Aniversario de El Periodista: 20 años es nada… y es todo

Por Francisco Martorell Cammarella, director

Hace 20 años no pensaba como hoy ni vivía en el mundo que ahora lo hago. Era diferente, en muchos sentidos, porque justamente fue ese 2001, cuando nació está revista, hoy multiplataforma, que muchas cosas cambiaron. O empezaron a hacerlo.

El Periodista se inició con el siglo, prácticamente, pero a partir de un sueño que fue madurando y que no pretendía otra cosa que darle mayor pluralismo al espacio mediático chileno, que llevaba años lamentándose de lo que había ocurrido con muchos periódicos y revistas, pero donde poco y nada hacíamos para cambiar la situación. La queja era la acción.

Ese 2001, noviembre 27, aparecimos por primera vez y repletamos los quioscos de todo el país. Nos sumamos a una revista cultural (Rocinante), otra satírica (The Clinic) y un medio electrónico (El Mostrador). “Hoy somos más periodistas que nunca”, creo que sostuve en esa edición inicial que reunió plumas de varias generaciones y que se ofrecía como una alternativa que pretendía estimular el pensamiento crítico.

Poco a poco, a nuestras páginas, se fueron sumando voces y miradas, independientes todas, pero la mayoría crítica, con la intención de entregarle al lector una segunda vuelta a los hechos, algunos tratados con más profundidad y, especialmente, sin censura ni exclusiones.

No hubo en El Periodista de entonces temas tabúes o personas prohibidas o que debían ser invisibilizadas.

Al poco andar, con la revista en quioscos y tratando de generar una cultura en torno a ella, quisimos fortalecernos, incursionar en el mundo editorial y también el virtual, ampliar nuestra mirada de los negocios y crecer. Sí, hacerlo, porque comenzamos a ver que la verdadera independencia nos la daba una empresa sólida y diversificada.

Nos decíamos “más necesarios que nunca”, porque ese mundo del 2001, con Ricardo Lagos en el gobierno, el atentado a las torres gemelas y cuando se descifró que el genoma humano contaba 30 mil genes, también aparecía wikipedia, se creaba el iPod y caía en bancarrota Enrom. No eran tiempos fáciles, ni para los afganos que eran invadidos por EEUU y menos para los argentinos que vivirían la peor crisis económica de su historia. Fue el año que murió el beatle George Harrison y Eduardo Miño se quemó a lo bonzo frente a La Moneda.

Y nosotros, en ese nuevo milenio que comenzaba tímidamente y que prometía tanto, quisimos aportar, ser parte del debate, influir en los cambios, abrir ventanas para que ingresarán bocanadas de aire puro, que terminaran con la atmosfera enrarecida de una sociedad conservadora que no solo contaba con una elite que se oponía a los cambios sino que, además, le impedía a los otros manifestarse e incluso ser felices.

Y abrazamos causas, editorialmente, para romper esquemas, pero apegados a la premisa periodística que los hechos son los sagrados. Apoyamos a las minorías sexuales, denunciamos a las empresas corruptas, abrimos espacios a la cultura alternativa, visibilizamos al Chile real, mostramos los efectos de los pesticidas y de la mala política, difundimos sobre la necesidad de la píldora del día después y cedimos miles de centímetros columna para que decenas de voces se expresaran con total libertad.

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La tarea no fue fácil, a ratos una lucha titánica por permanecer, para estar en los quioscos y para que fuéramos una revista de referencia. Aparecieron otros como nosotros, nos acompañaron un tiempo en el camino de la independencia, pero pronto se alejaron o se fueron para siempre (Plan B y Siete +7, por mencionar a algunos) lo que nos mostró que caminábamos sobre una cornisa y que para permanecer debíamos redoblar el esfuerzo, especialmente porque detrás nuestro no había partidos, ni padrinos ni empresas. A ratos ni siquiera el apoyo incondicional de los lectores, aquellos que se quejaban de la inexistencia de medios de comunicación afines.

Hacer periodismo en Chile no es fácil, requiere de mucho pundonor y paciencia, pero especialmente de fuerza, constancia y la certeza de que los amigos en este camino duran poco, a veces una portada, porque todos quieren que los traten bien, los escuchen, les den espacios y silencien a sus adversarios.

Nosotros no nacimos para eso, tal vez porque lo hicimos apenas dos meses después del salvaje, irracional e intolerante ataque a la Torres, o quizá por nuestra historia tras el golpe militar, el asesinato de José Carrasco, el cierre de los medios, la censura o la violencia contra decenas de periodistas, tanto en Chile como en el extranjero. Por eso hicimos nuestra la frase de los colegas argentinos, aquella de que “la peor opinión es el silencio”.

No queremos que nadie se calle. Y que nadie sea acallado.

Crecimos como revista de papel todo lo que pudimos, hemos llegado hasta la edición 295 y nos gustaría seguir imprimiendo, tal como hacemos libros cada vez que podemos o publicamos en el portal de noticias. Creamos un canal de TV en Youtube, que han visto millones de personas.

Seguimos vivos, hoy somos sobrevivientes, ya no solo a una revuelta que generó otra forma de hacer periodismo, más atrevido y hasta irresponsable a ratos, inmediatista, también a una pandemia que nos obligó a mirar el país y a ratos informar sobre este desde nuestro metro cuadrado, encerrados, sin vernos directamente a la cara. Nos vimos forzados a un nuevo quehacer.

Vienen nuevos desafíos, todos estamos 20 años más viejos, pero también más sabios y con mayor experiencia. Hay otros actores en escena, diversos, inquisitivos, defensores de sus derechos e inclusivos.

Pasamos un terremoto, el virus se llevó a casi 50 mil de los nuestros, vivimos el día a día peleándonos. Otros quieren imponernos el miedo y actuar sobre nuestros fantasmas.

Perdimos, en este camino, también a nuestras mentes más creativas, Camilo Taufic y Marta Blanco, periodistas y escritores, cuyas voces nos abrían la cabeza y nos invitaban a pensar.

¡Los extrañamos! Nos hacen falta.

Pero hay una certeza, como siempre la hay para seguir adelante, los problemas por los que nacimos, aunque hemos avanzado, subsisten. Y hacer periodismo, sin duda, nos rejuvenece y revitaliza, porque hay mucho por escribir y contar y tenemos ganas de seguir haciéndolo, reinventándonos cada día y aprendiendo, siempre aprendiendo, para que todas las plataformas nos sean amables y nos den confianza. Para llegar a los lectores, no con la lisonja ni lo que creemos que estos quieren escuchar, no con la complacencia, sino con el hecho, la palabra bien dicha, la noticia reporteada, aquella que importa. Aunque duela porque no es la que nos conviene.

Estamos en deuda, como la sociedad lo está con el periodismo, porque hacer medios fuertes y tener profesionales comprometidos con la verdad, no es tarea de unos pocos, sino de todos y hasta ahora, con franqueza, ese “todo” lo conforman muy pocos.

El Periodista, hoy 20 años más viejo, pero con más experiencia, fue un sueño. En este camino, a ratos, cumplimos con las expectativas y estamos orgullosos de haber estado a la altura. Tenemos nuestros déficit, pero aquí estamos, con la intención de seguir trabajando, con la noticia, la palabras, los hechos. Porque nos gusta, nos llena el cuerpo y nos da vida.

Gracias por habernos acompañado hasta aquí, gracias por los aplausos y también las críticas, gracias por permitirnos, a nuestra manera, hacer periodismo para ustedes.

Gracias, periodísticamente, gracias.

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