El deseo de seguir viaje hacia Europa, sueño común de refugiados en Lesbos

Rodeados por los alambres de púas que asemejan el centro a una prisión, los refugiados se alojan en casas hechas con containers reconvertidos, algunas provistas por las Naciones Unidas en 2016.

                                                                                              Por Hernán Reyes Alcaide, enviado especial

El deseo de seguir el viaje hacia los países del norte de Europa y los lamentos por las largas esperas para resolver la situación migratoria son algunos de los ejes que comparten muchos de los refugiados que sobreviven en el campo Mavrovouni, o Moria 2, de la isla griega de Lesbos, a los que el papa Francisco visitó esta mañana.

«Hace 2 años y tres meses que estamos acá con mi familia», se presenta el afgano Amini Mohamad Sarwar ante la pregunta de Télam frente a la carpa en la que presenció el discurso del pontífice argentino.

«Queremos ir a Finlandia. Nuestra hija de ocho años merece que le demos una oportunidad», anhela mientras espera que la llegada de Francisco «ayude» a que se aceleren los tiempos de permanencia, una preocupación compartida.

Escultor en su Afganistán natal, espera junto a su mujer una posibilidad para salir del campo que hospeda a unas 2.500 personas, el 60% de Afganistán.

A pocos metros, Shafei Mohamad Reza también compartió con Télam su intención de poder seguir viaje hacia el norte del continente. «Alemania, Finlandia, Francia», propone como lugares en los que le gustaría establecerse con su esposa y sus hijos de 16, 7 y 5 años.

Cuando llegaron desde Afganistán hace dos años, recuerda, había mucha más gente en el campo, el Moria original, que se prendió fuego en un incendio en 2010.

Shafei sueña con poder resolver rápido la situación de la familia para poder retomar en un nuevo destino la profesión de docente de escultura que tenía en Afganistán. «Quiero hacer un león, que es un animal fuerte», se ilusiona sobre un posible futuro laboral lejos del Mediterráneo al que se abre el campo de Moria 2.

En una de las casas por las que pasó Francisco, Amin muestra al enviado de Télam las marcas visibles en su cuerpo de lo que vivió también en Afganistán. «Nos tuvimos que ir por los talibanes», agrega acompañado por su esposa e hija.

Rodeados por los alambres de púas que asemejan el centro a una prisión, los refugiados se alojan en casas hechas con containers reconvertidos, algunas provistas por las Naciones Unidas en 2016, cuando el pico de la llegada de personas a través del Mediterráneo disparó una ola de solidaridad internacional, incluida la primera visita del Papa.

Len Meachim, uno de los voluntarios griegos que ayuda en el centro, recordó cómo primero junto a los miembros de su pequeña comunidad católica ayudaban «a quienes habían hecho el a menudo peligroso viaje desde Turquía».

«Más tarde, pudimos extender esta mano de bienvenida a los solicitantes de asilo cristianos, en su mayoría de África Occidental, que vinieron a nuestra iglesia parroquial. La fuerza de su fe y su esperanza, a pesar de los sufrimientos del pasado y del presente, a pesar de su angustiosa incertidumbre sobre el futuro, fue un ejemplo para nosotros», explicó.

A pocos metros, Orphee, de 28 años, y Rosette, de 20, comparten también el sueño de poder dirigirse a un país europeo que les de un futuro mejor que el que podían soñar en su Congo natal.

En Lesbos, hace dos meses, nació su hija Maduda Maria Rolsia, a quien anhelan poder regalarle un futuro digno para el que, esperan, pueda llegar una señal solidaria del resto de Europa. (Télam)

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