Piñera: el hombre invisible

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico.

¿Se acuerdan de Sebastián Piñera? ¿Cuántos lo han visto luego del 19 de diciembre?

Sí, hay que ser justos, ha aparecido un par de veces, quizás algo más, todas siempre al borde de la desesperación, robando cámara -como es usual- y buscando establecer un legado para el cual dos mandatos no fueron suficientes. Lanzando proyectos sin mayor sustento que el enorme ego que lo sostiene, buscando la recordación fácil, en un acto de demagogia y politiquería en grado superlativo.

Y es que a estas alturas su eventual invisibilidad, siendo un intocable para la ley bajo las condiciones en las que todavía se mueve el Poder Judicial de nuestro país, comienza a notarse en todos los espacios de la opinión pública, esa real, que no se amedrenta por los “bots” oficiales y es ajena a la agenda mediática o, al menos, precavida de sus complacientes encuadres.

Así como Griffin, el protagonista de la afamada novela de 1897 -y nunca bien adaptada al cine- “El hombre invisible” de H.G. Wells, donde se relata la historia de un hombre de ciencias de perfil sicopático que trabaja en una droga para lograr la invisibilidad; el narcisismo del mandatario termina torciendo cualquier gesto empático, útil o necesario, convirtiendo cada acción en un problema mayor, manotazos de ahogado que terminan por anular su imagen pública y lo exponen en una búsqueda desesperada de reconocimiento, inmerecido por lo demás.

Es imposible no atribuir cierta relación entre el científico de la novela y el mandatario en ejercicio. Ambos solo piensan en sí mismos y necesitan del aplauso constante como salvadores de la humanidad. Más allá de una eventual y lejana buena intención, que no nos consta, pero de la cual dejamos el beneficio de la duda, todo lo que sucede en el clímax, tanto de la obra como en los estertores del gobierno de turno, solo indican desesperación y desprecio para con los demás.

En el caso de Piñera, considerando este gobierno -en la opinión generalizada de expertos y personas de bien- como el peor desde la vuelta a la democracia -o al menos después de dictadura- el clímax de su “obra” se da justamente cuando se tiene que ir, cuando el tiempo corre en su contra, cuando la gente le pide explicaciones a Boric y olvida que todavía hay una administración en curso, cuando ha perdido todo el respeto, no solo de aquellos que revisaban atentos cada una de sus acciones mediadas por la mezquindad, sino también por sus correligionarios, siempre atentos a capturar algún beneficio a cambio de lealtad y apoyo.

Desde la tristemente célebre “ley corta de pensiones” que apareció en septiembre del año pasado para frenar un eventual cuarto retiro de fondos previsionales e inteligentemente amarrada al PIB del cual dispondrá el siguiente gobierno, hasta su participación vía “zoom” con los gremios de Tarapacá para enfrentar la crisis migratoria, sí, esa misma que él propició con bombos y platillos cuando fungió de salvador de los venezolanos víctimas de la crisis social y política de su país en aquel “evento” desarrollado en Cúcuta, Colombia, donde, para apoyar a la democracia, prometió abrir las puertas de par en par a todo refugiado que quisiera venir a nuestro país -sin tener ninguna política decente de migración operativa- y de paso, lo que más importante, recibir la ovación del público espontáneo apostado en la frontera y la venia de Miguel Bosé. Como siempre, desafiando toda lógica o sentido común que no fuera sacar cuentas electorales.

Ocho años pasaron en los que los jubilados nunca fueron prioridad en su gobierno y de la noche a la mañana aparecen convertidos en la guinda del pastel de despedida. A eso, sumemos la recién promulgada Pensión Garantizada Universal (PGU) que, en estricto rigor, aumentará la pensión básica de 176 mil a 185 mil pesos. Sí, nueve mil pesos que serían la solución para el grupo más desposeído e invisibilizado de nuestro país. ¿Es posible mayor desconexión con la realidad? Al igual que el protagonista de la novela de Wells, la invisibilidad lo volvió inestable y peligroso.

Para qué hablar de la crisis migratoria, la contradicción política es tan grande como la cantidad de inmigrantes “devueltos” a su país en los famosos vuelos nocturnos financiados por el Estado y diligenciados por la FACH y un convenio con la aerolínea “low cost” SKY -propietaria de Holger Paulmann, sobrino del dueño de Cencosud- que se embolsó ni más ni menos que $1500 millones por deportar al menos a 2700 personas. Algo así como $550 mil pesos por pasajero.

Sin embargo, entre la inauguración de quién sabe qué y la implementación de planes pendientes que no vienen a subsanar nada más que su insolencia, Piñera se vuelve invisible, innecesario, un estorbo monumental que espera su total desaparición. Así como Griffin, escondido detrás de la sensación de que todos le deben algo, de que nadie lo entiende y que todos son un montón de desagradecidos, su imagen se diluye, no solo como mandatario, sino también como persona, político y empresario, convirtiéndose en una sombra de lo que era.

La inestabilidad es el resultado de la arrogancia y el castigo estará en ser declarado un innombrable, recuperado por la historia, de cuando en vez, a la hora de observar aquello que no busca un fin social. Porque la abulia en la participación ciudadana crea monstruos y esos monstruos no pueden volver a gobernar jamás. Recordemos que cuando Griffin -el personaje de Wells- fallece acorralado por los trabajadores, se vuelve otra vez visible, pero esta vez no para la añoranza, sino como advertencia de aquello que no puede volver a repetirse.

 

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