El triunfo de los Constituyentes sobre la industria medial chilena

Por Héctor Vera V., Periodista y doctor en Comunicación Social.

Entre las cosas extraordinarias de las recientes elecciones de Constituyentes en Chile está el sorprendente triunfo de la sociedad civil por sobre el poder institucionalizado del dinero y de los partidos políticos.

A pesar de todo el poder conservador de la industria medial y cultural que ha dominado estos últimos 50 años, la mayoría de los electores chilenos, confiaron en los independientes comprometidos con un cambio radical del estado neoliberal

Recordemos que los medios como Televisión Nacional, Canal 13, El Mercurio, La Tercera, Radio Agricultura…. silenciaron la violación a los derechos humanos durante los 16 años de la dictadura de Pinochet y hoy desacreditan a los manifestantes del estallido social y siguen dominando la representación de la realidad nacional con el sesgo conservador, defendiendo a los privilegiados.

Aun así figuran en el mundo político tradicional como si fueran entidades respetables y dignas de su atención. No es el caso para los dirigentes de la base social.

La reciente elección pone a la industria medial hegemónica en estado de sospecha. Los ojos populares empiezan a desnudar el rostro siniestro de estos medios. La población comienza a descubrir o a evidenciar que estos medios han falseado la realidad y han negado el rol y las aspiraciones de gran parte de la población. Esto explica la hostilidad que estos medios encontraron en las manifestaciones masivas.

Ahora, con más fuerza que nunca en la reciente historia social de Chile, los electores pasaron por encima de las visiones mediales dominantes o hegemónicas y piensan lo contrario de lo semantizado o representado por estos dispositivos que pertenecen a reducidos grupos económicos nacionales y extranjeros.

Algo similar ya había ocurrido con los ciudadanos chilenos y los medios apoyadores de la dictadura con el Plebiscito de 1988, en que, a pesar de las generosas loas al dictador Pinochet y desacreditación a sus opositores, los canales de televisión, la casi totalidad de las radios y los diarios, ganó el No a la prolongación del poder a Pinochet. Este rechazo popular abrió la recuperación democrática, pero quedaron vigentes los mismos medios de comunicación que defendieron la dictadura y paradojalmente desaparecieron los medios que buscaban un cambio como Fortin Mapocho, La Época, Análisis, Apsi y otros. Este es el panorama medial vivido en estos últimos 30 años en el llamado Chile de la transición democrática, que viene a ser una postdictadura en la práctica.

En las elecciones de Constituyentes, Alcaldes, Concejales y Gobernadores, la casi totalidad de los canales de televisión, de los diarios nacionales y regionales como las radios del país, visibilizaron abundantemente a los políticos de siempre, silenciaron a los candidatos de los distintos territorios locales y a las personas de las listas de independientes. Las encuestas y los expertos a los que recurren insistentemente estos medios, nos llenaron de diagnósticos favorables a los intereses de los partidos gobernantes y de sus opositores “democráticos”. Nada de lo que dijeron que ocurriría en las elecciones ocurrió. Al contrario, los resultados electorales fueron sorprendentes y casi inexplicables para esta industria.

Los empresarios más ideologizados y comprometidos con el orden social y económico que se quiere cambiar, financiaron a los candidatos de la derecha y a los opositores “democráticos”. No obstante, la mayoría de estos candidatos no logró ser elegido. Los silenciados por los medios hegemónicos, sin financiamiento, lograron saltar la muralla cultural y medial que los niega sistemáticamente, que los desvaloriza, que los distorsiona. La hazaña actual del mundo popular es inmensa.

Las violaciones a los derechos humanos bajo el actual gobierno, el largo proceso a los manifestantes del “estallido social” , su permanencia en las cárceles y la impunidad de los agentes del Estado, la acusación al Tribunal Penal de La Haya del Juez Garzón al Presidente Piñera, el prolongado estado de excepción constitucional que suspende desde hace más de un año los derechos de las personas a la libre circulación o al trabajo , con toques de queda interminables… tiene escaso espacio para la industria medial dominante. Sin embargo, para la mayoría de los constituyentes elegidos estos asuntos son de la máxima importancia.

Los medios hegemónicos dedican miles de horas a los crímenes o portonazos, a las fiestas clandestinas para condenar a los “porfiados de siempre”, le dan tribuna a médicos que siguen justificando el confinamiento, a las disputas de los políticos, pero silencian la manera en que la mayoría de la población busca evitar el virus o cuidar a sus enfermos o enterrar a sus muertos Los impuestos a los ricos y a las empresas mineras, las luchas por el derecho al agua, las reivindicaciones de los pueblos indígenas o de los ecologistas, ocupan escaso tiempo o espacio. Pero meten mucho miedo que Chile se vuelva una Venezuela y esquivan, deforman u ocultan las acciones de las organizaciones populares que combaten el hambre, la falta de trabajo, la prohibición de manifestarse.

Y a pesar de todo esto, la Convención Constituyente, que definirá cómo viviremos en Chile en los próximos años, quedó formada mayoritariamente por dirigentes surgidos de una población que no tiene voz ni identidad en esta industria cultural hegemónica aliada, socia y cómplice del orden y de los agentes del neoliberalismo.

El Chile que se está formando merece una nueva industria medial y cultural. No podemos seguir dependiendo de los medios que nos han negado la verdad, que han deformado la realidad tanto en dictadura como en la posdictadura, que no le dan cabida a los que difieren de sus intereses.

Deberíamos mostrar en detalle como los medios hegemónicos ocultan sistemáticamente a los actores sociales que están por los cambios y buscar la manera de difundir y consolidad nuevas líneas editoriales que recojan plenamente esas voces y miradas. Chile se merece y necesita, para garantizar más democracia real, que florezcan nuevos medios locales, regionales, universitarios, comunitarios. Esto implica una política pública nacional que aún no está diseñada.

Se requiere que el Estado se haga responsable de garantizar una información de calidad, oportuna y diversa, que no solo esté presente la información salida de las dinámicas del mercado, sino que se fomente la participación democrática y el espíritu crítico. Esto implica, que junto con modelar los espacios para que la libertad de expresión se realice plenamente, se le ponga reglas claras y condiciones a la industria cultural para que todos los sectores puedan expresarse y no se oculten las demandas sociales, ni se deforme, solo por razones económicas, la actualidad que la hacen diariamente los millones de chilenos y no solo un puñado de “expertos” y políticos.

La lucha que se ha expresado en las últimas elecciones son grandes eventos políticos y culturales que están cambiando el Chile que conocimos desde el nacimiento de la República. Las luchas que vienen, junto con ser políticas, son culturales. En otros términos, se trata de mediar cómo semantizar la realidad y los cambios que se realizarán, definir a quienes darles tribuna en los medios, qué valorar y qué dejar de lado, qué agenda pública levantar y qué agenda abandonar.

Es la lucha sobre cómo pensar el nuevo desarrollo social del país en el plano medial para que la diversidad social y política se exprese plenamente. Y esto necesita diversidad de voces en los medios de comunicación y en las redes sociales y un cambio del contenido y tratamiento de las informaciones, de los temas prioritarios y secundarios, de las fuentes a las que se recurre, de los actores y de los referentes que se utilizan.

Sin este cambio necesario, sin un plan público para la industria cultural y los medios de comunicación, el triunfo político de la sociedad civil de hoy, puede transformarse en una derrota en el mediano y largo plazo. El camino de las transformaciones culturales y políticas es largo y complejo y por ello hay que hacerlo con los ojos y oídos vigilantes que implemente un plan efectivo.

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