The Beatles Get Back: un viaje a la fábrica de creación de universos

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

★★★★✭ (4,5 sobre 5)

Apenas dos días corridos de aquel confuso año de 1969 los Beatles volvían al estudio con la mente puesta en cualquier cosa menos en la banda. Después de casi una década ocupados en la sencilla labor de ser la mejor del mundo conocido, las cosas no iban del todo bien, como todo en la vida para no ser tan alarmistas. Ringo estaba a punto de rodar la película “El Cristiano Mágico” (1970) junto a Peter Sellers donde -cuento aparte- aparece la canción “Come and Get It” escrita y producida por McCartney para los galeses de Badfinger, lejos la mejor banda del catálogo Apple. John y Yoko -desde hace unos años a la fecha ya no hay forma de separarlos ni gramaticalmente- vivían un idilio que los hacía flotar sobre las cabezas de los demás. George Harrison encontraba en la composición en solitario un refugio placentero -en el camino de Krishna- que lo estimulaba más que cualquier proyecto del mundo terrenal y Paul, bueno, aquel alter ego perverso de Paul “jefe-Productor-Músico-Porrista” transitaba por un pánico profundo con relación al destino que le deparaba una eventual disolución de la banda.

Es allí en ese momento que, pensando originalmente en un show televisivo, Michael Lyndsay-Hogg (director) comienza a rodar -en formato 16mm- las casi 55 horas de video y más de 140 de audio que componen el sustrato de aquel material sin forma de nombre preliminar “Get Back” y que un año después -entre el 8 y el 10 de mayo de 1970- iba a ser recuperado, solo por cumplir a la discográfica, como “Let it Be”, disco y película documental respectivamente.

51 años después y bajo la mirada experta de Peter Jackson -sí, el mismo de Bad Taste y el Señor de los Anillos- tenemos acceso a 468 minutos de montaje repartido en tres partes y exhibido como el lanzamiento del año por el conglomerado de medios Disney. Una docuserie de programación diaria entre el 25 y el 27 de noviembre y que desde hoy ya está disponible en su totalidad en el mismo canal.

Difícil tarea tenía Jackson, siendo un fan de la banda y entendiendo que entraba en arenas movedizas, entre las dificultades para poder montar un disco contra reloj y las especulaciones propias de la prensa amarilla que se encargó de que todo el mundo creyera que Yoko separó a los Beatles y que estos no eran más amigos.

No se trataba entonces de contar la historia, casi 6 veces más grande que el metraje original, sino de dejar que la misma, lejos de la mala voluntad de los periodistas británicos, hablara sin intermediarios. Bajo la narrativa calendarizada desde el 2 hasta el 30 de enero de 1969, día a día, el neozelandés nos conduce a la mismísima fábrica de creación de universos, allí donde, entre idas y vueltas, cuando las miradas y sonrisas de los cuatro porteños coinciden, la música en su máxima expresión es invocada como un ritual irrepetible y sagrado.

Y esas locaciones, que van desde el poco hospitalario estudio de Twickenham hasta el enjambre de cables del 3 de Saville Row, se vuelven aquella cocina compleja donde hasta el ingrediente más extraño se vuelve parte de un plato exquisito. La fotografía, mérito del director del proyecto original, es capaz de volverse inmersiva al punto de no saber si estamos “viendo” a los Beatles o estamos “con” los Beatles. Grabando cada cosa que sucede hasta el cansancio -de artistas y productores- se vuelve una técnica que obtiene un resultado de realidad asombroso. En palabras simples es una gran “Jamming” con amigos.

No obstante, la emoción amplificada, Jackson cae en la trampa del producto de supermercado, la misma que casi mata el documental de Scorsese “George Harrison: Living in The Material World” (2011) donde el norteamericano desperdicia la mitad del metraje en contar la historia archi repetida de la banda. De menos tiempo, la introducción para principiantes, le resta espacio a lo primordial, a lo que todos querían ver ¡Qué demonios pasó en esas sesiones de grabación! Sin embargo, el hermoso montaje que le sucede termina por hacernos olvidar el fastidioso “opening”.

Y allí están ellos ¡The Beatles! Y allí está Yoko, sí, allí está junto a John y abriendo la boca solo cuando todos los presentes se relajan, de lo contrario teje, lee, duerme, come tostadas o respira, pero de esa noticia de pasquín barato que la consigna como quien fue que separó a los Beatles, absolutamente nada. Y es que aquellos que son algo más que fans de orgasmo siempre lo supieron, más allá del trato adolescente de no llevar chicas a las grabaciones, los ahora Beatles adultos tenían otras prioridades y, por tanto, si así les complacía, podían, desde invitar músicos hasta traer familia y amigos. Si Yoko es la musa inspiradora de John, si la familia es para Paul y Ringo el motor fundamental, si la religión era el espacio de protección de George -monjes mediante- ¿Quién podría osar a decirles que eso no era parte del acuerdo?, es simple madurez.

¿Y qué decía la prensa de los Beatles? Que llevaban meses sin grabar, que ya no eran lo mismo, que la magia había terminado e incluso que se había agarrado a puñetazos y, sin embargo, más allá del sensacionalismo ¿qué hay de raro en amigos que discuten?, ¿que se alejan por un tiempo y tienen la confianza y la libertad para expresar sus puntos de vista? Cuando Harrison decide irse de las grabaciones la banda lo toma tan normal que incluso bromean con quién será reclutado para su rol, es obvio que nunca se les pasó por la cabeza que no volviera, solo era cosa de tiempo, los Beatles son 4. No hay bronca, son amigos, por más que los periódicos británicos indicaran lo contrario, son amigos y son los Beatles, difícil medirlos con la vara de la gente común.

¿Y la docuserie? Sí, la docuserie. Allí está, reproduciendo toda la intensidad de una especie de “Bootleg” en vivo. Versiones alternas de temas antiguos y otros tantos clásicos revisitados para entrar en modo de creación.

Conversaciones acerca del contexto socio político del momento, el bálsamo sanador de los teclados bluseros y la sonrisa constante de Billy Preston, el eventual ingreso de Allen Klein como mánager de la banda -altamente auspiciado por John- mientras era despedido y demandado por los Stones y el hoy célebre concierto de la azotea de Apple Corps, en Londres, última vez que la banda -sin saberlo- tocaría en vivo para el mundo. Pero tranquilos, después de este pequeño alboroto -y durante- ya se horneaba Abbey Road. Sí, ese álbum de los Beatles cruzando la calle.

Técnicamente lo de Peter Jackson es darse el lujo de entregar horas y horas de Beatles sin mayor preocupación que dejar dentro del relato todo aquello que eventualmente se perdió en el montaje de su predecesor, porque eran otros tiempos, porque no existía el boom de la “serialidad audiovisual” y porque es el maldito Peter Jackson y si así lo quiere, puede aplastarnos con sus enormes producciones.

Y sin embargo el anticlímax es brutal. Luego de tres días la caída es fuerte. De pronto y luego de la maratónica visualización Lennon nos avisa que el sueño terminó: “Quiero agradecer en nombre de la banda y de nosotros mismos y esperamos haber pasado la audición”. Fuimos privilegiados al ver el nacimiento de himnos como “Let it Be”, “Get Back” “Diga a Pony” o “Don’t Let Me Down” entre muchos otros. Ahora solo queda sentarse y esperar que nos deparará el “Universo Beatle” para hacer de la vida algo más que solo “aprender a nadar”. Es tiempo de “volver a donde pertenecemos”.

Un imperdible en tan solo 3 enormes episodios, disponible en Disney +.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.