Don’t Look Up: una crítica disfrazada de comedia que no pasa de las risas

Por Miguel Reyes Almarza*

★★☆☆☆ (2 sobre 5)

Si hay algo que con el tiempo los reyes del entretenimiento debieron haber aprendido, es que detrás de la comedia ligera disfrazada de crítica social solo prevalece en las grandes audiencias, aquellas que deben ser atendidas con urgencia, la broma fácil y el rostro bello de la estrella hollywoodense.

Los tiempos del humor reflexivo, a la altura de Chaplin o Monty Python, son parte de la historia gloriosa del séptimo arte y lo que queda, si es que algo hay, es comedia que alardea de inteligente y que se queda en el gesto heroico del “te lo dije” sin avanzar más allá del lugar común.

Allí es donde se estanca “Don’t look up” (2021) -No mires arriba- la cinta de Netflix estrenada para nochebuena y que hoy acapara todas las miradas y comentarios de especialistas, la mayoría, felices de haber captado la ironía y el sarcasmo del filme y por tanto maravillados por tanta inteligencia desbordada a la hora de advertir un eventual apocalipsis planetario.

Dirigida y guionizada por Adam McKay (Óscar mejor guion adaptado para “The Big Short”, 2015 y nominado a mejor director ese mismo año) amigo íntimo de Will Farrell y depositario de ese mismo humor de adolescente frustrado, despilfarra un enorme presupuesto -que permite tener ni más ni menos que a Di Caprio y Meryl Streep en el mismo elenco- para intentar pasarse de listo a nivel masivo y de paso mostrarse racional y reflexivo para la crítica.

Pues ni lo uno ni lo otro, casi dos horas y media de humor fácil mezclado con un mensaje tan simple como irrelevante, tan cursi como de fácil olvido; una suerte de película para “tardes de cine” (esas que se usan de relleno) con un mensaje que transita desde la letanía clásica de “cuidemos el planeta” hasta “cuidado con las noticias falsas”. La razón ya no existe y queda supeditada al show y las relaciones públicas de los medios. El “apaga la tele” aún no surte efecto.

El problema es que de esos “mensajes” está llena la iconósfera y son tantos que ya no causan espanto siquiera por redundancia, es más, entre finas capas de delicioso humor la “masa” no procesa el urgente recado, producto de la filantropía de su realizador.

Documentales acerca del cambio climático o las amenazas de objetos interestelares -con evidencia incorporada- o sobre la corrupción política de los gobiernos de EEUU como “The Awful Truth” (1999-2000) -la serie de Michael Moore- no logran siquiera movilizar a las mentes más despiertas.

La sobre saturación de contenido con fines loables termina por anularlos uno a uno, la comedia deja de ser solidaria a la crítica social, por más que se limpie la boca con ello. En sociedades que creen en el enemigo externo ¡Goldstein!, en el fantasma del comunismo, en la tierra plana, el chip de las vacunas y la gran conspiración de Soros y los Illuminati, difícilmente hay espacio para la reflexión fruto de la conversión racional de la ironía en argumentos contundentes. No, en este mundo de la fake news y la inmediatez (cosa que también explora el guion) no hay espacio para la reflexión, solo para el sesgo de confirmación. Allí, cualquier gesto estilístico para sostener una idea -como el argumento del largometraje en cuestión- se pierde entre lo gracioso de sus diálogos y los ojos claros de sus protagonistas.

Cinematográficamente es un trabajo impecable, su casting debe ser uno de los más envidiados de los últimos tiempos, ya que integra a Leonardo Di Caprio, como el muy dañado profesor Randall Mindy; Jennifer Lawrence, la avanzada estudiante de doctorado que descubre un peligroso asteroide; Meryl Streep, en el papel de la peligrosa presidenta de EEUU (no por su poder, sino por su negligencia extrema); y Cate Blanchett, como Brie Evantee, la hermosa y vacía presentadora de TV (tan vacía como su personaje); entre muchos otros actores destacados. Sin embargo, para ninguno de ellos, este título será recordado como su mejor trabajo, es más, el premio de la Asociación de Críticos de Hollywood (HCA) la nomina como mejor “ensamble” porque es allí donde está la apuesta, al montón, a sobrar de todos lados, de rostros, de guion, de tiempo, de situaciones cómicas y a faltar en certeza o en sutileza para que el humor no tape la intención. Mención para la aparición de la cantante Ariana Grande, imagino, para agitar las aguas de las generaciones más jóvenes, su trabajo dice más de ella, en su condición de rutilante e inmadura estrella pop que del personaje mismo ¿Una licencia del director? ¡Quién sabe! De todas formas, ni ella se dará cuenta del sarcasmo.

Ni la mención a Chile que se hace durante la producción -que tiene a varios en una especie de orgasmo de reconocimiento internacional- justifica su visualizado, ni siquiera es mayor que las referencias al Perú, con actor y locaciones incluidas. La inserción, apenas aporta al triste y ocioso guarismo de cintas famosas que mencionan a nuestro país, contabilidad que llevan los patriotas de tomo y lomo desde que cayó la dictadura militar y el mundo se dio cuenta que había algo detrás de la Cordillera de los Andes. Llámenle un “triste” legado boomer.

Ya no basta con hacer crítica social, cosa que muchos creadores y comediantes creen que se logra solo declarándolo, hay que asegurar la comprensión de aquellas afirmaciones, de lo contrario pasamos un buen momento y obviamos, así como los protagonistas de la película, como el mundo que conocemos se va al carajo sin remedio.

¿Quizás esa es la idea? Reírse y estoicamente esperar el golpe como lo hace el Coyote del Correcaminos. Quien sabe.

Disponible en Netflix.

*Periodista e investigador en pensamiento crítico.

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