Rompan todo, la docuserie del rock latino: Los que tienen que estar

Por Miguel Reyes Almarza*

★★★★☆ (4,5 sobre 5)

¡Rompan todo! es una especie de grito de independencia para el rock en Latinoamérica, una mezcla de inocencia y rabia que, ninguneado incluso por su creador -Billy Bond- terminó configurando un antes y un después en lo que a la escena del Rock en español se refiere.

Era 1972 y la agitación social en la mayor parte del continente se hacía parte de un infame cuadro de sangre y mezquindad. La juventud no podía esperar más, no podía seguir escuchando la música de sus padres, era el momento, el lugar -Luna Park, en Buenos Aires- allí donde se machacaban gentilmente rostros a beneficio del sistema, allí mismo donde la música hizo resonar la cacofonía de sillas rompiéndose y policías golpeando a mansalva.

Pero la historia -y la histeria- comenzó mucho antes, la gesta heroica del Rock Latinoamericano es un ir y venir de influencias entre México y Argentina. Los primeros, porque su cerca colinda con la casa de Elvis y de tantos otros próceres planetarios y los segundos, porque, además del innegable talento, existió también una voluntad vinculante para configurar un movimiento cultural sin precedentes en el vecindario.

Desde los Teen Tops (México, 1959) hasta Cerati (Argentina, 2014), más de medio siglo de generosa creación que abarca desde las cándidas traducciones y adaptaciones de clásicos anglosajones al español, hasta las fusiones más interesantes del Rock con las culturas ancestrales y el descontento social.

¡Rompan todo! (2020) es el nombre de la “docuserie” de Netflix que en tan solo 6 episodios da cuenta del fenómeno musical llamado “Rock Latino” y, a fuerza de colocar todo en un solo sitio discrimina, de forma justa, lo vulgar de lo trascendente.

La producción queda en manos de los argentinos Picky Talarico, Nicolás Entel y Gustavo Santaolalla -que en muchos momentos parece usufructuar de los episodios como espacios para escupirnos en la cara su vasto currículum musical- quienes lograron vincular con éxito las voces de Charly García, Billy Bond, Fito Páez, Jorge González, Andrés Calamaro, Julieta Venegas, Mon Laferte y Café Tacvba entre otros músicos de renombre dando como resultado, y por lejos, el mejor documental de Rock Latino producido para la televisión.

Y es allí, en esa apuesta, en donde el trabajo acá reseñado sale victorioso, salvando el último episodio que es casi de carácter testimonial respecto de aquello que sobró del movimiento, bandas que apenas entran en la clasificación de Rock (ese que necesita de la ejecución humana de instrumentos básicos como guitarra, bajo, teclados y batería), no obstante, confluyen en aquello entendido como “latino”. Este trabajo da cuenta de aquellos músicos necesarios para entender el movimiento.

Si hay algo que queda claro intentando resumir lo expresado en la serie es que todo comienza con los Beatles y su enorme influencia que no sabe de continentes ni de idiomas, luego, en orden quizás no exhaustivo, pero acaparando la mayor cantidad de menciones tenemos el reconocimiento y la aparición totémica de músicos como Ritchie Valens, Luis Alberto Spinetta y Charly García; de bandas como Serú Girán, El Tri o los indescriptibles Redonditos de Ricota, hasta llegar al álbum de los álbumes: “Clic Modernos” y otras deidades menores como “Re” de Café Tacvba. Es cierto, México produce bandas a raudales, pero cuando se habla de influencias son ellos mismos que se apuran a mirar -y admirar- al país del Tango.

Argentina contribuye con una producción sin igual y la construcción de múltiples influencias, mientras que el país del tequila aporta con masividad y arrojo a la hora de transgredir los estándares estilísticos del Rock.

En un nivel inferior -para no usar ningún eufemismo- y muy por detrás de ambas naciones, aparecen referencias a Uruguay (Los Shakers), Colombia (Aterciopelados) y Chile, país que, más allá de las palabras de buena crianza de Gustavo Santaolalla, músico, ex Arco Iris, santo y patrono de la producción musical de Rock Latino -ganador de dos Óscar a mejor Soundtrack por Babel (2007) y Brokeback Mountain (2006) entre otros- es recuperando brevemente por Los Prisioneros a quienes el mismo Santaolalla -para variar- produce el famoso “Corazones” de 1990.

Es aquí donde la línea narrativa traza una barrera infranqueable entre las influencias originales y aquellas bandas que solo hicieron un buen trabajo. Ese es el eje argumental de documental: la influencia. No se trata de un catastro interminable de bandas que hayan aparecido en el escenario continental, sino el resumen selecto de aquellos que lograron salir de sus fronteras movilizando a otros a hacerse partícipes de esta corriente.

Nos queda muy claro que Chile no es parte de las grandes ligas en este movimiento, desde los Jaivas hasta Los Tres, pasando por el coqueteo musical entre Víctor Jar y Los Blops, nuestro país ha desarrollado atractivas y reconocidas experiencias musicales mas nunca a la altura de lo que la vanguardia rockera latinoamericana solicita.

Mención aparte es la recuperación apenas suficiente de mujeres indispensables en el desarrollo de la música rock en español como la colombiana Andrea Echeverri de Aterciopelados, la mexicana Julieta Venegas -en sus tiempos Ska- con Tijuana No!, las argentinas Fabiana Cantillo, Hilda Lizarazu, Celeste Carballo en sus trabajos corales como solistas y la mexicana Rita Guerrero, voz líder de Santa Sabina. La historia, incluso la del rock, debe escribirse sin distinciones de ningún tipo ¿Quizás un pendiente que pueda recuperarse en un documental dedicado?

¿Faltan bandas? ¿Hay mucho de unos y poco de otros? ¿Es Netflix cuidando los mercados de suscriptores en México y Argentina? Es el riesgo de todo trabajo que intenta capitalizar en un breve espacio más de medio siglo de historia musical, sin embargo, están los que no pueden faltar, los que sí o sí tienen que estar y eso hace de este proyecto un imperdible, para quienes admiran la música y en específico el Rock Latino.

*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

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