nos mataban a todos: hombres, mujeres, niños, trans… pero hoy la situación es distinta, hoy los desafíos son otros.

¿Qué te hace feminista?

Todas las mujeres hemos vivido de alguna u otra forma algo que nos hace feministas. Nunca he sido abusada ni violada, pero mis amigas sí y darme cuenta de eso fue brígido. A parte de eso, las clásicas relaciones amorosas que tienen algún carácter violento son demasiado comunes y es imposible negarlo.

¿Tu formación como feminista es autodidacta o formal en el colegio, la universidad u otros espacios?

Soy autodidacta. En el colegio yo decía que era feminista, pero no entendía la profundidad del conflicto. Hubo una profesora de filosofía que me pasó libros de la Simone de Beauvoir. Ahí todo comenzó a tener sentido. Ella dice que se invalida la mujer por ser subjetiva, y yo soy eso. Soy super emocional: lloro mucho y si me enojo, grito. Cuando el año pasado fui presidenta del centro de estudiantes me pasaba que, si me ponía a llorar en una asamblea, los hombres decían que había que parar la reunión porque esto no estaba funcionando. Pero que llore no me invalida como sujeto político, todo lo contrario, siento lo que lucho y esa intensidad tiene valor.

Varias lloraron en la última marcha del 16 de mayo…

Sí, fue muy emocionante. Cuando me subí al escenario, y me puse a llorar, pensé: me van a retar. Pero miré al frente y la mitad de la marcha también lloraba. Esa es también nuestra lucha, revindicar esa subjetividad y las emociones.

¿Cómo te sientes con el cargo de vocera?

Feliz. Llevo tres años trabajando la temática de género en la universidad y siempre hemos sido super invisibilizadas, nadie nos quería financiar los viajes, nadie nos pescaba. Pero en la marcha sentí que éramos millones, algo cambió para siempre.

¿Qué define esta nueva ola de feminismo en Chile?

Esta ola no se da desde la elite ni desde lo teórico. Fuimos sufriendo y acumulando pena y violencia, de repente ya no pudimos más. El año pasado vivimos fuerte el movimiento de #NiUnaMenos por la rabia, pena y el amor que sentimos hacia las compañeras que están matando. Por eso digo que para mi el feminismo tiene una rama teórica importante, hay que leer y todo, pero hay gente que no ha tomado jamás un libro y es ser súper feminista. El feminismo lo sentimos en el cuerpo. El feminismo nace desde la guata, desde el corazón, desde las vivencias de cada una, desde las experiencias colectivas como mujeres.

¿Qué hizo que el movimiento pasara de experiencias en las universidades a hacerse masivo?

Se masificó porque nuestra lucha es la de todas las mujeres. He escuchado varias veces que esta movilización comenzó hace unas semanas, eso no es cierto. Esta movilización comenzó con la conformación de las vocalías y secretarías de género de las universidades que todas más o menos surgen el 2010. Ese es el espacio en que la gente se atreve a denunciar y a hablar de género. Lo que sucede este año y el pasado es la explosión de ese proceso.

¿Tienen catastro de las denuncias?

Es super difícil porque vivimos una explosión en la cantidad de casos y no todos han seguido el canal oficial. El año pasado recibimos hasta una denuncia de acoso o abuso diaria, era terrible. Eran denuncias de experiencias actuales, pero también de hace 20 o 30 años atrás y no solo contra profesores, también contra compañeros. Cayeron partidos políticos completos el año pasado por denuncias de acoso y encubrimiento. En todas las universidades hay casos de acoso y violencias que después de largos procesos administrativos, no quedaron en nada o casi nada. Esto se hizo insostenible.

En la Usach las denuncias contra Luis Ortega y Augusto Samaniego son emblemáticas…

Sí, pero no las únicas. En mi primer año en la universidad fui encargada de género y, en ese tiempo, aparecieron las denuncias contra Ortega y Samaniego, dos profesores de historia. Al año siguiente hicimos una movilización potente contra Ortega y Samaniego, nos tomamos la Facultad de Humanidades. El 2018 lo que movilizó a la Usach fue un caso de violación, cinco compañeros de la carrera de estudios internacionales abusaron de una compañera de historia al interior de la Universidad. El hecho fue el 2016 pero la denuncia la hicimos este año. Ni siquiera dentro de la universidad estamos seguras, ni siquiera con nuestros compañeros estamos seguras, eso articuló la formación de asambleas de mujeres.

¿Cómo ha sido el resultado de estos procesos administrativos-judiciales?

La legalidad es una basura porque no protege a las mujeres. Hemos tenido que crear formas no institucionales para defendernos. En el caso de Ortega y Samaniego, nos desgastamos caleta con las vías institucionales. Estuvimos un año y medio esperando respuesta a ese sumario, un sumario que debe durar 60 días, y el resultado fue “falta de cortesía”.  Hoy sabemos que no es la vía.

¿Situaciones como esta unen al movimiento a nivel de demandas?

Es el comienzo. Lo de los petitorios ha sido bien complicado porque hay varias demandas a nivel interno de las universidades. Crear un petitorio nacional es complejo e incluso tenemos la duda de si es necesario. Nos estamos reuniendo para decidir qué vamos a hacer. Pienso que tal vez más que petitorio único, necesitamos líneas de trabajo.

¿Y cuál es la estrategia?

Queremos mover toda esta energía colectiva hacia un lugar productivo en que logremos cosas concretas. No nos quedaremos solo en funas, tomas y paralizaciones. Necesitamos enfocar todo esto hacia cambios específicos. Por el momento, seguiremos movilizadas y radicalizando el movimiento, de a poco, todas las universidades estarán en toma.

¿Qué aprendizajes toman de experiencias previas?

No queremos hacer lo que nuestras ancestras, no queremos elitizar el feminismo. Por eso hay universidades que están haciendo trabajo territorial, en las poblaciones. Queremos trabajar con las compañeras inmigrantes, con las mujeres indígenas y con las abuelas jubiladas que nadie escucha. Las haitianas que hacen el aseo en la universidad firman contratos que ni entienden y las mujeres mapuches en el sur las están matando. Ser feminista hoy es también luchar contra el modelo capitalista que oprime. El patriarcado se sostiene en este modelo. Ser universitarias es un privilegio y lo sabemos.

¿Eso es parte de esta otra forma de hacer política que buscan?

Sí, están surgiendo nuevas formas y espacios nuevos, como las asambleas de mujeres que no pertenecen a la Confeu. Queremos dejar de hacer política como hombres y no necesitamos estar todas en un mismo espacio, pero sí tenemos que remar hacia el mismo lado. Por eso somos muchas las voceras y muchas las que estamos hablando del mismo tema. En las movilizaciones del 2011 todos hablaban de Camila Vallejos o Giorgio Jackson, hoy nos interesa mostrar que somos muchas, diversas y con objetivos comunes. Yo tengo vocería de un espacio importante, pero son muchos más los espacios. Por ejemplo, en la toma de la Universidad Diego Portales (Udp) son 13 voceras.

¿Protestar semidesnudas es parte de estas nuevas formas?

Sí, mucha gente se afectó porque mostramos las pechugas, pero me encanta que les moleste y los incomodemos. Muchos hombres están acostumbrados a ver pechugas en el porno ¿por qué no las podemos usar para protestar? Hoy se protege más a los cuadros de los museos con letreros de “no tocar” que a nosotras las mujeres. Tengo derecho a andar con escote, minifalda o empelotas y eso no justifica que me miren, acosen o abusen.

 ¿Cuál ha sido el rol de los hombres en estas movilizaciones?

En la Confeu creemos en la autonomía de los espacios. Entendemos que haya tomas como las de la Universidad de Chile que es separatista porque están llenos de casos de abuso y acoso que te hace desconfiar de todos. En el caso de la Usach no ha sido separatista pero sí hicimos una lista de personas que tenían denuncias de abuso y acoso que no pueden ingresar a la toma. Pero para cambiar esta sociedad los necesitamos a ellos también, necesitamos hacerlos partícipes de que las cosas están mal. Los hombres tienen un rol fundamental porque también han sido violentados.

¿Has experimentado que algún hombre te pida perdón por este rol social machista?

El día de la marcha me hablaron varios dirigentes estudiantiles. Me decían perdón por nunca haber creído en tu causa, por no haber creído en esto, por no ver el potencial que ustedes tenían y de lo importante que es esta lucha. En verdad, han sido años muy duros para todas nosotras porque nadie nos apoyaba. Todo lo teníamos que hacer nosotras, las federaciones nunca nos apoyaron, la Confech menos.

¿Ahora todos se quieren subir al carro de este movimiento?

Sí, ahora todos dicen que son feministas desde la derecha a la izquierda. Para mí el feminismo es de clase o no es. La mujer y el hombre burgués se pueden sumar, pero el día en que se den cuenta que tienen privilegios. Algunos creen que con poner cuotas de género se acabó el patriarcado, pero ese es solo medio paso en un camino de tres mil kilómetros de cambio.

¿Qué te pareció la agenda pro-equidad de género propuesta por gobierno?

Muy insuficiente. La gran mayoría están en el campo legislativo y nosotros estamos enfocadas en un plano concreto en donde las mujeres son violentadas y vulneradas en sus derechos. También dejó fuera a muchas formas de ser mujer. Tampoco abordó la educación no sexista y solo se centró en las universidades públicas. Más del 85% de los alumnos de la educación superior estudian en espacios privados, ya sea en institutos profesionales o universidades, eso no puede quedar a la disposición de los dueños. En todo caso, hoy no tenemos nada que conversar con el gobierno. La construcción del Estado es en sí es machista y ellos defienden esa estructura.

¿Principales desafíos ahora?

Primero validar estos espacios con nuevas formas de hacer política, en donde si queremos llorar o marchar mostrando las pechugas, lo hagamos. Pero nuestro mayor desafío es ser estratégicas, los movimientos estudiantiles no han sido estratégicos. El año pasado cuando estuvimos movilizadas no fuimos estratégicas y no logramos nada, hoy Ortega y Samaniego siguen haciendo clases. Nos enfrentamos a algo tan grande, que tenemos que pensar cada paso antes de darlo. Estamos apuntando a destruir algo estructural y sistémico. Quiero una revolución, tenemos que exigirlo todo.

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