Colapsos de edificios y puentes: ¿simple casualidad o falta de responsabilidad?

Por Pablo Alcaíno, académico Ingeniería Civil en Obras Civiles, UCEN

En los recientes días hemos visto con asombro el colapso de una línea elevada del metro en México; de un edificio de mediana edad y otro en construcción en Estados Unidos, además de la caída del tablero de un puente acá en Chile.

Quizás las noticias de los colapsos no serían tan intrigantes si estas fallas catastróficas hubieran ocurrido debido a un evento extremo como un tornado, una tormenta tropical, un aluvión o un mega terremoto.

Pero las fallas ocurrieron en condición de uso normal o de servicio, entonces, la pregunta natural que surge es ¿por qué están colapsando tantas estructuras?. La respuesta no es fácil, cada colapso trae consigo una investigación de ingeniería estructural en un rol de forense, por lo que sus causas reales tardan en ser halladas. Sin embargo, hay un hecho que es difícilmente refutable: si una estructura colapsa en condición de servicio, definitivamente tiene una o más deficiencias de origen como errores en el diseño, en la construcción, un uso diferente del proyectado o falta de mantenimiento. En todos los casos hay ignorancia, incompetencia, negligencia y/o dolo de uno o más de los profesionales involucrados en el proyecto.

No está de más señalar que la filosofía de diseño sobre la que se basan los códigos y normas, de prácticamente todo el mundo, buscan prevenir el colapso total o parcial de una estructura, minimizando la probabilidad de falla a niveles sumamente confiables, con la finalidad de salvaguardar la integridad y vida de los usuarios. Sin embargo, las leyes acotan la responsabilidad de empresas y profesionales a 10 años en los aspectos estructurales, pero aparentemente los profesionales olvidan que la ley sólo regula algunos aspectos del ejercicio profesional, porque la responsabilidad ética es vitalicia.

Éticamente somos responsables de las estructuras que calculamos, construimos, operamos y mantenemos, hasta el día de nuestra muerte. No se limita a la infraestructura misma, porque la obra en sí no es sólo toneladas de materiales, sino el servicio que presta a los cientos, miles o millones de personas que vivirán en el edificio, usarán el metro, usarán el puente, irán al colegio, serán pacientes del hospital, en fin serán usuarios de toda obra que sea construida, por lo tanto somos directamente responsables de salvaguardar la integridad y vida de todas esas personas.

Ante una carga de responsabilidad tan grande parece existir otra gran falla de origen en este asunto, una que parece transversal a las profesiones vinculadas al desarrollo de infraestructura, fallas que van desde la formación profesional en las universidades hasta el ejercicio individual y empresarial de la profesión: Todos han cedido a la presión del mercado y la mal entendida modernidad del mismo. Llevamos años despreciando la preocupación por profundizar conocimientos y habilidades técnicas que nos permitan evaluar los detalles en la vida profesional, porque eso toma tiempo y tiempo es dinero, mientras que en la vida universitaria, cada vez se dedica menos tiempo y energía al desarrollo de las llamadas ‘habilidades duras’, en favor del desarrollo de las ‘habilidades blandas’, sin entender que profesionales del campo de la ingeniería civil y construcción deben tener primero una base técnica sustentada en las habilidades duras, mucho antes que las habilidades blandas. De lo contrario, se observará cada vez con más frecuencia proyectos perfectamente maqueteados, comunicados y vendidos, pero que colapsan, y seguiremos llenándonos de ‘líderes’ que no son capaces de entender una especificación técnica, de identificar un puente subdimensionado o daños estructurales crecientes en un edificio.

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