Borrador de la nueva Constitución: Comprender antes de enjuiciar

Por Miguel Reyes Almarza, periodista e investigador en pensamiento crítico

Acabada ya la primera parte del trabajo de los constituyentes respecto a lo que es el borrador integral de la Nueva Constitución de Chile, surgen encendidas voces a descalificar aquello que les perturba, que les complica, que les daña en su fuero más íntimo, que les despedaza el statu quo, eso que, la mayoría de las veces, si no es la mentira que asoma a la hora de afirmar la lectura íntegra del texto, bordea la audacia de la ignorancia al pretender sostener que han entendido todos esos artículos -apenas redactados para poder ingresarlos en el texto- y construir desde allí, desde la lectura dedicada y comprensiva, una posición criteriosa, basada en las ideas y no en la ideología que paga o nos ilusiona con una posición en la mesa.

“¡Es un mamarracho la nueva Constitución!” Dice algún héroe anónimo mientras busca desesperadamente la palabra mamarracho en la RAE. “¡Rechazar para reformar!” Cruza por las afiebradas mentes de los conservadores …vamos a la R…Reformar…acá está: “volver a formar, rehacer” ¿otra vez? ¿pero se supone que debiéramos dejar la anterior? “Me comprometo a leer el borrador para preguntarnos si es bueno para Chile”, justo después de emitir un juicio negativo al respecto.

Y es que, más allá de las campañas, a favor o en contra del documento, existe un problema de base, irresoluto, que no da pie con tanta certeza de ciertos grupos a la hora de afirmar, con una convicción que paraliza, que aquella carta fundamental no cuenta con los razonamientos necesarios para guiar los destinos de nuestra nación. No sabemos leer.
Y no me refiero a la imposibilidad de juntar palabras para que tengan sentido lógico y poder “darnos a entender”, eso lo hacemos con regularidad y escasa precisión, me refiero a la nunca bien ponderada comprensión lectora que existe en nuestro país. Para 2018 -que es la estadística más cercana a propósito de tal certeza- Chile se encontraba según el Programa para la Evaluación Internacional de Competencias en Adultos (PIACC) en el penúltimo lugar de los países OCDE, solo superando por estrecho margen a Singapur. En rigor, los adultos de nuestro país obtienen resultados desastrosos, por debajo del promedio 1 de 5, que para la prueba es el más bajo. En palabras simples, la población entre 16 y 65 años apenas puede leer una pieza de texto -un párrafo- y están muy lejos de poder combinarlos y localizar información específica en ellos. Entre otras características del lector nacional, difícilmente puede completar formularios, entender el vocabulario básico de un texto, determinar el sentido de las oraciones y leer textos continuos con cierto grado de fluidez.

En revisiones posteriores, desde el Ministerio de Educación y otros profesionales del área, se ha llegado a determinar que solo el 2% de la población chilena entiende lo que lee, cosa que viene a darle cierta consistencia al estudio preliminar del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile, encargado por el Ministerio de las Culturas que ya en el 2011 apuraba unos resultados del todo deshonrosos: “solo el 3% de la población puede evaluar críticamente o formular hipótesis derivadas de conocimientos especializados en relación con el tema del texto”. Nada nos hace pensar que esto haya variado a la fecha. El nivel del debate “intelectual” en redes sociales y medios clásicos, más la anticipada negación de algo que no existe puede dar fe de aquello.

Es en este contexto que las diferencias de entrada en los procesos de educación de calidad dividen a nuestros ciudadanos entre “los educados”, aquel porcentaje ínfimo de gente que entiende lo que lee (cerca del 1,6% del total) y “el resto” que espera ansioso una explicación de cada cosa que sucede. He allí la praxis específica del periodista y de todo comunicador social, erigiéndose como un líder de opinión legitimado que tiene como mandato imperioso filtrar toda ideología a la hora de explicar los cambios en relación a la Constitución del 80’. Es tiempo de confiar en aquellos que han mostrado consistencia en sus apreciaciones y, de alguna forma, practicar la ciudadanía responsable exigiendo criterios racionales en cada explicación, para así, poder votar realmente informados. Si el país está cambiando, las mezquindades del pasado, aquellas que fueron la chispa del estallido social del 18 de octubre de 2019, también deben dar paso a ese gesto de confianza con quienes puedan guiar tales razonamientos, sobre todo porque sobran en manierismos propios de lo legal haciendo la lectura de cada artículo un verdadero desafío para el ciudadano común, es más, en el entendido que como borrador está lleno de redundancias y de problemas formales de coherencia y cohesión propios de un documento de trabajo.

La labor de los comunicadores acá es fundamental, no solo en la fiscalización de cualquier irrelevancia que atente contra lo razonable del proceso, sino también como “traductores” (no intérpretes) del documento que estamos ad portas de validar y de lo cual necesitamos comprensión básica. Torpe sería desperdiciar esta oportunidad histórica, ya visada en parte por los mercados y la venia internacional, solo porque arrastramos la desconfianza arraigada en años de oportunismo y corrupción. Las legítimas reivindicaciones sociales deben conducirnos a entender una nueva dinámica social, de la responsabilidad y el compromiso y no volver a dejar los asuntos de la ciudadanía en manos de otros.

Es bueno detenerse un poco en una especie de “salvavidas” que ha aparecido estos días para aquellos que no tienen tiempo o costumbre de leer, me refiero al borrador de Constitución en formato audiolibro que, a la fecha, ha motivado a otros internautas a trabajar en su edición e incluso en su relato más humano y menos mecánico. Sin embargo, cabe la advertencia acerca de su nivel de impacto cognitivo. Según Diego Redolar, neurocientífico y profesor de estudios de Ciencias de la Salud de la Universitat Oberta de Catalunya, “entender un ensayo o texto científico solo escuchándolo puede ser más complejo que su lectura” ya que la memoria de trabajo debe estar más alerta y requiere de mayor esfuerzo para mantener la atención. Mientras leemos desarrollamos una acción guiada que permite enfocarnos en momentos específicos del texto no obstante en la escucha, que es externa, la atención libre se detiene más en el habla -la voz y su entonación- que en el contenido mismo. Es cierto que podemos usar nuestras horas muertas de desplazamiento, de gimnasio, etc., para intentar entender “eso” de lo que todos hablan, no obstante, la comprensión sobre un relato que tiene su propio tiempo y complejidad es bastante dudosa. Es por tal razón que el nicho más explosivo de los audiolibros, sea la ficción y la autoayuda, donde el impacto es más emotivo que lógico y por tanto se pueden dejar fluir las historias sin miedo a perder algún dato relevante que impida luego hacer una reflexión y tomar una posición al respecto. Podemos “escuchar” los artículos de la nueva Constitución, pero necesariamente deberemos recalar luego en una lectura pormenorizada para así poder afianzar nuestro punto de vista mediante datos y evidencias certeras.

Más allá de si leemos o escuchamos el documento y el consolidado de 499 artículos que luego debe pasar a una Comisión de Armonización (eufemismo para la edición final del borrador) lo importante es trabajar por una comunidad activa y crítica. Se puede estar en desacuerdo, ¡por supuesto!, pero mentir, como artimaña clásica de esa política que desaparece y se sacude herida de muerte, no es algo que podamos aceptar hoy. Informarse, como nunca, es la mejor vía para poder participar en el plebiscito de salida con verdaderos argumentos y no solo una vacía percepción ideológica. Confiar en aquellos comunicadores que intentan razonar sobre el proceso será nuestra muestra de voluntad para avanzar a una sociedad más sana y responsable que comprenda las ideas antes de emitir un juicio.

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