Pandemia de desigualdades y Proceso Constituyente (Parte I)

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía

El mundo se resquebraja día a día ante nuestros ojos. Pocas épocas de nuestras vidas habrán acumulado tantas tensiones, amenazas, fragilidades y quiebres en tantas dimensiones diferentes.

Hubo un tiempo en que una sola amenaza masiva reunía todo ello: la guerra fría, cuando se temía el apocalipsis nuclear. Era una amenaza clara comprensible para todos. Afortunadamente no tuvo lugar y desde comienzos de los 90 del siglo XX dejó de tener actualidad.

Treinta años después estamos confrontados a una suma difusa y generalizada de peligros y miedos: degradación sin precedentes del ecosistema planetario, desequilibrios económicos y políticos generadores de conflictos, guerras de baja intensidad, terrorismo y desplazamientos de poblaciones. Y por supuesto…

…la pandemia, que si bien los científicos esperaban (debido a la globalización), ha desestabilizado las economías, fragilizado los órdenes sociales y degradado las condiciones de vida de cientos de millones de habitantes humanos del planeta y de paso, dejando en segundo plano y a veces suspendiendo las urgentes medidas ecológicas y de transición energética que aun cuando estas ya eran muy insuficientes, muchos países estaban comenzando a aplicar, e interrumpiendo los procesos socio-políticos que los poderosos movimientos de masas estaban impulsando en vastas regiones del mundo.

En el mes de enero 2021 se ha recibido uno de los informes más importantes, el de la ONG Oxfam, entregado una semana antes del Foro de Davos, reunión anual donde se auto-convocan (sin tener mandato de nadie) los más ricos y poderosos del mundo, para tomar decisiones que nos afectan a todos. Es muy importante leer ese informe, llamado pertinentemente “El virus de la desigualdad” a la luz del contexto mundial.

Las desigualdades las conocemos desde siempre, dirán algunos, con razón; pero sería sin considerar el discurso de encantamiento que muchas élites liberales o social-demócratas han sostenido las últimas décadas, según el cual las desigualdades se han reducido, que millones ha salido de la pobreza, etc. Todas esas cosas son verdades relativas. Es verdad que centenas de millones en China y decenas de millones en la India, y algunos millones en Brasil (durante el gobierno de Lula) han salido de la extrema pobreza. Pero el neoliberalismo y su marea sin fin de privatizaciones y desreglamentaciones, han desencadenado un proceso de acumulación de riquezas nunca visto en la historia. Y la pandemia ha devuelto a centenas de millones a la pobreza.

Las desigualdades no son la causa de todos los males ni han producido la pandemia, por supuesto, pero son un catalizador del sufrimiento humano a gran escala. Lo que puede ocurrirle a todo el mundo: catástrofes naturales, terremotos, maremotos, tempestades, sequías, incendios, guerras y revoluciones, y por supuesto, pandemias, afectan en una proporción inconmensurable a las personas pobres, cesantes, ilegales, etnias segregadas, mujeres, minorías perseguidas, pueblos oprimidos, cinturones de marginalidad en torno a las mega-urbes del mundo; incluso a las extensas clases medias bajas, últimamente precarizadas y empobrecidas.

El primer dato que salta a la vista está explicado en la presentación del informe:
“Las mil mayores fortunas del mundo han recuperado el nivel previo a la pandemia en tan solo nueve meses, mientras que para las personas en mayor situación de pobreza del mundo esta recuperación podría tardar más de una década en llegar”.[1]

Las personas empobrecidas bruscamente como consecuencia de la pandemia, podrían ser entre 200 y 500 millones y las desigualdades a nivel global no parecen poder dejar de incrementarse. Esta no es solo la opinión de Oxfam o de economistas de izquierda (si acaso existen), “Tanto el Fondo Monetario Internacional (FMI) como el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) han manifestado su profunda preocupación porque la pandemia incremente la desigualdad en todo el mundo”[2].

Daniel Ramírez

Los sorprendentes videos de grandes ciudades desiertas durante el primer confinamiento, animales salvajes caminando por las calles, el silencio y el aire puro de esos meses, el impresionante cambio de vida al cual todos fuimos obligados a adaptarnos, deberían habernos hecho reflexionar profundamente a los cambios radicales que son necesarios para que el mundo no continúe su marcha a la desintegración. Insisto en la expresión “cambios radicales”. Puede decirse que todo ha sido muy rápido y que no hemos tenido tiempo. Pero la verdad es que sí hemos tenido el tiempo necesario, obligados a detener nuestro ritmo desenfrenado y hemos tenido la ruptura de las rutinas y hábitos, condición indispensable para pensar las cosas a la raíz – es el sentido que tiene aquí el adjetivo ‘radicales’.

En los países en los cuales fuertísimos movimientos sociales se habían visto brutalmente interrumpidos por la pandemia –y no son pocos–, el desafío al pensamiento que la situación nos propone es algo fundamental: ¿Cómo retomar las luchas, cuando las manifestaciones de calle son imposibles? ¿Cómo seguir oponiéndose a los gobiernos y a las élites poderosas cuando no se puede reunirse más que en número limitado, con distancia física y mascarillas?

¿Cómo cristalizar una crítica radical a la sociedad y sus clases dirigentes al mismo tiempo que se obedece – y ello parece necesario– a las autoridades establecidas en la lucha contra la pandemia?

Para decirlo de otra manera: ¿Cómo ayudar a que la crítica política y social se acompañe de una renovación ética y espiritual de la vida humana, sin las cuales nada de importancia se estará logrando?

Asumir y comprender que LAS desigualdades no son una fatalidad sino el resultado de opciones y que la crisis actual nos permite ver como en tantos dominios se puede hablar de una situación de “mundo al revés”.

Por ejemplo, en el Reino Unido, una enfermera gana 22.000 libras al año (unos 30 mil US$, lo cual es un salario decente en buena parte del mundo), pero inversionista mejor remunerado gana en el mismo período 31 millones de libras (42,5 millones de US$), es decir ¡1400 veces más![3]

En muchas ciudades se aplaudía todas las tardes el trabajo del personal médico y por supuesto la primerísima línea: enfermera(o)s y auxiliares de enfermería (que en general ganan mucho menos que las cifras citadas), pero pocos sabían esto. En realidad, pocos saben estas cosas porque pocos leen estos informes, y cuando escuchan vagamente estas cifras las apartan rápidamente de la consciencia.

Sigamos: “La riqueza de los milmillonarios ha experimentado un crecimiento enorme a nivel mundial: 3,9 billones de dólares tan solo entre el 18 de marzo y el 31 de diciembre de 2020. Actualmente, la fortuna conjunta de este grupo de personas asciende a un total de 11,95 billones de dólares, una cifra equivalente a la movilizada por los Gobiernos del G20 en la respuesta a la pandemia”[4].

Los organismos internacionales han hecho lo que han podido en la medida de sus esquemas mentales. Los gobiernos también, en su mayoría, y en los hechos, pocos lo han hecho notablemente mejor que otros. Probablemente no se pueda esperar mucho más de ellos, por lo que debo decir que me parece una pérdida del tiempo pasarse criticando, cuando no denigrando o insultando a los responsables políticos a quienes les ha tocado gestionar esta pandemia. Salvo casos patológicos como Trump, Bolsonaro y uno que otro dictadorzuelo de pequeñas repúblicas apartadas, todos lo han hecho lo mejor que han podido. Las “teorías” conspirativas son algo totalmente inútil. Que muchos gobiernos hayan sacado ventajas de los confinamientos para evitar movimientos sociales o políticos que les eran hostiles, es una evidencia, pero también lo es que ninguno podía haberlo planeado, nadie tenía las capacidades técnicas como para haber proyectado la pandemia y nadie en su sano juicio hubiera lanzado algo que con toda evidencia les caería encima más rápido que un bumerang. Pero es aquí donde hay que ser muy preciso: no han podido hacer más ni imaginar otras cosas, porque su mentalidad tecnocrática, conformista, su mediocre comprensión filosófica de la realidad humana y del mundo se lo impide.

Nos corresponde a nosotros paliar a esa imposibilidad de las estructuras del pensamiento dominante. A “nosotros” los pueblos empoderados y pensantes.

El año 2020 ha sido un período particularmente filosófico. Tiempo de cuestionamientos, de revisión radical de los fundamentos de nuestros modos de vida. Antes de ese año muchas cosas nos habían llevado a cuestionar radicalmente la estructura de nuestras ideas políticas y sociales y a producir ideas nuevas en vistas a la construcción de una sociedad justa, ecológica y feminista del futuro[5].

Entre estas ideas podemos citar el establecimiento de un Ingreso de Base (IB) incondicional para toda persona en una sociedad, el establecimiento de salarios máximos o de proporcionalidad obligatoria entre el aumento de estos y de los mínimos, el desarrollo intensivo de una Economía Social y Solidaria (ESS), la facilitación de cooperativas[6] y la creación de marcos legales favorables para diversas formas alternativas a la propiedad privada, como la gestión comunitaria de bienes comunes[7]. Y para que ello pudiera ser progresivamente aceptado e implementado en la sociedad, estructuras nuevas de la democracia participativa parecen totalmente indispensables[8]. Y detengo aquí la auto-citación, que puede parecer poco elegante, limitándome a desear que los lectores puedan tener acceso a ese libro.

Pero la situación actual nos obliga a proyectar de manera concreta la puesta en práctica de “soluciones”. Nuestros dirigentes políticos y la élite económica no tienen ni la capacidad ni la voluntad ni el espesor ético para asumir que es necesario un verdadero cambio de paradigma político y social. Tendremos que hacerlo nosotros. Y el tiempo que viene, los próximos meses, el largo “año político” que viene, debiera ser el tiempo de plantearse de manera clara y valiente los desafíos radicales que debemos afrontar. El proceso constituyente es una oportunidad inestimable para ello. Valiente, insisto, porque el tiempo de “en la medida de lo posible” no solo ya pasó, sino que no debiera volver nunca. Debemos formular con la mayor seriedad posible nuestras aspiraciones y sueños y su proyección en proyectos y programas.

Y ya vemos que nada será ni posible ni aceptable si no nos confrontamos claramente a la cuestión de la injusticia social, que es como el terreno en el cual la pandemia pudo ser tan desastrosa y golpear tan duramente a las poblaciones desfavorecidas del mundo, mientras las élites económicas fueron protegidas o continuaron enriqueciéndose. No se trata aquí de izquierda o derecha, socialismo o liberalismo; estas opciones se han convertido en el marco de una mediocridad intelectual y un estancamiento fatal de las ideas. Afrontar el problema de las desigualdades es simplemente el referente ético de toda opción política futura. No habrá ni futuro ni “medida de lo posible” alguna si no somos capaces de hacerlo.

Pandemia de desigualdades y Proceso Constituyente (Parte II)

[1] “El virus de la desigualdad”, Informe Oxfam, enero 2021, p. 6, file:///C:/Users/danie/Downloads/bp-the-inequality-virus-250121-es%20(1).pdf

[2] Idem, p. 9.

[3] Idem, p. 56

[4] Idem,  p. 24.

[5] En mi caso se trató de la escritura del “Manifiesto para la sociedad futura. Hacia una nueva filosofía política”, Santiago, Catalonia 2020.

[6] Idem, cap. IV, Economía, trabajo y vida humana, pp. 143 – 186.

[7] Idem, cap. VII, Comunes, propiedad e inapropiabilidad.

[8] Idem, cap. III, La democracia, el autogobierno de la sociedad.

 

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