Boric y el nuevo momento progresista en la región

Por Jaime Ensignia, sociólogo, Dr. En Ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Libre de Berlín. Director del Área Internacional de la Fundación Chile 21.

El contundente triunfo electoral de Gabriel Boric remece el escenario político de la región y capta la simpatía de la izquierda y del progresismo a nivel global. La irrupción de esta nueva generación que se hará cargo del gobierno el próximo 11 de marzo en Chile, se enmarca en precedentes significativos del tablero regional.

Del tibio oleaje derechista al retorno del progresismo

El triunfo de Mauricio Macri en las elecciones argentinas del año 2015, las victorias de Sebastián Piñera en Chile (2017) e Iván Duque en Colombia (2018), el aterrizaje ultraderechista de Jair Bolsonaro en Brasil (2018), el giro a la derecha que significó Lenín Moreno para Ecuador (2017), el gobierno de facto encabezado por Jeanine Áñez en Bolivia (2019) y, finalmente, la derrota del Frente Amplio en Uruguay (2019), abrían un nuevo escenario político en América Latina dominado por la derecha. Analistas empáticos con los poderes fácticos se encargaron de propagar, a través de medios con similares empatías, el fin del llamado “ciclo de oro” de los gobiernos progresistas, de centro izquierda y de izquierda, a la vez que auguraban larga vida al incipiente derrotero de la derecha regional. Los hechos políticos se encargaron de refutar la hipótesis.

El segundo ciclo de gobiernos progresistas ya inaugurado, contrasta en diversos aspectos con la primera ola del siglo XXI, caracterizada por liderazgos muy carismáticos como los de Lula, Chávez, Evo, Mujica, en su mayoría con fuerte ascendente sobre los movimientos sociales populares e indigenistas. Estos gobiernos gozaron, además, de un contexto económico favorable gracias a los elevados precios de las materias primas. El actual momento progresista se inicia en el 2018 con el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en México, sigue con la victoria de Alberto Fernández en Argentina en octubre 2019, el regreso del MAS a la presidencia en Bolivia con Luis Arce en 2020, la derrota del fujimorismo en Perú en el 2021, la vuelta de la izquierda a Honduras con su primera presidenta mujer, Xiomara Castro, y anota un punto de impacto mundial con el triunfo de Gabriel Boric en Chile, cerrando el año 2021. También en 2022 el panorama electoral sugiere buena cosecha para la izquierda progresista de la región: hacia mediados de año en Colombia, el Senador Gustavo Petro tendría amplias posibilidades de vencer al actual presidente Iván Duque. En Brasil, por su parte, los sondeos indican que, hasta ahora, el ex presidente Lula estaría muy por arriba de Jair Bolsonaro de cara a las elecciones presidenciales que tendrán lugar en la segunda mitad del año. El nuevo mapa de las fuerzas de las izquierdas progresistas –el plural se torna imprescindible- se distingue por lo heterogénea; sus ribetes diferenciadores darán cuenta de las muy diversas realidades nacionales. Sin embargo, un elemento interesante que comparten varios de ellos, es cierto distanciamiento crítico de los regímenes autocráticos de Nicaragua, Venezuela y de Cuba.

Las adversidades de la región

La pandemia del COVID 19 no da respiro a los países de la región, agudizando una crisis social y económica nunca vista en las últimas décadas en el continente. Esto se refleja en la caída abrumadora de los índices del empleo formal y el crecimiento exponencial de la informalidad; en el aumento sostenido de la pobreza y de la marginalidad social y económica que campea en la mayoría de las naciones latinoamericanas. El complejo cuadro socioeconómico se conjuga con el político, marcado en la región, por la aguda crisis de representación que se traduce en el divorcio entre partidos políticos y sociedad civil, en sus más diversas formas y niveles de organización. Esto se expresa en el hartazgo ciudadano frente a las élites políticas y empresariales; su rechazo contra el sistema político en general y, en particular, contra la corrupción denunciada en varios gobiernos. El resultado de esta explosiva ecuación es la acelerada abstención electoral en muchos países de América Latina y el Caribe, y una creciente desconfianza de la ciudadanía en las instituciones del Estado, combinación de ingredientes que, a todas luces, debilita las asediadas democracias del continente y es caldo de cultivo para propuestas populistas, mesiánicas, ultraderechistas e individualistas.

Los partidos o movimientos de ultraderecha hasta hace algunos años atrás eran fenómenos políticos que avanzaban con cierto éxito, fundamentalmente, en Europa y en los EEUU. Países como Polonia y Hungría fueron y son dirigidos por políticos ultraderechistas; en tanto que, en otros países europeos, la ultraderecha es parte de alianzas de gobierno. En los EEUU la ultraderecha cobijada en el Partido Republicano elegía como presidente a Trump. Lo que no se percibía, en general, es que movimientos y partidos ultranacionalistas avanzaran tan rápidamente en la geografía política en América Latina y el Caribe. La elección de Bolsonaro en Brasil encendió alertas, no obstante, muchos lo veían como un fenómeno específico de un país con particularísimas características respecto del resto de la región. Sin embargo, en relativamente poco tiempo, Chile se vio sorprendido por el crecimiento de la figura de José Antonio Kast y el Partido Republicano, expresión de extrema derecha próximo al pinochetismo. Kast llegó a disputar la presidencia y logró alinear a todo el espectro de partidos de la centroderecha en la segunda vuelta electoral. En Argentina, por su parte, se suma a la alerta regional con la irrupción del ultraderechista Javier Milei, elegido recientemente diputado nacional por la ciudad de Buenos Aires. La ultraderecha argentina consiguió cinco escaños en el Congreso Nacional. Debemos agregar a los grandes desafíos que tiene la democracia y los gobiernos progresista en la región, el rol ultraconservador de las iglesias evangélicas en la gran mayoría de las naciones de nuestro continente. Desde los años 70 comienza un crecimiento lento pero progresivo de la influencia de las iglesias evangélicas. Desde el año 2018 se consolidaban diferentes expresiones de las iglesias evangélicas como actores políticos en América Latina y el Caribe; ejemplos contundentes de este avance son la participación del evangélico Fabricio Alvarado en la segunda vuelta presidencial en Costa Rica, en el 2018 y el masivo apoyo evangélico a la candidatura de Jair Bolsonaro.

El presidente electo en la palestra internacional

El triunfo de Gabriel Boric resitúa favorablemente la imagen internacional de Chile, alicaída por el rotundo fracaso de la administración del presidente Piñera.

El cambio de Gobierno marcará un punto de inflexión en política exterior, en un sentido superador de la diplomacia atrapada en el siglo XX. En este contexto, proliferan análisis de lo que “debiera ser” la política exterior del presidente electo y la necesidad de que responda al tan mentado status de “política de Estado”. Los intentos por incidir en las decisiones de política exterior del futuro gobierno suelen responder a viejos paradigmas, desconociendo la propia impronta del presidente electo demostrada en gestos como no acompañar al presidente Piñera a la reunión del PROSUR y Alianza del Pacífico.

El discurso de Boric en el día de su victoria fue recibido por el mundo de la izquierda progresista como una propuesta política rejuvenecedora y original. Su figura se acrecienta rápidamente en el ámbito regional e internacional. Prima la convicción de que Boric le imprimirá aire fresco y un impulso renovador a la izquierda progresista y a los movimientos nacionales y populares cuyo denominador común es la opción por una política anti neoliberal en la región.

Parte importante de esta nueva era en política exterior del nuevo gobierno, según los antecedentes programáticos, será impulsar con mayor fuerza la tan vapuleada integración regional con todas las naciones del continente latinoamericano. La necesidad imperiosa de enfrentar unidos y no nacionalmente los fenómenos presentes y comunes como: la pandemia del COVID-19; la crisis climática y medioambiental y el resguardo de los océanos; los efectos de los procesos migratorios; la defensa de los DDHH en cada uno de los países de la región; la solución pacífica de los conflictos vecinales; el fortalecimiento de los sistemas democráticos y la confrontación de la crisis económica casi crónica que devasta a gran parte de América Latina y el Caribe. No quedarán al margen el fortalecimiento del multilateralismo, el bilateralismo,0 el respeto de los TLC -siempre y cuando estén en consonancia con los intereses nacionales-, la integración de perspectivas feministas en la política exterior del país, y la incorporación de las naciones originarias en el diseño de la política exterior.

Finalmente, las perspectivas de autodeterminación y multilateralismo mencionadas en el programa, debería orientar la política exterior frente a la sostenida disputa entre las mega potencias, China-EEUU. Requerirá habilidad e inteligencia preservar la soberanía entre los intereses nacionales y los equilibrios en las relaciones hacia ambos países, con quienes Chile mantiene relaciones económicas, comerciales, diplomáticas y políticas de larga data.

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