Agentes literarios, entre la complicidad con autores y los vínculos complejos con las editoriales

La figura del agente forma parte de una rica tradición inaugurada por la española Carmen Balcells con su rol decisivo en la proyección literaria del escritor colombiano Gabriel García Márquez.

Intermediarios entre los autores y los editores, a veces, y confidentes o consejeros, otras, los agentes literarios son parte de la cadena de producción, participan en la conversación creativa que implica la edición de un libro, se especializan en el arte complejo de tallar la imagen de los autores e impulsan giros en una trayectoria ascendente, como ocurrió con la escritora Louise Glück, cuyo agente apostó a un cambio drástico de sello para obtener mayores ganancias luego de la visibilidad que le dio el Nobel de Literatura.

La figura del agente forma parte de una rica tradición inaugurada por la española Carmen Balcells con su rol decisivo en la proyección literaria del escritor colombiano Gabriel García Márquez, pero que a lo largo del tiempo ha dado lugar también a intervenciones más controvertidas, como la que recientemente protagonizó el estadounidense Andy Wylie cuando alentó a Glück a abandonar el sello Pre-textos -que había apostado a ella cuando era una ignota poeta- por un contrato más ventajoso en la editorial Visor.

Si bien en América Latina el rol aparece diluido porque es asumido por otros actores de la cadena, muchos escritores recurren a los servicios de profesionales que, con sede en Europa o Estados Unidos, se dedican a asesorarlos, a representarlos y negociar sus derechos.

«El agente es elegido por el escritor para ocuparse de la mejor difusión de su obra. Dependiendo de qué agente y qué escritor, hasta donde llega el alcance de esa relación, desde comentar ideas hasta conseguir que sus novelas lleguen a las librerías, y si es posible, al cine o la televisión», define en diálogo con Télam Guillermo «Willie» Schavelzon, exlibrero, exeditor y fundador de la agencia literaria Schavelzon-Graham, que desde Barcelona representa la obra de un centenar de autores, entre los que se encuentran Claudia Piñeiro, Martín Kohan, Gioconda Belli, Ricardo Piglia y María O’Donnell.

«Es tan amplio el margen de estas relaciones que llamar al agente literario `intermediario´ me parece un poco reduccionista, un reflejo de no entender de qué se trata», amplía.

Para Pau Centellas, presidente de la Asociación de Agencias Literarias de España y agente en la agencia Silvia Bastos, lo más complejo es hacer coincidir los intereses de los autores con los de los editores. «O dicho de otro modo: convencer a los editores de la conveniencia para su editorial de publicar la obra de un autor». Acepta que, si el autor se lo pide, la participación del agente enriquece al proceso: «Hay obras que han cambiado considerablemente tras la lectura de un agente. Dicho esto: el mérito es del autor, pues también es suya la potestad de aceptar o rechazar las sugerencias o comentarios que le hace el agente».

«Un agente tiene que tener visión estratégica y saber anticiparse un poco. Una carrera literaria se construye de a poco y con cada libro; hay que saber proyectar a futuro», considera María Lynch, fundadora de la reconocida agencia Casanovas & Lynch en Barcelona, que representa a Mariana Enríquez, María Gainza, Pola Oloixarac, Martín Caparrós y Federico Andahazi.

Para Lynch, el agente forma parte del primer eslabón en el proceso creativo: «Es quien escucha por primera vez la idea o proyecto de un libro y acompaña durante el proceso de escritura. También es el primer lector, y esa primera lectura es muy delicada porque todas las expectativas están puestas en ella». La participación de esta agente literaria en el proceso depende del autor: «En algunos casos leo varias versiones de un manuscrito y acompaño la edición. En otros, apenas sugiero cambios; a veces participo en la planificación previa a la escritura, otras sugiero títulos, cubiertas», apunta.

Las decisiones estratégicas, como la editorial, también condicionan mucho la difusión y el éxito de un libro: «Hay un trabajo posterior del agente que consiste en coordinar y acompañar la publicación de ese mismo libro en muchos países, donde ese condicionante de nuevo se replica», precisa.

Sandra Pareja es una de las agentes de Massie & McQuilkin, con sede en Nueva York, pero hasta 2020 trabajó en Casanovas & Lynch. «Llevaban a muchos autores argentinos y me ocupaba de los derechos al extranjero. María Sonia Cristoff fue la primera autora que fiché. Encontré uno de sus textos en una antología chilena y también me atrajo su perfil más secreto. Devoré toda su obra en cuestión de días porque era sólida y siempre interesante. Mi segundo fichaje fue Roque Larraquy, siendo ‘La comemadre’ un libro viral entre mis amigos lectores», cuenta Pareja.

Desde Massie & McQuilkin representa a Pablo Katchadjian y Mariana Travacio. «Por estos cuatro autores siento una profunda admiración y estoy convencida de que dejarán huella en la historia de la literatura argentina y en el mundo que la lee», sostiene. Le gusta sentir que estimula la creatividad de los autores, que los apoya y acompaña: «Hago lo necesario para que un autor pueda dedicarse plenamente a su oficio y no a los trámites, las negociaciones y el ruido exterior que la actividad conlleva».

¿Por qué los agentes de los escritores argentinos están en otros países? ¿Por qué la figura del agente pareciera no ser relevante en la escena literaria local? ¿Se debe únicamente al tamaño del mercado editorial?

«Creo que, en la época digital, más que el tamaño del mercado, pesan las distancias geográficas. Por lo menos hasta el año pasado, un agente viajaba mucho. Estar lejos es muy costoso, en dólares y en esfuerzo», arriesga Schavelzon pero remarca que una agencia también requiere de ciertas condiciones macroeconómicas para su desarrollo. «Argentina necesita más lectores. Mejor dicho: que la gente pueda comprar más libros. Todo lo demás puede estar en cualquier parte. Hoy importa poco dónde está geográficamente una agencia, lo que importa es su mirada internacional, su saber leer, su saber hacer, y como decía antes, poder hacer», señala.

En los últimos años, las editoriales han explorado cómo asistir a los autores que no tienen agente. Si bien muchas veces las oficinas que desde la editorial representan al escritor no funcionan porque niegan la contradicción de intereses entre las partes, los protagonistas advierten que, como con todo en la vida, la cuestión es más compleja.

«Hace falta una figura del agente más local, dentro de la editorial o que los representen desde afuera. Que busquen lugares y nuevos contratos», reconoce Paola Lucantis, editora de ficción desde 2015 del sello Tusquets.

Lucantis cuenta que, en la práctica, los editores muchas veces hacen un acompañamiento y derivan las cuestiones administrativas y contables a la oficina regional correspondiente. «Después de la publicación de ‘Las malas’, recibí consultas de editores de distintos países por la obra de Camila Sosa Villada y algunos finalmente llegaron a contratar los derechos y otros compraron los derechos para la producción audiovisual», relata. Otras veces son los scouts (cazatalentos), los traductores y otros editores los que identifican un catálogo y ubican al editor para ver cómo publicarlos. «Los editores también asumimos el rol de los agentes cuando los presentamos en los concursos internacionales y los ayudamos a que estén al tanto de la difusión y a la llegada de sus libros a otros mercados», repasa.

Con la experiencia de los años y sin subestimar su oficio, Schavelzon coincide en que en la práctica los roles suelen superponerse. «Las grandes editoriales tienen en sus equipos a editoras y editores inquietos, que muchas veces engañan a sus propios jefes, que son financieros, porque quieren publicar libros de calidad. Y lo logran. Navegando entre literatura y mercado sigue habiendo lugar».

Para Maximiliano Papandrea, fundador y editor del sello Sigilo, el triángulo autor-agente-editor está en pleno proceso de cambio. Al esquema ortodoxo (cuando un autor recurre a un agente) y al de la editorial que asume y ejerce el derecho de traducción, se suma «el modelo asociativo» en el que las editoriales se relacionan con agencias. «Tenemos una asociación con la agencia Indent y cuando contratamos un autor sin agente, los representa Sigilo en sociedad con Indent. Cobramos el mismo porcentaje que pediría una agencia, pero lo repartimos entre las dos partes», cuenta Papandrea. Ese esquema de representación fue el que usaron para que los derechos de traducción de «Cometierra» de Dolores Reyes se vendieran a Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia, Polonia, Turquía, Suiza, Grecia, Noruega, Brasil y Portugal.

El agente produce literatura
La socióloga Daniela Szpilbarg, especializada en estudiar los procesos sociales ligados al libro, advierte en “Cartografía argentina de la edición mundializada” que los agentes como intermediarios concentran el poder de controlar los flujos transnacionales de literatura, “lo cual los convierte en check points, en aduanas donde se verifican los atributos requeridos para el ingreso a la literatura mundial”.

La autora sostiene que esos puentes “producen” literatura y que su intervención no es en absoluto pasiva.

Fue el encuentro entre Gabriel García Márquez y Carmen Balcells el que inauguró la práctica de la representación de los escritores a través de los agentes. Su agencia consiguió a autores notables entre los que había seis premios Nobel. Con espíritu de madre sobreprotectora, rescató a Mario Vargas Llosa de un trabajo en Londres para que pudiera dedicarse a ser escritor a tiempo completo y que negoció de forma aguerrida los derechos de las novelas que escribía García Márquez.

“Una noche Carmen me invitó a una cena en su casa con todos los grandes escritores de la época. Me los presentó como si yo fuera la gran novelista cuando era una niña que no sabía nada de nada. Así me dediqué a escribir en adelante. Carmen estuvo conmigo siempre, no solo era mi editora, era mi amiga, mi confidente y lamenté mucho su partida”, contó Isabel Allende sobre Balcells, quien murió en 2015. Su agencia sigue representando a cientos de autores.

“Adopto la personalidad de los ochocientos cincuenta escritores que representa la agencia, así que padezco una suerte de masivo desorden de personalidad”, se define Andrew Wylie, actualmente uno de los agentes más importantes del ámbito literario internacional. Apodado “El Chacal” por su estilo controvertido y sagaz para negociar, el último capítulo de la saga con la que construye su larga trayectoria de personaje polémico fue en noviembre, cuando se negó a renovar el contrato con la pequeña editorial española Pre-Textos por los derechos de traducción y publicación en castellano de la última premio Nobel de Literatura, Louise Glück. Pre-Textos acusó a Wylie de ofrecer la obra de la poeta “a espaldas de la editorial al mejor postor, ignorando de esa manera el esfuerzo realizado por sus editores españoles”.

El agente, quien lleva cuarenta años representando a escritores como Emmanuel Carrère, Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov o Roberto Bolaño, argumentó que el cambio de editorial se debe a un simple incumplimiento: “Rechazamos una oferta de renovación de Pre-Textos debido a sus anteriores promesas incumplidas y a la falta de comunicación, no por el bien de una subasta”. Finalmente, el sello Visor adquirió los derechos y editará la obra de la poeta.

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