A propósito de símbolos (patrios)

Por Daniel Ramírez, filósofo

Sabemos que las batallas simbólicas apasionan a la gente. La Convención Constitucional dedica por lo pronto bastante tiempo a estos asuntos. Podríamos pensar que ese tiempo debería dedicarse más bien a la discusión sobre las futuras instituciones de la democracia, a la construcción de una república ecológica y justa, pero supongo que hay que ser paciente, todo eso ya vendrá, necesariamente. Y tendremos mucho que decir.

Quisiera entonces referirme a ciertos símbolos que ya sería hora de ir cuestionando, tanto en el debate público como en los trabajos de la CC.

El primero de ellos las «fiestas patrias».

Daniel Ramírez

Extraña expresión, en tiempos de profunda evolución feminista de la sociedad: la ‘patria’ viene de «pater», que tanto en griego como en latín significan el padre, ligado al poder, al patriarcado. Por supuesto, nada se resuelve cambiando esto por «matria» u otra invención, que no hace más que invertir el problema. En todo caso, en esta semana que precede tales fiestas, voy a expresar algo que sé que es compartido por muchos, pero que tal vez no se ha dicho tan claramente.

La idea es simple: El 18 de septiembre no debe ser más la fiesta nacional.

Primero que nada porque si lo que se celebra es la independencia del país, ese día, conocido como el de la «primera junta de gobierno», lo que ocurrió fue, efectivamente una «junta», pero de corte netamente realista, y se eligió como presidente al viejo Mateo de Toro y Zambrano, de 83 años, un militar totalmente realista (su título lo dice todo: «Conde de la Conquista»), con el claro designio de mantener la fidelidad de la capitanía general de Chile al Reyno de España. El tal reino estaba a muy a mal traer por el triunfo de Napoleón, que puso la monarquía española entre paréntesis haciendo prisionero a Fernando VII y entronizando a su hermano, Joseph, conocido como Pepe Botella, sobrenombre tal vez ganado en las tabernas, pero sin duda inventado por los realistas españoles, refugiados en Sevilla, para desprestigiar el impulso modernizador napoleónico.

Es importante saber que el nombre oficial de la tal primera junta chilena fue «Junta Provisional Gubernativa del Reino de Chile a nombre de Fernando VII». He aquí el juramento que prestaron ese día todos los miembros:

«¿Jura usted defender la patria hasta derramar la última gota de sangre, para conservarla ilesa hasta depositarla en manos del señor don Fernando VII, nuestro soberano, o de su legítimo sucesor; conservar y guardar nuestra religión y leyes…?» (Documentos oficiales, Biblioteca Nacional).

Difícil hacer pasar tal cosa por un órgano de independencia. Se trataba claramente de mantener la capitanía general de Chile fiel a España a la espera de que se restaurase la monarquía. Cosa que ocurrió en 1813.

Es cierto que la historia es compleja, que la junta fue el primer gobierno autónomo, no DE Chile, pero al menos EN Chile; y que entretanto, la ideas independentistas se fueron abriendo camino. Algo comenzó en 1810, pero ciertamente no es el «Independence Day» chileno.

Yo no soy historiador y en Chile los hay muy competentes, por ello no hablo más que de cosas que todo el mundo sabe. Y lo que todo el mundo sabe es que la verdadera independencia de Chile fue lograda en la batalla de Chacabuco el 12 de febrero de 1817, que se saldó por la derrota casi definitiva de las tropas realistas, y confirmada por la batalla de Maipú el 5 de abril de 1818, porque claro, las tentativas de reconquista no terminaron allí.

En noviembre de 1817 se realizó un plebiscito que aprobó la independencia de Chile; el Acta de dicha independencia fue firmada el 1° de enero de 1818 en Concepción (verdad que es difícil instaurar un 1° de enero como fecha nacional), pero fue proclamada y jurada el 12 de febrero de 1818, en Santiago, día del primer aniversario de la batalla de Chacabuco. Desde entonces se sabía que esa era la fecha clave.

El 12 de febrero fue efectivamente considerado durante algunos años como fiesta nacional, así como el 18 de septiembre y el 5 de abril. Esta última fecha fue suprimida luego, por razones de «proximidad con la semana santa». En cuanto al 12 de febrero, se dijo que era problemático porque coincidía con las vendimias, curioso argumento de la época que disimulaba el hecho de que esta fecha estaba demasiado asociada al nombre y personalidad de Bernardo O’Higgins; su popularidad había disminuido y terminó renunciando en 1823. Gobiernos contrarios al o’higginismo terminaron considerando de mal augurio las fiestas del 12 de febrero y del 5 de abril, lo que no es extraño si se recuerda que los nombres del presidente Joaquín Prieto y su ministro Diego Portales están asociados a la reducción y futuro abandono de tales celebraciones.

El resultado es que por dudosas y pequeñas razones politiqueras terminamos todos en un malentendido histórico mayor: celebrando el día de la junta realista que juró lealtad al reino de España, y casi olvidando el día en que efectivamente fue lograda y luego proclamada la independencia.

Así que repito la proposición: la fiesta nacional de la nueva República de Chile debe ser el 12 de febrero. Y ojalá esto pueda comenzar junto con la vigencia de la nueva constitución. Sería un símbolo suplementario. En cuanto al 18 de septiembre, se podrá seguir celebrando, por supuesto, así como el 21 de mayo, pero no será la fiesta nacional de la independencia. Y nadie impedirá los volantines de septiembre ni la alegría de la primavera, que no tienen porqué ser asociados a viejos realistas. En cuanto a los rodeos, práctica bastante brutal, también está llamada a desaparecer un día. Pero esto es otro tema. Nadie impedirá al que quiera bailar cueca o comer empanadas cuando quiera y por supuesto, el 12 de febrero, en que mucha gente está en vacaciones, la interrupción de la actividad laboral será menos importante, así como el aumento del consumo de alcohol.

Quisiera recordar que tanto el 12/02 como el 05/04 están, asociadas íntimamente, no solo a Bernardo O’Higgins, sino también al general argentino José de San Martin, lo cual consagra el carácter internacionalista, latinoamericanista e universalista (inspiración de filosofía de las luces francesa) que tuvieron las independencias de nuestros países. Por otra parte, el ‘Ejército de los Andes’, que San Martín y O’Higgins condujeron, estaba formado en mayoría por soldados negros, mulatos, esclavos libertos desde hacía poco, símbolo fuerte en estos tiempos en que el carácter plurinacional e intercultural de nuestros pueblos está siendo reconocido, incluidas sus fuentes afro-americanas; y ello sin olvidar que Bernardo O’Higgins hablaba mapudungún.

En cuanto al 19 de septiembre, día llamado «de las glorias militares», en la medida en que sigamos teniendo fuerzas armadas (cosa que el futuro a largo plazo deberá también reconsiderar) tendrá que ser una celebración interna, institucional y de ninguna manera un feriado nacional. Si no debería serlo, también, un día del Congreso, día del Poder Judicial, día de la educación pública, día de la salud y tantos otros, con muchas mayores razones que las fuerzas armadas. Estas últimas han teñido de sangre la historia del siglo XX y destruido la democracia, cuya reconstrucción permanece inacabada. Asimismo, la costosa «parada militar», demostración belicista de fuerza, típica de períodos de nacionalismo barato, gran pasión de las dictaduras, incluidas fascistas y comunistas (basta con ver lo que eran tales desfiles en la URSS y siguen siendo en China y en Corea del Norte), es realmente un espectáculo de otras épocas, que debe ser total y absolutamente abandonado. Los soldados pueden disponer de un día feriado si quieren y de ocasiones en las cuales organicen desfiles en sus cuarteles y terrenos militares, con toda la disciplina, orden de filas y paso de ganso que les parezca, tocar sus bandas y exhibir a diestros guaripolas, invitar autoridades religiosas para algún Te Deum interno. Asunto institucional, no nacional.

Sí, los símbolos tienen su importancia. Desde hace tiempo ya me parecía que deberíamos abocarnos a una revisión crítica del lema «por la razón o la fuerza», terriblemente militarista. Eso ya ha sido abiertamente planteado «¿Nos identifica el lema «Por la razón o la fuerza»?» (Francisco García-Huidobro, Pablo Rosenblatt y Daniel Walker en El Mostrador 20/07/2021). Por otra parte, ¿será necesario un lema?

Ya se ha difundido la idea de cambiar ligeramente la bandera, integrando un elemento del lenguaje visual del pueblo mapuche. Ello depende mucho de lo que se resuelva en la CC respecto a la autonomía de los pueblos originarios que la deseen. Pero creo que ello debería ser objeto de un concurso abierto a todos los artistas plásticos de Chile.

Respecto al himno oficial (canción nacional), la supresión de la estrofa que hace alusión tanto a los «valientes soldados» como al «sostén», es un hecho confirmado por el uso. La canción es bella y contiene la fuerte y significativa frase «un asilo contra la opresión» que, por supuesto, no se ha confirmado siempre, pero que debería continuar inspirándonos.

El país necesita cultivar otros valores, desarrollar otras estéticas, dirigirse hacia otros destinos simbólicos, dejar crecer otras sensibilidades, construir una nueva cultura de la paz y de la hermandad con sus vecinos, la integración y respeto a sus pueblos originarios, una cultura de la justicia social, del saber, del compartir y preservar la tierra, la biodiversidad, el patrimonio cultural y la creación artística.

El país del futuro necesita otras fiestas y nuevos símbolos.

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