Temor y esperanza como fuerzas transformadoras

Sinceramente espero que nuestra experiencia y resiliencia nos ayuden a manejar nuestros temores y esperanzas como soportes de una nueva etapa más creativa y propositiva.

Por Roberto Moris*

En 1883 el reverendo Andrew Mearns publicó el panfleto “The Bitter Cry of Outcast London: An Inquiry into the Condition of the Abject Poor” (El grito amargo de los parias de Londres: una investigación sobre la condición de los pobres degradados). La publicación, primero firmada anónimamente, hablaba de las pésimas condiciones de vida de la clase trabajadora de una industrializada ciudad de Londres. Por esos años esa urbe representaba el vigor de la industria y la generación de capital, junto con ser el centro de un imperio que algunos años después se debilitaría sustantivamente.

El texto tuvo un gran impacto en la sociedad londinense, a pesar de que daba cuenta de una situación que varios autores ya habían descrito, incluso décadas atrás. Sin embargo, Mearns logró cristalizar un diagnóstico potente de una realidad que empresarios y autoridades preferían no ver. Aludió a la compasión cristiana como motivación necesaria para advertir el problema estructural que se había venido gestando. Pero fue el temor generado por su diagnóstico lo que causó mayor impacto, el temor de que las masas ya exhaustas atacaran directamente a la población rica. Su escrito ayudó a movilizar las energías que dieron paso a la conformación de la Comisión Real de Vivienda para las Clases Trabajadoras, que sentó las bases de la acción pública urbana británica y, en consecuencia, de la planificación urbana moderna.

Este es un ejemplo del temor como fuerza transformadora, el temor a ser dañado, pero también el temor a perder el control y los privilegios. El temor a que los pobres y delincuentes tomaran conciencia de su poder de masas motivó la acción. Las propuestas vinieron entonces desde algunas voces del mundo privado que reconocieron que el modelo que habían armado tenía algunas fallas que podrían afectar a sus negocios y sus estilos de vida.

Antes de la industrialización los trabajadores no estaban a la vista, vivían en los campos lejos de los latifundistas, eran parte de la cadena de producción, pero estaban ocultos y dispersos. La industrialización los llevó a las ciudades, las cuales, hasta ese momento, eran más bien pequeñas y se habían ido formando a fuego lento. El crecimiento masivo y acelerado de trabajadores generó una nueva clase social que requería de nuevas infraestructuras para que la máquina urbana funcionara. Las ciudades industrializadas fueron entonces un espacio de innovación y prosperidad, pero sin estándares éticos que calibraran la forma de hacer ciudad. Es por eso que las primeras demandas de planificación tuvieron que ver con resolver los temas de higiene, habitabilidad y transporte. Dando los primeros pasos hacia el reconocimiento de los trabajadores como personas y no solo como componentes necesarios de la máquina del capital.

La llegada de los pobres rurales a las ciudades cambió la proxémica entre las clases sociales, es decir, los pobres estaban más cerca de los ricos a pesar de vivir en condiciones muy distintas. Para los trabajadores esta cercanía y hacinamiento los llevó a reconocer su peso político y potencial de influencia en el cambio social que esperaban.

En Chile durante estos días de agitación nacional el temor ha estado presente de manera transversal en sus muchas de sus expresionees. Desde el temor a una destrucción masiva de la ciudad al temor de daños a las personas y la propiedad privada. Por otro lado, hemos visto que el fenómeno es de tal potencia que los manifestantes han demostrado no temer al toque de queda ni a las fuerzas policiales y militares. Las protestas en el barrio alto generaron temor en residentes acostumbrados a ver desmanes solo a través de la pantalla. Esta vez las demostraciones de molestia abarcaron a distintas áreas de nuestras ciudades, el malestar que se había mantenido oculto floreció en las cercanías de las clases más acomodadas también. Para otros el mayor temor es que después de la crisis las cosas vuelvan a funcionar como siempre y que la ansiedad por la tranquilidad y el orden derive en mantener el status quo.
Tal como lo ocurrido en Inglaterra se fue dando paralelamente en muchas partes, hoy estamos viviendo procesos con elementos comunes a escala global. El estar más cerca, más conectados, se suma con la necesidad de auto-identificación, de reconocimiento de singularidad y del temor al distinto. Malcolm Gladwell en su último libro “Talking to Strangers” (Hablando con extraños) intenta entender los factores que condicionan la interacción entre las personas a través de casos emblemáticos de fallas en la acción policial en EEUU, en especial en casos que involucran a actores de distintas razas. Gladwell revela la importancia de procedimientos adecuados y sensibles, la incidencia de los sesgos culturales y la necesidad de traductores y buenos mensajeros.

La reciente marcha del viernes 25 de octubre pasará a la historia como la mayor concentración de ciudadanos exigiendo un cambio en las condiciones que generaron nuestra crisis y al mismo tiempo, la esperanza del término de la violencia y el inicio de un proceso honesto de rediseño del modelo imperante. Miles de personas en Santiago y las principales ciudades de Chile expresaron en conjunto el deseo por el mejoramiento de las condiciones de vida y un futuro más equitativo. Este hito posiblemente se transforme en ícono de la esperanza por un futuro con más oportunidades para todos y por una solución sin violencia basada en el respeto mutuo.

Hoy vivimos momentos de incertidumbre y desconcierto donde tanto el temor como la esperanza pueden ser vehículos potentes de transformación. En nuestro trabajo de investigación hemos podido reconocer cómo las personas tienden a reconocer el temor y la esperanza como conceptos opuestos. Sin embargo, ambas emociones son complejas, muchas veces se mezclan e incluso pueden potenciarse. En las crisis se ponen a prueba las capacidades de resistencia y se pueden generar nuevas capacidades que nos preparen para los desafíos del futuro. Sinceramente espero que nuestra experiencia y resiliencia nos ayuden a manejar nuestros temores y esperanzas como soportes de una nueva etapa más creativa y propositiva. Hoy estamos siendo observados por el mundo y la forma en que abordemos esta situación sin duda será un referente para muchas sociedades con similares falencias y desafíos.

*Escuela de Arquitectura e Instituto de Estudios Urbanos y Territoriales
Pontificia Universidad Católica de Chile

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