Sobrefraternidad

Por Gonzalo Moya Cuadra, licenciado en Filosofía

Nuestra contemporaneidad ha mostrado una realidad discordante en su cotidianeidad.

La crisis pandémica está patentizando, una vez más, la fragilidad del ser humano que no quiere o no puede comprender el verdadero significado de la unidad social para conformar una nueva sociedad igualitaria, basada en los valores inalienables de la libertad y la fraternidad.

La Organización de las Naciones Unidas proclamó el Día Internacional de la Fraternidad Humana, omito la fecha exacta, pues debería ser permanente en el tiempo, como un acto insoslayable para reflexionar sobre la casi perenne inhumana humanidad, tan heterogénea y compleja, aún más en este tiempo jamás imaginado, tiempo agobiante, sin explicaciones. Ergo, la fraternidad es el único y gran elemento cohesionador que permitirá a nuestra actual sociedad, vana e intrascendente, adquirir la esencial consciencia social y cultural.

Nuestro deber humano es construir fraternidad y desterrar definitivamente el individualismo en pro de una auténtica y gran potencia fraternal. Las diferencias humanas tendrán que ser concientizadas en base a una sólida formación educacional que implique calidad moral, excluyendo conceptos integristas o inclementes sistemas económicos que pueden distorsionar la visión más humana de lo real. La tolerancia, el pluralismo y el respeto mutuo serán los componentes más virtuosos y certeros que promoverán la fraternidad humana. Consensus omnium.

El ser humano no puede seguir inmerso en el marasmo de la apatía y el egocentrismo. No debe olvidar jamás el natural sentido de la fraternidad. Tiene que encontrar lo fraternal hasta en lo material.

La época posterior a la pandemia será irreflexiva, interrogativa o inestable, en la cual lograr una legítima vida en común con la naturaleza será una tarea compleja, será una nueva historia de realización humana, trascendente, mas no exenta de dificultades sociológicas y filosóficas.

Ojalá en ese futuro, no tan lejano, la humanidad encuentre la significancia de su nimia existencia, cultivando y construyendo la verdadera vocación humana, dejando de lado todo lo que implique soberbia, desigualdad y vanas creencias.

La fraternidad, excelsa virtud, es una sólida matriz de la moral como fundamento superior de la consecuencia política y la responsabilidad social.

El ser humano es intolerante e incapaz de mensurar, por ahora, la simple convivencia natural o el entendimiento comunitario para erigir una nueva humanidad, finalmente liberada, pacífica, histórica, fraternal y necesariamente madura.

Debe dedicar su vitalidad a integrarse con la naturaleza por medio de la más absoluta fraternidad.

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