El Poder del Anillo

Por Rodrigo Reyes Sangermani

Pareciera cierto que finalmente cada hombre (y mujer) tiene su precio, ni los espíritus más santos ni las voluntades más éticas son capaces de sucumbir ante el poder del dinero, el dinero para el poder, y aprovechar la oportunidad para sacar ventajas.

La historia se remonta a la propia evolución del hombre, con un desarrollo de la sociedad corrompido por la soberbia infinita, el poder, el pan, el oro y el dinero; lo relatan las sagas míticas del medioevo, el oro del Rin, los Nibelungos, Odín y el Sigfrido muerto, como símbolo del triunfo del mal; el boato de las iglesias, los altares del barroco; el lujo de los palacetes de gobierno, la desproporción en los sueldos de los privilegiados, la riqueza amasada a costa de la gente.

Guerras por territorios, por minerales preciosos y por el agua; conflictos por la posesión de los mares, la propiedad de los esclavos, el monopolio del comercio y los privilegios de los poderosos, son producto de las irrefrenables ambiciones de los espíritus rotos por el egoísmo, por la incapacidad de ver en el otro, sobre todo en el desvalido, a un igual.

En la política, a veces los que más pontifican contra los corruptos, son los mismos que ahora, en su reemplazo asumen los vicios de la lujuria del poder; apenas surge la posibilidad, ahí están: tirando las manos, recogiendo favores, negociando privilegios, desplegando la codicia, instalando insignias en la solapa, escudos bronceados en los parabrisas del auto. La codicia envilece, transforma los espíritus, pudre las ideas y nubla la conciencia.

La política como un botín, los jueces de Rancagua, el director de la Policía de Investigaciones, los mandamases de Carabineros, el senador de Tarapacá, el séquito municipal de la alcaldesa de Viña, con el beneplácito de sus propios colaboradores, cuando el robo era vox pópuli y la desidia extrema, el alcalde de San Ramón enrevesado de delincuentes y narcotraficantes; y ahora, la ex candidata a gobernadora por Santiago, tratando de justificar 137 millones de pesos en honorarios que se llevaron 7 personas de su comando en cuatro meses.

Sigo pensando que la política debe ennoblecer la cosa pública, la inmensa mayoría de quienes trabajan en ella -me parece- son personas probas; sin embargo, cuando advertimos cómo la tentación del poder y el dinero corrompe, debemos ser claros en la denuncia y la sanción; profundizar una legislación que sancione con dureza los abusos de los políticos, de los servidores públicos y de los empresarios. Y como si fuera poco, el juicio moral es siempre más blando proviniendo del propio sector del acusado y durísimo, respecto de los adversarios, lo que transforma en responsables cómplices a aquellos que no son capaces de juzgar con independencia, y que más temprano que tarde terminan relativizando el tamaño de la viga en su propio ojo en vez de la paja en el ajeno.

He de esperar que las sortijas doradas del deseo y el egoísmo de la Tierra Media dejen de encandilar las fragilidades de las conciencias de quienes, se supone, deben estar a la altura moral que la ciudadanía exige.

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