Tiempo de vivir

Por Daniel Ramírez, doctor en Filosofía

«Ha llegado aquel famoso tiempo de vivir», interpretaba por el año 1972, un querido cantor chileno, Osvaldo Rodríguez, «el Gitano».

Extrañas y proféticas palabras.

En esos tiempos, el país se agitaba intensamente en torno a uno de los proyectos más ambiciosos de transformación por la vía de las urnas, bajo la guía del estadista, visionario y valiente luchador que fue el presidente Allende –¿cómo no pensar en él en estos momentos?–. Y esas palabras parecían evidentes.

«En un viejo libro donde yo pude leer
hombres, nombres hoy perdidos
me hicieron saber
que más adelante en el mundo reinará
Un tiempo más justo que debemos esperar».

Notable texto. Muchas veces me pregunté cuál habrá sido ese viejo libro, y lo que se se me viene a la mente es el Libro de Qoheleth (El «Eclesiastés»). Entre muchas cosas fundamentales, dice «hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir».

En efecto, luego de esos casi tres años llenos de esperanza, trabajo lucha y solidaridad, minados por bloqueos, conspiraciones, traiciones de grandes poderes que no estaban en absoluto dispuestos a ceder sus privilegios, vinieron tiempos de muerte y desolación.

Luego vino la llamada «transición», y se habló de «la alegría que viene». Pero lo que vino fueron los famosos 30 años. Las vibrantes palabras «más adelante en el mundo reinará, un tiempo más justo que debemos esperar», comenzaron a sonar como algo que siempre «vendrá» pero que nunca viene, que siempre habrá que esperar. La esperanza cuando no se traduce en movimiento real, se transforma imperceptiblemente en su contrario, la desesperanza.

La canción continúa:

«Una larga historia que la tierra recorrió/ mares, montes, bosques, ríos llenos de fervor/ cubrieron al hombre que tan solo esperó/ ese tiempo justo que nunca le llegó»

Así fue, y a la larga el vaso se llenó, desbordó. Y vino la secuencia estallido social -plebiscito- elección de constituyentes, y ahora la brillante victoria de la nueva generación de militantes estudiantiles que creyeron en la renovación de la política, se lanzaron, se formaron y consiguieron su flamante presidente de la República.

«Hoy la esperanza le ganó al miedo» dijo Gabriel Boric delante de una muchedumbre de rostros luminosos. Tantas cosas se nos vienen a la memoria, tanta energía entregada en tantas luchas, tantos gestos solidarios, tanta invención y osadía. Tanto dolor y tanta pérdida, así como tanto aprendizaje y logro en este largo camino recorrido.

Muchos desaparecieron en la ruta, su tiempo se terminó antes. Pienso en ellos en esta larga noche de emociones. Pero finalmente todo tiene sentido, todo se ordena en un relato que nos conduce a este tan esperado, tan necesario, tan cargado de significaciones humanas, este nuevo y «famoso tiempo de vivir».

Dejemos la alegría impregnar los corazones, que se lo han merecido. Dejemos las aguas del torrente calmarse un poco. Pero no por mucho tiempo. Porque lo que viene será aún más difícil.

Ya lo he dicho, pero debo repetirlo: este gobierno y legislatura recién elegidos tienen una misión mucho más importante que las prioridades que saltan a la vista y que son objeto de campañas, programas, necesarios, pero ya hemos visto cuán relativos son.

El nuevo presidente lo dijo, pero en último lugar de su enumeración: acompañar y proteger a la Convención Constitucional. Este es el lugar donde reside por este tiempo la verdadera misión histórica.

De lo que se trata no solo es de algunas medidas de justicia social, difíciles de financiar y sobre todo en competencia por la prioridad las unas con las otras. Pensiones, salud, educación, recursos naturales, medio ambiente, pueblo originarios, género, Estado, impuestos, salarios, seguridad en los barrios, para todo lo cual se necesita crecimiento, lo cual contradice las exigencias ecológicas.

Son demasiadas las tareas que el pueblo «encarga» al nuevo gobierno. Y demasiadas las exigencias que la clase dominante, los patrones, los bancos (curiosamente los candidatos solo hablan de Pymes cuando se refieren a la empresa) pondrán: estabilidad monetaria, «gobernabilidad» (término omnipresente en la campaña), protección de las inversiones y de la propiedad privada, garantías, tratados. Y demasiados los recursos que pueden movilizar para boicotear y torpedear estos procesos de transformación. Lo vimos con la operación retiro de los buses, si es que algo así ocurrió, cosa que espero se aclare lo antes posible.

Todo ello debe hacernos pensar que, a pesar de las caballerosas palabras del candidato derrotado dirigidas al vencedor –tanto mejor si son sinceras–, así como hace 50 años, muchas energías será dirigidas contra el sonriente equipo que hoy celebra merecidamente esta victoria.

Creo que no somos tan ingenuos como para pensar que tantos intereses y privilegios van a dejar simplemente continuar el impulso renovador que hoy se alza en esta ola de esperanza. Fresca está la memoria de todo lo que se opuso a la voluntad de justicia de Michelle Bachelet y es muy probable que esta vez todo será más intenso.

¿Misión imposible?

No. Primero que nada porque el pueblo ha madurado. La fuerte concurrencia a las urnas, más del 55% de electores, es una confirmación. Pero desde 2019 en los miles y miles de cabildos y asambleas realizadas antes que la pandemia venga a congelar todo, probamos que sabemos organizarnos, debatir, producir inteligencia colectiva, horizontalidad y emergencia de ideas. El presidente electo lo sabe bien y lo reafirmó diciendo que estará a la escucha e invitando a todos a participar. Eso no debe quedar en palabras; debemos aprovechar la enorme experiencia adquirida y la buena disposición del futuro gobierno.

En segundo lugar por lo que ya dijimos: el verdadero movimiento de la historia reposa sobre la Convención Constitucional, no sobre el próximo gobierno. No hay que equivocarse. Cumplir con todo lo que el candidato Boric prometió o propuso, sería imposible para el presidente Boric. La esperanza no reposa sobre un leader carismático (que por cierto aún no lo es), cosa que es lo propio de un pueblo inmaduro, sino sobre un proceso profundo de transformaciones, de las cuales el útil fundamental debe ser la próxima constitución. Rindamos a Gabriel Boric el honor de haberse jugado por el acuerdo (que muchos criticamos en su momento) que permitió el proceso constitucional. Cambiando las bases del juego político hacia una democracia participativa y deliberativa profundizada; cambiando la estructura de la economía hacia formas mixtas, privados, Estado, colectividades, cooperativas, bienes comunes; apostando con voluntad y lucidez hacia el giro ecológico que la situación del planeta y la consciencia de la juventud (no debemos para ello contar con los economistas ni los abogados de las antiguas generaciones) hacen tan indispensable como posible. Por ello, después de la alegría viene el trabajo. Todos serán necesarios.

Nadie deberá decirse «bueno, ahora le toca a los jóvenes, vamos a observar cómo lo hacen». Porque contrariamente a lo que se dice, no es sólo la victoria de una generación joven. Porque jóvenes también en la derecha neoliberal, en el mundo de los negocios e incluso en grupos reaccionarios violentos. Esa es una ilusión óptica. Gabriel Boric lo dijo de bella manera: «me siento un heredero, la historia no parte con nosotros». Esa consciencia es de gran valor. Nada más errado que la tentación de la tabula rasa y de creerse saberlo todo.

«La juventud es un estado de espíritu más que una edad», se dice a menudo, pero luego no se entiende muy bien lo que ello significa. Para mí es simple: jóvenes y viejos no es la verdadera oposición. Como no lo era en absoluto comunistas y fascistas. El verdadero asunto es saber quiénes están mirando hacia el futuro, quiénes pueden aportar algo, quiénes avanzan, miran, se sienten vivos, quiénes abren su inteligencia y su consciencia hacia lo nuevo, quiénes lo desean, lo saborean cuando aparece aquello que renueva la sociedad, quiénes están engendrando las ideas y las prácticas nuevas. Y lo más importante: cómo poder hacerlas presentes en la nueva constitución.

Hay los que han renunciado, sin duda, todo les parece muy complejo, demasiado nuevo, demasiado «raro». Y prefieren bajarse del carro y observar desde lejos, atentos, eso sí, al primer momento en que podrán comenzar a criticar. Ven el mundo a través del retrovisor. Y hay quiénes tienen clarísimo (jóvenes o viejos) que no desean cambios, el mundo actual, forjado en su interés, es el que más les conviene.

Por eso, se trata ahora para cada cual de encontrar los recursos al interior de sí mismo para ponerse a vibrar con lo nuevo, con los estremecimientos eróticos que vienen del futuro, con las ondas de amor de lo que nace, pero también con la fuerza de la voluntad, con la resistencia de lo colectivo, con la luz de la inteligencia, con la claridad del saber y con la humildad de la consciencia de nuestra finitud.

No podemos todo, pero lo que podemos es tanto, tanto más de lo que nos han querido hacer creer. La juventud no es una edad pero tampoco un simple estado de espíritu. Es una tarea. Que nadie se reste a ella.

Sin ilusiones ni mesianismo, pero con alegría y gratitud, deberíamos poder decirnos, que tal vez ahora ha llegado aquel famoso tiempo de vivir.

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